Premio Nacional de Literatura 2013

Premio Nacional de Literatura 2013

Palabras del Ministro de Cultura, José Antonio  Rodríguez

Hoy se premia a José Mármol, principalmente poeta, pero también ensayista y crítico literario. Para no pocos entendidos el mayor exponente de los poetas de su generación. Hoy se premia a José Mármol y con él, al oficio de escritor, percibido de alto riesgo porque en el país los lectores son escasos, sobre todo de poesía, género que paradójicamente sigue siendo el más cultivado.

Hoy se premia a José Mármol, que tomó la poesía por asalto y a fuerza de acción y reflexión pudo protagonizar la ruptura necesaria en el momento adecuado.

Pienso que además del  valor intrínseco, su obra ha trascendido la frontera nacional, como lo testimonian sus premios tanto en América como en Europa;  evidenciando la existencia de vasos comunicantes con la tradición literaria iberoamericana y caribeña, que como semillas de luz, brotan en otros suelos, compensando la aridez de ciertas áreas del alma nacional.

Sirva la entrega de este premio para reiterar el compromiso del Ministerio de Cultura  de avanzar en la dirección  en que lo pensó Pedro Henríquez Ureña cuando  refiriéndose a la profesión literaria, entendía que con ella llegarían la  disciplina y el reposo que posibilitaban los grandes empeños, pero que no bastaba,  pues se necesitaba también la colaboración  viva y clara del público.

En el Ministerio de Cultura tenemos el propósito de trabajar con y para la población, y eso, aunque parezca simple no lo es, porque precisamos de romper una determinada tradición no exenta de ribetes instrumentalistas en la relación con los involucrados en el trabajo cultural. De manera tal que la tarea que emprendemos  tiende a crear  significados que nos ayudan a construir nuevos sentidos en el universo cultural dominicano. Todo en una lógica de actuación en el que el actor se transforma en sujeto porque lo popular es el punto de partida y de llegada del trabajo que desde este Ministerio estamos realizando.

Pero  mucho más alejado de las cosas terrenales les sonará a los que por ignorancia o mala fe entiendan desacertada la idea clave, el tema eje de nuestro trabajo: la  identidad, la dominicanidad. No sería extraño, históricamente ese proceso de creación de sentidos se nos vendió una idea deformada y deformante de lo que somos, la noción de la dominicanidad socialmente construida fue obra de las élites y sus intelectuales cuyo principio de alteridad implicaba la exclusión del “otro” que tiene nombre y varios apellidos: pobre, negro, mulato, criollo, mujer, homosexual, discapacitado, etnias, etc.  Es que nos leyeron con espejuelos europeos y nos colonizaron también el sentido de pertenencia porque olvidaron que éramos mucho más que blancos, católicos y propietarios. En fin, una nación imaginada que difería y difiere  de lo que somos en realidad.

Pero esa mirada hacia el interior que desdibujaba, castraba  la dominicanidad como sentido desde el estadio fundacional, no sólo tuvo un punto culminante en la “Era de Trujillo” sino que hoy día se mantiene como conjunto articulado de ideas dominantes anclada en el ser nacional, independientemente de que también es mayor la resistencia. Y eso adquiere una dimensión trágica en estos tiempos donde en nombre de un proyecto económico global, de liberalización de los mercados, se pretende una uniformidad cultural que convierta a ciudadanos en consumidores. Y como tales, clientes  que engullen bienes culturales y espirituales, enlatados y con preservativos, en este gran supermercado de las ideas que quieren convertir al planeta.

De ese modo, se desprecia la tradición, se banaliza y desfigura lo contestatario, se estigmatiza lo popular, el folclor se transforma en espectáculo para turistas y lo trascendente se aniquila en sus posibilidades de desarrollo, ahogándolo en un mar de informaciones que la sociedad red dispone creando confusión ante la imposibilidad de procesar y discriminar críticamente la paja del grano.

El individualismo narcisista, la pérdida de fe en proyectos colectivos, el hedonismo como un fin en sí mismo, las relaciones humanas equiparadas a las que establecemos con los objetos, efímeras y utilitarias etc., son los síntomas de una sociedad enferma…que como gritaba un grafiti en una  pared de la ciudad, que puede ser cualquier ciudad…tiene un dolor en la cultura.

Pero en medio de esa vorágine de la intrascendencia existe un pueblo que se resiste y se niega a morir, que reclama su derecho a la visibilidad, a que se le devuelva la voz, que lucha por ser el protagonista de su propia historia.

Ese es el escenario negativo en que nos toca intervenir, volando alto y mirando lejos como el guaraguao pero también con un cierto pragmatismo que nos permita reconocer los límites que imponen un entorno internacional y nacional acicateado por la crisis. Pensar y actuar en el terreno de la plausible, vale decir, el interregno entre lo deseable y lo posible, pero sin despejar la mirada en ese horizonte que al principio llamamos utopía.

Lo dominicano como telón de fondo de todas las iniciativas del Ministerio. Iniciativas que son la concreción de un programa de gobierno con políticas culturales definidas por el equipo de trabajo del hoy presidente Danilo Medina… lo dominicano en su valor, como materia prima del orgullo nacional, como el norte hacia donde se dirige nuestra necesidad de contribuir a ese proceso de construcción permanente en el lar nativo y los espacios de la diáspora, existe, a veces como realidad explícita, otras, como sustrato, pero que no siempre se revela o descodifica, sea por la deformación que aludimos como fallas de origen, sea porque tal vez nos falte un marco teórico y conceptual nuevo que nos permita leer la realidad siempre cambiante.

Hoy nos premia José Mármol   “voy a dibujar un pájaro que es su mismo vuelo. y un vuelo que aún no tiene pájaro […] no voy a dibujar un pájaro volando sino al mismo vuelo dibujándose…”

Muchas gracias
 Discurso de agradecimiento del poeta premiado, José Mármol

Escribir como acto de libertad (*)

Quisiera, en primer lugar, agradecer a la Fundación Corripio, Inc, al Ministerio de Cultura y a los honorables rectores de las prestigiosas altas casas de estudio, a saber, Universidad Central del Este (UCE), Universidad Católica de Santo Domingo (UCSD), Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC), Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), que convertidas en jurado han hecho posible que esta noche pueda dirigirme a ustedes en este escenario, al conferirme el inmenso honor de pasar a formar parte del conjunto de señeras figuras de las letras de nuestro país, que integran el prestigioso palmarés del Premio Nacional de Literatura. Gracias al doctor Jorge Tena Reyes por sus generosas palabras. Mi agradecimiento al cantautor y amigo José Antonio Rodríguez, Ministro de Cultura, por las palabras que acaba de pronunciar. Gracias a mi amigo, a mi hermano de la vida, Plinio Chahín, por sus enjundiosos juicios críticos y por su siempre solidaria e invaluable compañía. Mi gratitud también a todas las personas e instituciones que manifestaron su regocijo con esta premiación en mi favor a través de llamadas telefónicas o cartas, y, por supuesto, a través de las redes sociales como Facebook y Twitter, además de incontables correos electrónicos.

Esta es una distinción trascendente, que recibo con gratitud y humildad, en mi nombre y de mi modesta trayectoria literaria, en el de toda mi familia, especialmente, mi esposa Soraya y nuestros hijos Yasser y Alberto, y en nombre, si me lo permiten, de destacados representantes de la literatura dominicana contemporánea agrupados, de manera soberana, individual, como tiene que ser, en las generaciones literarias, intelectuales y artísticas con las que he cohabitado, cuyas inquietudes estéticas y conceptuales acompañaron a las ideas literarias y humanísticas que cerraron el siglo XX y vieron nacer el presente siglo XXI.  Con la exaltación de mis escritos, que considero todavía en ciernes, pues, soy de la poesía y el ensayo un incurable aprendiz, el Premio Nacional de Literatura ha dado una todavía más clara señal de pluralidad y de una marcada vocación de apertura hacia la valoración de la literatura producida por generaciones relativamente recientes en el ámbito de nuestra cultura y nuestra lengua.

Se ha producido el hecho de anunciar el premio otorgado a unanimidad, justo el día de la conmemoración del bicentenario del natalicio de Juan Pablo Duarte, padre de nuestra libertad, inspirador y activista de los más puros y avanzados sentimientos e ideales patrióticos que fundaron la esencia de la auténtica dominicanidad. Ese es un privilegio aún mayor.

No será esta, precisamente, una ocasión para la argumentación teórica ni para la reflexión estética, retórica o preceptiva acerca de la génesis del poema, del aforismo, del ensayo, y la imbricación de estos con el pensamiento y el lenguaje, su auténtico ADN. Sin embargo, quisiera compartir con ustedes, brevemente, unas simples ideas. A través de los años he reflexionado acerca de por qué escribir y por qué pensar en tiempos tan aciagos y en el crisol de una sociedad que, tirado su carruaje por las fieras y demonios del individualismo, la insolidaridad, el consumismo rapaz y la desesperanza, se regodea en su progreso y modernidad fatuos, en  sus solitarias muchedumbres, en su desgarrador vacío existencial y en una ingenua concepción de la historia como curva evolutiva hacia un estadio superior, aunque la cotidianidad esté tejida de desastres. ¿Para qué la poesía en tiempos de penurias?, se preguntaba el gran poeta alemán Hölderlin. El filósofo Martin Heidegger intentó desentrañar ese misterio esencial a la poesía de aquel poeta coterráneo suyo. También yo, desde mi humilde trinchera de ideas, me lo he preguntado siempre, sin que halle todavía, y para mi dicha, alguna respuesta.

Hemos perdido el frágil hálito de esperanza en un mundo mejor, instinto al que Ortega y Gasset llamó, en su momento, sentido de futurición. Porque el aquí y el ahora han sido reducidos a cosas, y por demás, cosas superfluas, banales, perentorias, estúpidas. Porque la racionalidad tecnológica radical nos somete al brillo de un instante, a la vertiginosidad de lo virtual, a la reificación del artefacto y su versatilidad digital, la plasticidad de su imagen tridimensional, el imperio del dato en detrimento de la imaginación y del ser humano que, a pesar de ello y del progreso de la ciencia, se maravilla como un niño con el simple, hermoso y natural acontecimiento de una luna llena sobre el horizonte del mar. Porque ser o no ser se reduce, en estos tiempos de terror, a tener o no tener, a llegar o no llegar a una meta cuyo impulso radica en la posesión de enseres ilusorios antes que en la plenitud del pensamiento y de la vida misma, como maravillas de la existencia humana.

Fue, y lo comparto, Zygmunt Bauman quien, al definir, con profundo conocimiento y belleza expresiva, la sociedad que llama líquida y consumista de la posmodernidad, y el individuo fluido, light, sin contornos y efímero que la habita, resaltó la incertidumbre y la precariedad como sus rasgos esenciales. La incertidumbre es al ser humano de hoy, lo que la página en blanco es al poeta; es decir, un desafío al pensamiento y la imaginación; un desafío existencial. Pero, la precariedad es una lacra del egocentrismo, de la falta de solidaridad entre los seres humanos. No hay razón para tanta pobreza en un planeta dichosamente rico, aunque, por desgracia, miserablemente explotado.

Por estas y otras tantas razones escribo.  Escribo para, a través del misterio de la palabra y el pensamiento, subvertir en el lenguaje y la imaginación el régimen opresor de la realidad establecida, la orgía de sangre y oro de los poderes fácticos, la aberración humana de las guerras; para combatir el hecho bochornoso de la inversión de la escala y jerarquía de valores en quienes habrían de tener el deber de dirigir las naciones para beneficio de sus conciudadanos, haciéndolo, en cambio, para su particular y rastrero beneficio. Escribo, para que la poesía, en cuanto que profunda virtud del espíritu poseso de una lengua y una cultura, sea, como lo soñó el poeta y libertador José Martí, parte esencial del progreso verdadero de la humanidad y de la educación de los pueblos.

Escribo para, tal vez sin lograrlo siquiera momentáneamente, encontrar en el poema la definición de la poesía que, algún día esplendoroso, quizás, me haga ver en ella, a través de la plasticidad y sonido de las palabras, una definición de mi propia vida. Escribo para encontrarme en el otro y construir juntos, del yo a tú, en perpetua actitud de diálogo, la senda de la justicia en la sociedad.

Escribo para mantener en mí y en mis hipotéticos lectores, esos alteregos cómplices de la recreación de lo que pienso y siento, la magia de lo lúdico apostado allí, precisamente, en contra de la desesperación, la insatisfacción, la envidia y la tragedia que signan, dolorosamente, la vida de los hombres y mujeres contemporáneos. Escribo para anteponer la vida a la muerte, la luz a la sombra, la alegría al dolor, el amor al desamor. Escribo porque es mi mayor acto de libertad. Escribo, pues, porque de no poder hacerlo, preferiría morir.

Para finalizar, quisiera que me permitieran un par de minutos más y compartir con ustedes, mis lectores, mis amigos, un sentimiento muy íntimo, tal vez, pero, indispensable para mí en esta ocasión tan especial. Se trata de rendir un entrañable tributo y ofrendar con este reconocimiento de que hoy soy objeto, a tres personas que no están esta noche con nosotros en presencia física, en esta bella sala del Teatro Nacional, aunque sí resplandecen sus rostros ante mí, por la fuerza de su espíritu y por todo el amor de que me hicieron dueño y, por fortuna, dador. Son ellos, mi padre José Dolores (don Lolo) quien falleció hace ya 27 años, a consecuencia de un accidente, justo cuando ya no era solo mi padre, que era ya más que bastante, sino, también mi más significativo amigo; también, nuestro tercer hijo, Rubens José, quien apenas hizo un asomo al mundo que duró cuatro días, suficientes, tal vez, para quedar espantado, horrorizado del mundo que le recibía, dejando, sin embargo, la más fértil huella de ternura y esperanza sobre nuestra familia y sobre mí y mi búsqueda incansable del sentido de la vida; por último, mi adorada y respetada madre Antonia, quien está en casa, en paz consigo misma, con Dios y con el mundo, porque su fe, fuerte, inamovible, fértil, y su capacidad de amar y proteger ha hecho felices a tantos seres humanos, entregándoles todo, sin haber sido nunca dueña de nada. Hoy, mi madre no es consciente de lo que le rodea o acontece, excepto de nuestra presencia y nuestro cariño, que le desprenden, al recibirlos, la sonrisa más hermosa que puedan alguna vez mostrar la vida y el mundo. Ellos me trazaron la senda de lo que debía, como me enseñó Píndaro, llegar a ser, el que simplemente soy, el agradecido, en su nombre, de todos ustedes.

Muchas gracias.

(*) Palabras del escritor pronunciadas durante el acto de entrega formal del Premio Nacional de Literatura 2013, en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, el 12 de febrero de 2013, en Santo Domingo, D. N., República Dominicana

Palabras de bienvenida de Jorge Tena R.

Señor José Luis Corripio Estrada, Presidente de la Fundación Corripio, Inc.

Señor José Antonio Rodríguez, Ministro de Cultura;

Lic. José Mármol Peña, ganador del Premio Nacional de Literatura  2013;

Lic. Plinio Chaín, quien tendrá a su cargo la semblanza del galardonado;

Señor Jacinto Gimbernard, Director Ejecutivo de la Fundación Corripio, Inc.;

Lic. José Alcántara Almánzar, Asesor de la Fundación Corripio, Inc.;

Señor Erasmo Cáffaro, Director General y Artístico del Teatro Nacional;

Señores miembros del jurado;

Señoras y señores invitados;

Distinguido público:

El acto de entrega del Premio Nacional de Literatura 2013 al poeta y ensayista José Mármol Peña, coincide este año con la conmemoración del bicentenario del natalicio del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte y Díez, también poeta de tendencia romántica. Las instituciones que comparten la responsabilidad de conferir este galardón saludan con beneplácito esta coincidencia.

Desde que en 1990 se efectuó la primera entrega del Premio Nacional de Literatura, el género poético aparece como el más demandado, por el número de participantes y de galardonados, tal vez, por ser uno de los géneros  literarios más cultivados en el país desde los albores de la colonización, si damos como cierto lo dicho por Juan de Castellanos en sus Elegías de varones ilustres de las Indias. Para este poeta sevillano, que vivió entre los años 1522 y 1607, cuando se produjo la sublevación de Enriquillo dijo que  aquí ya “se hacían sonetos y canciones, por lo que el Enrique se hizo tan valiente y se salió con sus intenciones”. Dicho esto  todo parece indicar que para 1532 teníamos ya en Santo Domingo más bohemios que soldados para combatir al cacique rebelde de la Sierra de Bahoruco.

Por su parte, José Vasconcelos afirmó en 1925 que Santo Domingo era un “verdadero  nido de poetas”. Con estas consideraciones, no es de extrañar la persistente presencia de los poetas que aspiran a ser merecedores del  codiciado premio nacional, por considerarse dignos exponentes de nuestra mejor literatura.

La presencia de todos nosotros en esta sala Carlos Piantini del Teatro Nacional,  para compartir la entrega del Premio Nacional de Literatura al Lic. José Mármol, es una prueba de la estimación que se le dispensa a los cultivadores de la poesía.

Creemos que el ejemplo de José Mármol debe ser emulado por la juventud de nuestro país para sepultar las motivaciones perversas que inquietan a nuestra sociedad  y que afectan sus expresiones más significativas: civilización, educación y  cultura; civilización y educación para aprender a respetar la convivencia armónica y cultura para mantener nuestra identidad como verdaderos dominicanos.

Desde la Fundación Corripio, Inc.  que sustenta el lema “Comprometida con la cultura”, nos hacemos eco de la expresión del humanista universal Pedro Henríquez Ureña cuando dijo: “La cultura salva a los pueblos”.

El premio anual de literatura se ha  colocado  como el más alto galardón que se le confiere anualmente en nuestro país a los cultivadores del buen decir;  reconocimiento que se ha consolidado por la rectitud ética de quienes han asumido el compromiso de sustentarlo, tales como  los miembros de la familia Corripio Alonso,   el Ministerio de Cultura  y  la reputación de las instituciones que asumen la responsabilidad de evaluar y de seleccionar  a los candidatos propuestos.

La pulcritud manifiesta en la selección del ganador  fortalece  el anhelo de contribuir  con la construcción  de una  patria más justa, próspera y feliz como la soñó Juan Pablo Duarte.

La Fundación Corripio, Inc.  y  el Ministerio de Cultura agradecen la ardua labor  realizada por las  instituciones de Educación Superior que integran el jurado de premiación: la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), la Universidad Central del Este (UCE), la Universidad Católica de Santo Domingo (UCSD) y el Instituto Tecnológico de Santo Domingo,(INTEC), representadas por sus respectivos rectores.

Señoras y señores:

¡Qué Dios bendiga esta noche de reconocimiento y de premiación al poeta galardonado en el  bicentenario del natalicio de Juan Pablo Duarte y Díez.

Muchas gracias.

 

 

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