POR JEANNETTE MILLER
Aunque parezca mentira, me resulta difícil hablar de María Ugarte. Quizás por esa proyección inconsciente de mí misma que pudiera ocurrir cuando lo hago. Y es que desde que la conocí, allá al inicio de la década de 1970, una especie de identificación súbita me abrió hacia ese ser humano que ante todo emanaba solidaridad.
La recuerdo en su despacho de El Caribe cuando el periódico estaba en el primer número de la calle El Conde. La brisa del río revoloteándome el pelo cuando entré por primera vez al edificio, y el ruido monótono de la imprenta marcando mis pasos en la escalera. Yo, apenas atreviéndome a empujar la puerta pesada y oscura, con esa inseguridad del que comienza a escribir y no sabe si lo que hace realmente vale la pena.
Entonces, una mujer dinámica y pequeña, de sonrisa espontánea se acercó a recibirme con una gracia natural que derribó mis inseguridades. De pronto, estaba sentada junto a María Ugarte diciéndome que conocía mis versos, interesándose por ellos y pautando la publicación de los que le había llevado para una fecha cercana
Ella había sido madrina de la Generación del 48, conocía la poesía de Machado, y también a Lorca, a Neruda, a Hilde Domin, a Moreno Jimenes ; sabía de teatro, de música, de historia ; pero ante todo, hablaba de este país como si fuera el suyo, llena de entusiasmo y agradecimiento.
A partir de ese día quedé ligada a ella por un lazo anudado por el respeto y la admiración.
Aun para mí, que venía del mundo vociferante y contestatario de las ideas revolucionarias, encontrar a una mujer que valía por sí sola y que no necesitaba de coyuntas para realizar y proyectar su trabajo, era algo impresionante, fuera de lugar.
Los remantes del trujillato mantenían una situación paternalista en que los logros contados de las mujeres eran, sí, reconocidos, pero tomados como una gracia, como una excepción. Todavía no existía la conciencia que hoy tenemos de que la mujer, igual que el hombre, es capaz de participar en los medios productivos con éxito y tiene pleno derecho a ello.
Sin saberlo, María Ugarte se había convertido en una abanderada de este derecho y no porque se lo propusiera, sino porque los resultados de su trabajo, la ubicaban como una figura señera de la investigación, del periodismo, de la preservación monumental, de la promoción de las artes y de la literatura, y, sobre todo, como una excelente escritora, poseedora de un estilo directo y conciso que se podía apreciar en sus trabajos periodísticos e históricos, y que en otras ocasiones, echaba mano de las figuras del lenguaje para enriquecer las páginas de la crítica literaria y de artes visuales del periódico en que trabajaba.
Bastaba con haber leído sus primeros escritos, aparecidos en La Nación, entre 1944 y 1945, verdaderas piezas literarias de las que resulta buen ejemplo El agua en la poesía de Antonio Machado.
Veamos este fragmento:
Antonio Machado es el poeta de Castilla. Sevillano de origen, apenas es la Andalucía alegre y multicolor la que le inspira, sino la sobria y parda Castilla, la meseta triste y seca, la de héroes y místicos, enjuta y humilde, recia y silenciosa. Castilla no canta: trabaja y sueña.
En sus peñascales, en sus tierras duras grises en el fondo azul del cielo crece el tomillo, se esconde el musgo, brota el agua fría. ¡El agua! He aquí el motivo predilecto del poeta: el agua mansa, cristalina y transparente; el agua que corre siempre igual, monótona y diáfana; el agua hecha lluvia, que golpea los cristales del cuarto del poeta y fertiliza la tierra sedienta y ansiosa; el agua que en chorros, se vierte en la fuente, rítmica y soñolienta.
A finales de la década del 70 me tocó trabajar con ella. Nunca olvido su primera advertencia: -Óyeme bien, quien escribe para un periódico debe utilizar un estilo claro y directo; las especulaciones y citas bibliográficas se dejan para publicaciones especializadas. Lo importante es que el lector entienda lo que escribes.
Nunca tuvo que repetírmelo.
El trabajo nos fue acercando en afinidades y disidencias, pero ante todo me permitió ir conociendo a fondo las cualidades que todavía la definen: un carácter persistente; una increíble capacidad de trabajo; un esmerado método de organización; una sinceridad desnuda, que a veces puede golpear, pero que se equilibra en su gran capacidad de solidaridad con los demás.
En ese hablar cotidiano que hemos mantenido desde entonces, y donde muchas veces, a nivel personal, recibí su palabra alentadora, fui descubriendo detalles de su formación que ella nunca había dado a conocer: había sido alumna de Antonio Machado en su natal Segovia; luego, de Ortega y Gassett en la universidad de Madrid; allí también fue condiscípula de Julián Marías; también, y producto de la Guerra Civil española, había vivido en la casa de Pío Baroja.
Mientras surgían esas anécdotas yo confirmaba su humildad, una humildad no adoptada ni aprendida, una humildad que era ella misma, María Ugarte, quien no se preciaba de haber conocido a los grandes de la española Generación del 98, ni de haber escrito esto o aquello, ni de haber recibido tal o cual reconocimiento, sino que siempre hablaba de algo nuevo que tenía que hacer, de proyectos que iniciar, de trabajos que corregir, de libros que prestar lo que convertía su vida en un constante sembrar y construir, que no le daban tiempo para detenerse en pequeñeces.
Sin embargo, en sociedades como la nuestra donde las verdades forman parte de una nebulosa que toma forma de acuerdo a intereses inmediatos, cualquier recordatorio sirve para reafirmar ese registro que, contra viento y marea, permanece en la memoria cultural de los pueblos.
María Ugarte nació en Segovia el 22 de febrero de 1914. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, especializándose en Ciencias Históricas. Allí permaneció como profesora ayudante de la cátedra de Historia Contemporánea de España, que dirigía Pío Zabala y Lera hasta que la sorprendió la Guerra Civil Española. En 1939 logra salir de su país natal hacia Santo Domingo, donde llega en 1940, después de un peregrinaje a través de la península ibérica y Francia. Ya aquí, su trato con los escritores Vicente Llorens, Jesús de Galíndez, Eugenio Fernández Granell este último pintor, escritor y músico – y artistas e intelectuales como José Vela Zannetti, Antonio Prats-Ventós y Constancio Bernaldo de Quiroz, la convirtieron en testimonio vivo del exilio español que pasó por República Dominicana, hasta el punto que hoy se le considera una fuente de primer orden, y sus testimonios forman parte de textos y documentales de proyección internacional.
Paralelamente, Ugarte trabajó investigación histórica durante la cual descubrió importantes documentos en los Archivos de Bayaguana. Fue miembro de la comisión técnica de publicaciones del Centenario de la República. Fue Jefe de la división de Archivos, Bibliotecas y Mapoteca de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, y dirigió el Boletín de la Secretaría. En 1948 entró al periódico El Caribe donde, a excepción de un intermedio, se mantuvo hasta el año 2000, cuando ella misma pidió su jubilación. En El Caribe llegó a ser Ayudante del Jefe de Redacción, Directora del Suplemento Cultural, y Directora de Suplementos. Desde allí inició, en 1967, una campaña de divulgación sobre el patrimonio cultural dominicano, su conservación, puesta en valor y restauración, que le mereció una cantidad de premios y reconocimientos imposibles de mencionar ahora. Entre ellos destacan la Orden del Mérito Civil en el grado de Comendador, otorgada en 1986, por el Rey Juan Carlos de España y la Orden del Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de Gran Oficial, concedida en el 2002, por el Gobierno Dominicano.
En 1948, motiva a un grupo de jóvenes escritores a publicar sus poemas en la Página Escolar del periódico. Eran ellos: Lupo Hernández Rueda, Víctor Villegas, Máximo Avilés Blonda, Abelardo Vicioso, Ramón Cifré Navarro y otros, quienes luego adoptarían el nombre de Generación del 48
Su papel como madrina del grupo, la ubica definitivamente como una personalidad ligada a la crítica y al ensayo. Luego, sus presentaciones de libros y sus comentarios estilísticos continúan dando seguimiento a las distintas promociones literarias dominicanas. Igualmente, publica reportajes donde su estilo directo e impactante recurre a asociaciones y figuras para poder transmitir los contenidos en toda su capacidad enriquecedora.
Es sabido que en periodismo el reportaje puede alcanzar categoría literaria por el permiso que tiene el autor de proyectar sus puntos de vista y su particular percepción del tema que está tratando. De ahí que muchos escritores de fama universal como Ernest Hemingway, hayan salido de las filas del reportaje periodístico, y novelas locales de gran valor, se hayan iniciado como reportajes; ese es el caso de Escalera para Electra de Aída Cartagena Portalatín.
Para apoyar este concepto oigamos parte de un reportaje de María Ugarte, sobre Anadel, la casa que fuera motivo de la novela de Julio Vega Batlle, La casa, un tanto abandonada, despojada al presente de detalles amables y acogedores, atrae, sin embargo, por su excelente ubicación en medio de una vegetación exuberante y de un mar cambiante e imponente. Allá abajo, en la costa, las palmeras se elevan verticales o se inclinan humildes, dejando que el sol se cuele entre sus troncos, jugando con la sombra de las hojas sobre la fina arena de la playa
El muelle penetra en el agua de la ensenada, al igual que cuando el joven Trigarthon, el hombre primitivo, la criatura natural y buena, amarraba en sus palos el cayuco, cual si cumpliera un rito sagrado y ancestral.
La misma majestuosidad del paisaje, idéntica sensación de grandeza, igual lujuria de colores, de sonidos y de aromas.
Y así podríamos seguir mostrando fragmentos de un estilo maestro que trata la cuentística de Juan Bosch, los errores de El Sacrificio del Chivo de Vargas Llosa, las influencias de Fernández de Oviedo y Méndez Nieto en la obra de Gabriel García Márquez, o la poesía en el estilo narrativo de Manuel Rueda.
Pero es en sus Estampas coloniales (1988), narraciones que parten de los datos sobre la vida en Santo Domingo, aportados por los cronistas Gonzalo Fernández de Oviedo y Bartolomé de las Casas, y de los textos de Juan Méndez Nieto y Luis Joseph Peguero, donde la autora consigue un ejemplar manejo del realismo, que en ocasiones recuerda los mejores niveles de la literatura picaresca. Como en este texto titulado Dieta para una dama apasionada:
Doña Isabel de las Varas, una viuda rica de 30 años, miembro de una de las mejores familias de Santo Domingo, era una mujer corpulenta y sanguínea, a quien la abstención sexual provocada por la muerte del esposo, la llevó a un estado de histeria que culminaba en paroxismos tan alarmantes como espectaculares.
Dentro del complejo tratamiento a que fue sometida sangrías, sahumerios, garrotazos, friegas internas, pócimas, unturas y jarabes no podía faltar una estricta dieta capaz de debilitar aquel fuerte organismo que se resistía a sobrellevar la abstinencia sexual. Méndez nieto la ordenó, en tal sentido, que menorase la comida y el regalo, permitiéndole comer carne sólo una vez al día y que ésta fuera del monte, o de pollo, o ternera, o conejo, o perdiz.
Excluyó en forma terminante puerco fresco, carnero, gallina y huevos. Se le prohibieron todos los mantenimientos que dan mucha sustancia y alimento al cuerpo. Y para suplirlos se le permitió comer lechuga, calabaza, naranjas dulces y otras hortalizas y frutas .
Se le quitó el pan y el vino, mandándole beber agua y comer cazabe o pan de toda harina, para que así se le templara la furia y la crianza de la simiente,
Pero la parte peor del tratamiento impuesto a la apasionada viuda consistía en realizar notable ejercicio en la huerta de su casa, haciendo el oficio de hortelano y trabajando hasta que sudase notablemente.
No era la dama persona acostumbrada a tanto sacrificio que, para ser más eficaz, debería prolongarse hasta que la edad la curase, y le dijo al médico que vivir con tanto tributo, regla y cuidado era más para monjas que para quienes estaban acostumbrados a vivir, como ella, en tanto regalo.
A lo que Méndez Nieto le recomendó, como único remedio: casarse de nuevo y volver al juego del primer marido. Con esto, ya no tendría necesidad de más curas, ni más médicos.
Si el valor de la literatura descansa en el manejo de la palabra, en la consecución de un estilo donde aparecen elementos estéticos, toda la obra de María Ugarte debe considerarse como literaria.
Al igual que otras personas que tienen la capacidad de incursionar en distintos renglones de la cultura de manera exitosa, a María Ugarte unos la conocen por sus ensayos históricos; otros, como una especialista en arquitectura colonial; y aunque ciertamente lo es, el nivel de sus textos en esos renglones agrega a sus condiciones de historiadora e investigadora, el innegable valor literario de todo lo que escribe.
Presentaciones de libros, comentarios críticos, semblanzas y reportajes sobre publicaciones, tendencias y movimientos literarios, en su mayoría dominicanos, confirman la importancia de una obra que ha trascendido y aportado a múltiples campos de nuestra cultura, proponiendo la calidad de un estilo, a partir del cual se han formado muchas de las mejores corrientes de la prosa nacional.
Quienes conocemos a María Ugarte también sabemos de su sentido del humor y de su picardía, presentes en una conversación que te atrapa por horas y en la que ella misma te recuerda cuando debe finalizar. Otro de sus logros que inmediatamente impacta es su familia: brillante, ejemplar, en la que destaca como excelente periodista, su hija Carmenchu Brussiloff. Y cómo no mencionar a esos nietos-hijos que la visitan a diario, que se sienten bien con ella, que la tratan como a una amiga
Porque María Ugarte es eso: una gran amiga, una gran intelectual, una gran mujer, una triunfadora
Recientemente, la Secretaría de Estado de Cultura la declaró patrimonio viviente de la República Dominicana. Hoy, junto a la Fundación Corripio y nuestros más altos centros de estudio le entrega el Premio Nacional de Literatura, galardón esperado por la comunidad intelectual dominicana desde hace tiempo.
Y a mí me ha tocado de nuevo el honor de estar aquí, tratando de proyectar su imagen con todo el peso que la distingue.
Por eso no quiero terminar sin darle las gracias a María Ugarte y sé que muchos de los presentes lo hacen conmigo.
Gracias por su solidaridad, por su orientación, por su entusiasmo.
Gracias, porque con su ejemplo aprendí que ejercer la vocación es la mejor manera de servir a los demás.
Gracias por demostrarme que se puede ser, con éxito, profesional, escritora y madre.
Gracias por enseñarme a vivir en la alegría.
Gracias por ayudarme a ver cada día como un regalo de Dios.
Yo espero que este reconocimiento ayude a que su probidad como ser humano, su verticalidad como persona y escritora, su permanente entusiasmo y su gran capacidad de entrega a los demás, se conviertan en modelo a seguir por las futuras generaciones de dominicanos.
Jacinto Gimbernard expresa satisfacción de Fundación Corripio
Distinguidas personalidades presentes en la mesa de honor, distinguido público que nos honra con su presencia, señoras y señores:
Es esta la decimoséptima vez que la Fundación Corripio, conjuntamente con una representación oficial del Gobierno Dominicano ahora a través de la Secretaría de Estado de Cultura, tiene el privilegio de compartir la entrega del Premio Nacional de Literatura, otorgado por rectores de respetables universidades nacionales, como son la Universidad Autónoma de Santo Domingo, la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, la Universidad Central del Este, la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, la Universidad Católica de Santo Domingo y el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), más el voto de la Secretaría de Estado de Cultura y el de la Fundación Corripio.
Se trata de la premiación más elevada e importante del país, en la cual coincide el criterio y valoración procedente de un universo de la cultura nacional.
Doña María Ugarte, ganadora del Premio Nacional de Literatura 2006, es un símbolo cultural y de magisterio abierto, es testimonio de positividad, ejemplo de incesante acción en favor de justas valoraciones de lo dominicano.
De lo que somos, de lo que tenemos, de lo que representamos.
Doña María fue excepcional desde la niñez, cuando era alumna del poeta sevillano Antonio Machado, quien pudo haber nutrido sus inclinaciones naturales con ese tono de reverencia histórica, filosófica y musical que se desprende de la obra machadiana Campos de Castilla, escrita mucho antes, cuando nuestra galardonada apenas tenía dos años de edad, pero sensación vigente en el poeta, por encima de cambios de estilo.
El impacto que puede causar el temprano encuentro de un alma sensible con personalidades como Machado o Julián Marías, su compañero de clases, filósofo eminente que tenemos íntimamente conectado con su maestro José Ortega y Gasset, ese impacto resulta imposible de establecer. Goethe hablaba de Las afinidades electivas, y yo pienso que las afinidades no se eligen: se traen, se tienen, y no hay más remedio que obedecerlas. Como escribe el novelista norteamericano Scott Fitzgerald, hay un sentido de decencias y valoraciones fundamentales que son repartidas desigualmente cuando se nace. Doña María tiene el germen de lo justiciero, y lo ha manejado insistentemente, tenazmente, en sus escritos a lo largo de seis décadas dominicanas. Ella sabe que el rezago latinoamericano es, en gran medida, fruto de la indisciplina, el descuido y la improvisación. A doña María tenemos que agradecerle el ejemplo de su tenacidad escrupulosa en la irradiación de positividades. Ha sido generadora de sabiduría y bien, y sigue siéndolo, como lo testimonia su próximo libro, actualmente en proceso de edición por el Banco Central de la República, titulado Textos literarios, con cuatrocientas páginas que recogen trabajos desde 1944 en los diarios La Nación y El Caribe posteriormente, conteniendo reseñas, semblanzas, entrevistas y estampas coloniales, que han sido reunidas por su hija literaria Jennette Miller, con cuya presencia contamos en la mesa de honor y quien habrá de leernos una semblanza de nuestra notable escritora.
La Fundación Corripio, encabezada por su presidente, José Luis Corripio Estrada, su familia y los integrantes de esta entidad difusora reverente de los valores nacionales, se sienten altamente complacidos y honrados al formar parte de quienes, con gran sentido de justicia, otorgan este Premio.
Muchas gracias.