En mi primera escuela, la familia, aprendí que no era prudente hablar de uno mismo, que era “preferible actuar correctamente para que sean otros los que hablen de ti”. Esto implicaba no solo portarse bien, sino también cuidar la pronunciación y nunca hablar mal de los demás.
Es por esa razón que hasta ahora no había mencionado un acontecimiento que, para nuestra familia, fue un milagro: algo que no solicitamos y que, de manera sorprendente, nos ofrecieron.
Nuestra familia es creyente, aunque no practica ninguna religión en particular. Sin embargo, una respetable institución religiosa se fijó en nosotros, simplemente porque dentro de su misión figura la construcción de familias funcionales.
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Vieron en nuestra familia una especie de legado, y nosotros aceptamos el reconocimiento con mucho gusto, porque también creemos que la familia es la primera escuela de los seres humanos. Entendemos perfectamente que los valores se aprenden en el hogar, mientras que en la escuela formal se adquieren las demás disciplinas indispensables para funcionar adecuadamente.
Este año, ocurrió lo inesperado: mi matrimonio de 47 años fue reconocido con el premio “Valores Familiares”, otorgado anualmente por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Este acontecimiento tuvo lugar el 18 de septiembre. Aunque quería escribir sobre esto antes, preferí reflexionar primero sobre cómo abordar un tema tan personal: mi familia.
Bajo el lema “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de esa iglesia han hecho un llamado a los ciudadanos responsables y a los funcionarios de gobierno de todo el mundo para que fomenten “aquellas medidas destinadas a fortalecer a la familia y mantenerla como la unidad fundamental de la sociedad”.
Siguiendo esta proclamación, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se fundamenta en las enseñanzas de Jesús, no reniega del Antiguo Testamento y se guía por el “Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo”.
Como parte de su estrategia para fortalecer la familia, la más alta jerarquía regional y local de la iglesia nos entregó un trofeo que atesoramos y valoramos profundamente. Los élderes, que son ministros de Cristo llamados para administrar los asuntos espirituales de la iglesia, nos hicieron entrega del galardón. Jorge Zeballos y Valeri Cordón, representantes locales y regionales, nos honraron con sendos discursos en los que resaltaron el valor de la familia y su compromiso como religiosos de promoverla como aporte tanto social y espiritual.
Esta iglesia se está modernizando. Ya no vemos a los hombres de pantalón negro y camisa blanca recorriendo las calles de los barrios y ciudades en bicicleta; sus prédicas están fuertemente vinculadas al ejemplo, y por eso se transportan hasta en “guaguas voladoras”. El hecho de premiar a una familia que no pertenece a su congregación refleja una admirable apertura social para llevar el mensaje de Cristo.
Mi esposo, Daniel Toribio, mis hijos Robert, Pablo y Patricia, y nuestros diez nietos nos sentimos profundamente honrados con este reconocimiento. Creo que es motivador seguir fortaleciendo la familia como un mecanismo para contrarrestar muchos de los males que afectan al complicado mundo en el que vivimos.
Siempre he creído que no deberíamos recibir premios por hacer lo correcto, pero si nuestro ejemplo inspira a otros, es un verdadero placer compartirlo. Mi familia extendida y las personas que nos acompañaron en el evento quedaron gratamente impresionadas.