Preocupaciones con la libertad (1)

Preocupaciones con la libertad (1)

De repente se tropieza uno con situaciones especialmente inquietantes que le golpean el rostro a la vez que crean una extraña sensación desconcertante. Sentimos que estamos hundiéndonos en una práctica absurda de la libertad. El miércoles de esta semana que termina tuve una experiencia preocupante transitando por la avenida Winston Churchill, que cuenta con cuatro carriles para vehículos motorizados y una excelente y novedosa vía para ciclistas debidamente señalizada para prohibir el uso de motocicletas. Lo primero que vi fue que un policía se paseaba en su motocicleta tranquilamente por el sendero, evitando atropellar transeúntes, ciclistas o no.
Un AMET, distraído, contemplaba la escena, sin intervenir. Apenas estaba dedicado a contradecir los “semáforos inteligentes”, creando un caos que nos hizo tomar algo más de una hora para llegar desde la esquina de La Sirena hasta la avenida Independencia mientras los numerosos oficiales de AMET con que nos encontrábamos en el camino no hacían nada por ayudar. Alguien habló de libertad cuando yo hice notar que muchos conductores estaban entretenidos con sus teléfonos móviles, conversando, chateando a pesar de que está prohibido mientras se maneja.
Eso me ha hecho pensar mucho sobre la libertad.
Nosotros, los esclavos de nuestras pasiones, los esclavos de nuestras necesidades orgánicas y esclavos de nuestros propósitos -buenos y malos- a menudo hacemos falsas ideas en cuanto a las posibilidades de la libertad.
En verdad el hombre no tiene capacidad ni posibilidades para ser totalmente libre. Su propia naturaleza se lo impide.
Los hombres que triunfan -como los países que triunfan- son aquellos que tienen una notable capacidad de propia restricción a sus naturales instintos de holganza y de desorden, de indisciplina y propia compasión. Son aquellos que ponen sólidas represas a todo lo que es dañino de sus instintos y pasiones. Son seres que se autoimponen leyes y que, mediante el persistente uso y ejercicio de esas leyes, coartan su libertad de acción, siempre que la acción no obedezca a propósitos preestablecidos y convenientes.
Dice John Locke: “La ley, por definición, impone limitaciones a la conducta individual. Esto no quiere decir, sin embargo, que la ley por sí misma es enemiga de la libertad, ya que la ley, en su verdadera idea, no es tanto la limitación como la dirección de un agente libre e inteligente hacia su propio interés y no proscribe más allá de lo que es necesario para quienes están bajo la ley. Si pudieran los hombres ser más felices sin esta, la ley, como algo inútil, se desvanecería… El fin de la ley no es restringir o abolir, sino preservar y ampliar la libertad. Porque en todos los estados de seres creados, aptos para tener leyes, donde no hay ley no hay libertad”.
Apliquemos la ley para que podamos ser libres.

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