Preñados de vocación

Preñados de vocación

TONY PÉREZ
La Universidad Autónoma de Santo Domingo es como una caldera en ebullición permanente. Nada más que por momentos la efervescencia se vuelve latente. Como quiera esta academia arde, sufre un malestar circular cuyas causas pocos desean tocar debido a la madeja de intereses que arropa todo y los riesgos en juego.

Sus dos grandes problemas son: el monstruo del clientelismo y el populismo que relega la misión, visión y valores; y la deuda social acumulada casi impagable que le sembró el ex presidente Joaquín Balaguer, quien la llevó a sobrevivir con ventilador a fin de arrinconarla porque no comulgaba con su existencia.

Durante los gobiernos de Leonel Fernández la UASD ha recibido sin embargo el más consistente apoyo económico y moral de la historia democrática.

Muchos edificios han sido construidos y equipados con tecnología de punta. Y cada vez que las autoridades necesitan dinero para completar nóminas, apelan al Gobierno que siempre cede sin preguntarles sobre el origen de su déficit. Es decir, como nunca, hay una voluntad demostrada para apoyar a la academia estatal en la administración de su crisis económica.

Pero a lo interno falta la gran obra que deben repensar y edificar los arquitectos e ingenieros del saber, sus protagonistas: construir una academia competente que sirva al desarrollo del país y se distancie de las eternas diatribas y las componendas politiqueras y amagos de caos en todos los niveles.

Y eso no será posible mientras muchos de los profesores, empleados y estudiantes piensen, frente a la indiferencia de la mayoría, que la institución estatal es como una piñata o una parcela donde se puede sembrar conforme los deseos de cada quien, sin valorar clima y potencial de producción del terreno.

Allí, la costumbre es formar grupitos para enredarse en la fatal e incontrolable rueda electoral de la vida universitaria. Por los pasillos dicen que quien no se integra a estas redes, queda a expensas de los golpeos rabiosos de cualquiera porque no tendría defensa aunque tenga la razón. No están lejos de la verdad, pues se ve que los “no alineados” carecen de gran aprecio.

El activismo político es continuo y está puntero en la agenda uasdiana; determina su razón de ser. Eso no sería tan vergonzoso si, para conseguir sus objetivos inmediatos o futuros, los protagonistas no actuaran de la peor manera, tan cerca de los métodos usados por el criticado ex profesor Balaguer cuando fue varias veces presidente de la República: frenando proyectos importantes, chantajeando, creando mendigos y claques, eliminando contrarios, actuando con doble moral y alejándose de la calidad.

No veo diferencia entre el político que saca a un sicario de la cárcel para asesinar a un adversario o para formar frentes de seguridad en las campañas y el académico o empleado que, en sus permanentes afanes electoreros, pone en juego el prestigio que le queda a la academia armándose con adláteres de la peor clase para que le guarden las espaldas y obedezcan a cualquier orden, incluida la agresión física y moral. Ambos matan.

No veo diferencia entre el político que negocia el silencio a cambio de una comisión económica jugosa y el académico o empleado que sepultan en el olvido los expedientes de corrupción a cambio de apoyos incondicionales. Son iguales.

Tampoco veo diferencia entre quien sacrifica proyectos importantes para el Estado porque entiende que beneficiarían electoralmente a su competencia y el funcionario o empleado que en la academia rompe o manda a la morgue cualquier iniciativa de alguien que define como su adversario y lo quiere sus pies. Solo cambian los escenarios.

Menos veo diferencia entre las campañas de rumores y chismes que apuntan al asesinato de reputación de terceros en el ambiente político nacional y quienes, asidos de buena fe, en la universidad propulsan la pulcritud pero se dejan rodear de sujetos venenosos con tenebrosos back ground de honestidad. Perdón, sólo cambian los protagonistas.

Entonces, no es posible lograr un sano objetivo con corruptos bien lavados para la ocasión.

La UASD sufre un escalofrío sistémico que no la deja avanzar pese a los quijotes, por tanto le falta un sacudión institucional sin mala fe, sobre todo sincero, honesto, distante de la retórica hueca y politiquera porque la gente está cansada de abrazos de osos y caperucitas rojas.

Sólo cuando esta academia deje de ser un codiciado botín para repartir, desaparecerán aquellos preñados de “vocación de servicio” y sus corifeos buscadores de dádivas que lo han arruinado todo. Entonces tendremos las sinergias de sujetos proactivos y ricos en propuestas para construir, jamás destruir, la universidad que soñamos. Aunque no parezca, la explosiva coyuntura actual es una buena oportunidad para comenzar.

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