Ciertamente: los tiempos recomiendan que los Estados contribuyan a la permanencia, y hasta al crecimiento, de diversos consumos de las poblaciones, modo de apoyar el movimiento de las economías que estén dando señales de recesión. Pero en el caso particular de República Dominicana, los reclamos de que el gobierno sea prudente y austero y bien orientado fiscalmente proviene de la apreciación de que el Erario es sometido a extracciones desproporcionadas; porque si bien es cierto que la Administración Pública contiene a muchos empleados menores que necesitan ganarse el pan y demandar productos, es notoria la presencia numerosa de altos cargos; más de los necesarios.
El Estado dominicano contiene unas crecidas cúspides de funcionarios con ingresos que superan el promedio de otros países similares. Incluso la nómina de secretarios, con o sin cartera, de subsecretarios y del personal diplomático y consultar esparcido por el mundo, es de unas dimensiones que corresponderían a una nación con el doblede extensión territorial, de población y producción de lo que en realidad somos. Este Estado tiene que organizarse con rigor y manejarse con lupa sobre cada centavo de sueldos y contrataciones diversas, ejecución de obras, servicios y suministros. La sociedad, en verdad, está preocupada por la calidad del gasto público, más que por sus alcances.
Megaresistencia a bajar precios
Las cotizaciones de crudos y de otros renglones externos han caído a nivel mundial, pero como van las cosas, los dominicanos solo van a recibir consecuencias de ello porque han bajado los precios de los combustibles, y como muchos entes de la producción local y de la intermediación se aferran a los costos pasados de las materias primas e insumos, el beneficio de este saludable cambio de tendencia de los mercados podría quedarse sin llegar a los consumidores finales.
Fieles defensores de los costos de reposición, algunos núcleos empresariales, a los que se suman otros dueños del país, reclaman tiempo para bajar lo que con intensa presteza subieron al comenzar esta debacle. Lo usual es que alimentos y servicios disparen sus precios a la menor señal de alza externa. Lo inverso casi nunca ocurre. Reglas mercuriales extremas, establecidas para nunca perder (ley del embudo) conservan su vigencia.