Premio Nobel, lo eterno

Premio Nobel, lo eterno

La vida es una especie de corrida de toros, que en ocasiones puede resultar áspera y bronca, pero donde penosamente de donde sólo se sale airoso parcialmente, pues no podemos cortar las orejas del toro de la vida, y menos poder dar nosotros la estocada final a esa brava y encastada bestia, terminamos siendo unos triunfadores sin trofeos, es una realidad incontrovertible, somos finitos. 

Estos juicios los comenté conmigo mismo en razón de que hace dos semanas se otorgó el Premio Nobel de Medicina a tres investigadores norteamericanos, los científicos Carol Greider, Elizabeth Blackburn y Jack Francfort, premiados por sus investigaciones desde los años setenta sobre los extremos protectores de los cromosomas, los telomeros y la enzima telomerasa, son los que garantizan la integridad de la multiplicación del ADN.

El hombre a través de su historia ha procurado la piedra filosofal, la eterna juventud, o en su defecto hacerse imperecedero.  Hemos visto a través de los siglos a ese humano en búsqueda de una existencia imaginaria para satisfacer sueños, ilusiones y anhelos para promover esa facticia corporal de ser eternos; pero siempre cuando hay conciencia suficiente, nos aceptamos como simples humanos.

Cuando terminé el cuarto curso de la primaria, en el Colegio Loyola, fui premiado por conducta y aplicación, con una obrita infantil que aún conservo en mi biblioteca, gracias al buen –curador- que es mi padre, la obra de William Shakespeare, el “Rey Lear”, donde en el acto cuarto señala: “Me parece que os conozco; y que conozco a este hombre; pero estoy confuso, pues ignoro en absoluto en qué lugar estoy, y por más que recorro mi memoria no recuerdo haber traído puestos estos vestidos, y donde he pasado la última noche”. Qué conexión pudiera tener esa producción del escritor de Stratford, sencillamente habla de la senectud, de la muerte neuronal.

Los descubrimientos de los galardonados, se refieren a lo que se pudiera considerar la parte que protege los cromosomas, que sabemos son las estructuras que forman la biología viviente, ese código proteico que en secuencias nos hacen seres vivos, esos telomeros serían como los protectores de los extremos para que se puedan seguir replicando las células, parecidos a esos pedazos de plástico que tiene los cordones de los zapatos en sus inicios para poder entrarlos en los hoyos.  Las telemerasas, son las sustancias protectoras de esos extremos de resguardo.  En las células cancerígenas estos elementos se amplifican en términos de defensa y las hacen eternas, por eso hasta hoy hemos perdido la batalla de combatirlas, son gladiadores espartanos con tecnología del presente siglo.

Estos encuentros nos ayudaran a mejorar las terapias anti-cancerígenas, pero por igual nos aceran a descifrar una compleja ecuación que estudiaba en días pasados, al leer una obra sobre envejecimiento cerebral.  La neurona cerebral, se protege en relación directa de sus telometros, pero decayendo la plasticidad desde los 25 años.   Pues en cada división celular no se disminuía esa protección de los gametos, pero sí se iniciaba entonces el envejecimiento cerebral, al aumentar la replicación celular normal con disminución de acción de la telomerasa.

Pero en el número de este mes de la revista inglesa Nature, se presentan investigaciones por austriacos de la –espermida-, molécula protectora, que sí podría ser el inicio de esa anhelada eterna juventud.  No todo está perdido.

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