Preocupación

<p>Preocupación</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
El asesinato de Teódulo Ceballos Peñaló promete sacar a flote una sórdida y comprometedora historia. El tráfico de estupefacientes concita el interés de muchas personas en razón de que el mundo ha sepultado los valores morales. De manera que el enriquecimiento a la ligera pretiere a la integridad personal, y envuelve a los menos comprometidos con principios ligados a la ley natural. Este diario está ofreciéndonos un retrato de lo que ocurre en el país, alrededor de todos, y prácticamente sin que nos demos cuenta. Lo cual, por supuesto, es grave.

La lectura de fragmentos de los oficios enviados por Ceballos Peñaló a departamentos públicos, son reveladores. Y aunque no aluden sino a las contingencias de una responsabilidad aparentemente monótona, son estremecedores. Las sórdidas y complejas relaciones entre funcionarios responsables por la eliminación de ese tráfico de estupefacientes, proyectadas en los párrafos publicados, obligan a reestudiar las políticas puestas en marcha alrededor de este negocio.

Hace poco dijimos a un empresario estadounidense, que desea colocar en nuestro país máquinas destinadas a detectar usuarios de drogas, que no creíamos en esas campañas. Los verdaderos centros de control, aquellos que comienzan en el seno familiar, están deshechos. La modernidad ha doblegado, cuando no roto, los lazos que dieron sentido al orgullo por los apellidos familiares. Como si no hubiese escuchado nuestros argumentos, el empresario se empecinó en ponderar la eficacia de los equipos que introduce en la República.

Entonces le dijimos que Estados Unidos de Norteamérica no ha destruido el negocio de las drogas porque muchos brazos dependen del mismo. “A todos los niveles, desde el pináculo hasta la menos importante de las agencias a cargo”, dijimos en forma enfática. ¡Cuán lejos, sin embargo, nos hallábamos de advertir que ese cáncer inficionó en forma tan peligrosa el cuerpo social de los dominicanos! Desde su tumba, Ceballos Peñaló hace la terrible denuncia. Que también debíamos asumir como una advertencia para evitar el descalabro final de esta sociedad.

Hace bien este diario al darnos a conocer pormenores de las indagatorias practicadas por la comisión especial que integró la Procuraduría General de la República. Hemos leído informaciones que repiten noticias conocidas o intuidas alrededor de una cuestión que conmocionó la comunidad de Sosúa. Pero son estos fragmentos entresacados  de oficios de Ceballos Peñaló, principalmente a la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas, los que determinan la diferencia. Una diferencia que nos denigra, sin duda alguna, aunque no hace más que resaltar la necesidad, como hemos dicho, de que se reconsideren políticas de control de la venta de sustancias prohibidas.

Vendedores y compradores de ellas debían saber que unos pueden enriquecerse sobremanera y otros empobrecerse. Pero lo que todos debíamos advertir son las repercusiones que el consumo de las drogas narcóticas tiene sobre nuestra progenie. Aseguran los que de esto conocen, y nosotros repetimos, que los efectos sobre nuestro organismo son irreversibles por cinco generaciones. En consecuencia, los que se dañan el cerebro por hacerse adictos a cualesquiera de esas sustancias no sólo sucumben ellos, sino que acarrean daños enormes a quienes los suceden en la vida.

Lo que se publica en este diario por estos días tiene por tanto, un doble efecto. Por un lado, advierte que acontecimientos como aquél en que resultó muerto Ceballos Peñaló, generan dolor y preocupación en amplios sectores sociales. Por el otro, llama a la necesidad de reorientar la lucha contra este tráfico, y sobre todo, redefinir el objeto de las campañas publicitarias disuasivas frente a los potenciales adquirientes.

La principal campaña contra las drogas debía adentrarse en ese aspecto del aniquilamiento del cerebro del consumidor. Porque debemos determinar cuál es la finalidad de las generaciones de hoy. Si nuestro propósito es dar lugar a una Nación en donde prevalezca la estulticia, vamos por el camino correcto. Si la finalidad de estas generaciones es legar un país mejor, e inclinado al progreso de sus gentes, hemos de retornar a las familias vigilantes y vigorosas. Y a una lucha real contra este negocio.

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