Premio Nacional de Medicina, médico distinguido

Premio Nacional de Medicina, médico distinguido

JOSÉ SILIÉ RUIZ
Con gran satisfacción recibimos junto a otros distinguidos colegas, el galardón de «Médico Distinguido de la Sociedad’, acto llevado a cabo como parte del Premio Nacional de Medicina, versión 2007. Cada vez que recibimos algún reconocimiento por nuestras acciones, no les puedo negar a los amables lectores dominicales que reflexiono, me detengo a conversar conmigo mismo y ver si en realidad lo merezco o si lo recibimos como parte de una simple satisfacción vanidosa.

Lo que siempre concluimos es que cada reconocimiento ratifica en nosotros la decisión de ser cada vez más útiles, a la medicina dominicana y a la sociedad toda, que tanto necesita de sus hombres y mujeres de bien. Me compromete a obtener con trabajo, dedicación y entrega el próximo galardón.

Al recibir Albert Camus (uno de mis preferidos) el premio Nóbel de Literatura en Estocolmo, dijo estas palabras: «Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que se deshaga. Heredada de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas, en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo, no saben convencer». Estos juicios se adaptan muy bien a nuestra realidad: narcotráfico, carencias de servicios, grandes desigualdades sociales, violencia, etc.

Corresponde a Platón la definición singular de la Medicina como ciencia del sano y del enfermo. En el sistema ideológico griego el médico tuvo funciones especiales, no solo de sanador, por igual de gran ciudadano y de educador público en cuestiones morales y de buenas costumbres. La obra política y social del médico de hoy es muy diferente pero esencial, pues de ella depende el bien primordial de la salud, sin la cual el hombre no puede gozar de su plena libertad, tanto en su presente, como en su futuro, proyectado hacia condiciones de mejoramiento y superación que lo transforman y lo sitúan en un mundo nuevo y en su auténtica evolución como especie humana.

El médico fundamentalmente se debe al hombre, a su mejoramiento individual y social y en esta función se guía por la ciencia, no puede la investigación fría, la tecnología exagerada apartarlo de la grandeza de su diario vivir al servicio del semejante, de su amor, de su coexistencia con los problemas de la subsistencia, razón de ser de esta profesión, que es la más humanizada de las ciencias y la que más contribuye a hacerlo verdaderamente humano. Es cada vez más necesario que la selección en los que desean ser médicos se implementen controles más eficaces, principalmente en lo que respecta a la vocación, si queremos que esta sagrada profesión, vinculada a los dioses de la antigüedad y siempre sacerdotal, no pierda sus poderes extraordinarios, ni sus funciones sociales, ni se desacredite en popularización simplista, primaria e inhumana, y se convierta la medicina en una fría expoliación egoísta, igual a otras carreras, y guarde ésta su destino de amor y liberación en coexistencia con los problemas de la vida humana.

Los grandes adelantos de la medicina contemporánea, por enormes que sean, no pueden prescindir del acto médico, definido como «un coloquio singular». Coloquio de dos personajes:  médico y enfermo, acto cerrado en el espacio y tiempo, con todos los rigores de un acto científico, pero esencialmente humano, diálogo de dos almas en mutua y constante reacción. El ejercicio médico de hoy día es enormemente complejo, preciso, demandante y exigente, donde la conciencia vital y existencial nos cuestiona cada vez más, donde la ilustración y la cultura del médico no son ya más aditamentos ornamentales, sino que marcan hoy en la práctica la diferencia entre el “técnico” y el maestro, el primero intranscedente, necesita de subterfugios auxiliares en torno a un mundo puramente técnico, primario, estereotipado, él es solo científico, el segundo, universalista, muy culto, comunicador, disfruta de un sentimiento de autosuficiencia en ambos campos, que incluye preocupaciones no sólo por la perfección puramente científica, sino lo trascendente, global, cósmico y bidemensional en el enfoque de su trabajo junto al enfermo, ésta última opción únicamente se compra en el mostrador del éxito, cada médico nóbel decide dónde inscribirse.

El accionar médico no escapa a la triste realidad deshumanizadora, materialista, simplista e indolente de la sociedad actual. Sabemos que el acto médico alcanza su jerarquía máxima, al asumir su específico destino al hacer conciencia de la gran responsabilidad de que nos manejamos con la “vida y la muerte”. A sabiendas de que no somos máquinas frías para producir diagnósticos u opiniones médicas, así sean éstas las más deslumbrantes realizaciones de la inteligencia. Por eso, en estas reflexiones de agradecimiento, deseamos ratificar, en especial a los más jóvenes, que desde sus primeros pasos en este quehacer hipocrático, asuman más que nada la verdadera responsabilidad de un verdadero médico: una adecuada formación cultural y humanista, una gran inteligencia emocional, una centrada y determinada vocación, un actualizado accionar científico y moral, en combinación con la técnica moderna, con el propósito de verdaderamente ayudar a sus congéneres en el alivio del dolor y la enfermedad, que es al final razón de ser de esta profesión de nuestros amores.

El médico enfrentado a la realidad social actual, necesita de cualidades excepcionales, porque se nos exige: ser buenos como santos, inteligentes como genios, juiciosos como sabios, equilibrados emocionalmente como Buda y empresarialmente exitosos como el mejor industrial. Sobretodo, lo que más vale, al final, es ser moralmente sanos para servir y poder vivir. Solo entonces seríamos iguales que esos maestros de la medicina que han sido reconocidos anteriormente; ahí están sus ejemplos a imitar. Deseamos agradecer a los doctores Abel González Massenet y Sergio Solís Taveras, por su gran deferencia para con nosotros, al conferirnos este valiosísimo galardón.

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