Preocupaciones por el orden, el desorden y una revolución mental

Preocupaciones por el orden, el desorden y una revolución mental

Lo que me preocupa no son los hechos aislados. Me preocupa la malignidad de su enseñanza, la contagiosa realidad de sus consecuencias. Ya escribía San Agustín en sus Confesiones (lib. XIII, cap. IX, § 10) que “Las cosas menos ordenadas se hallan inquietas; ordénanse y descansan”.

El desorden que reina como un  omnipotente soberano enloquecido en el tránsito vehicular de nuestro país, ha hecho y hace mayor daño  del que habitualmente se le atribuye.

No sólo se trata de las víctimas directas, impactadas por el inconcesivo y raudo vehículo que atropella al peatón o  conductor de un destartalado artefacto de dos ruedas que, a menudo, lleva dos pasajeros en el asiento trasero y una criatura de escasos meses en brazos de una mujer –a veces embarazada-; o esa motocicleta que transporta cargas inverosímiles: tanques de gas propano, enormes cajas de cartón, una tabla de planchar, una plancha de zinc…cualquier cosa.

Tales accidentes suceden con tanta frecuencia que ya ni se mencionan.

No son noticia.

Lo que tampoco es noticia y  cuando se menciona carece de impacto, es que el desorden se agiganta y se multiplica, que viejas “malas costumbres” han crecido  con la sorprendente presurosidad  de la verdolaga, ya sin los controles del terror trujillista, (que parecía tener los cien ojos de Argos, aquel personaje de la mitología griega),  y resulta que al descabezamiento de la tiranía, llegó la permisividad como técnica política de permanencia en el poder. Aparecieron los “padres de familia” que, “dueños del país” como han sido justamente designados,  violan todas las leyes de tránsito.  Intentan justificarse señalando lo irrisorio de sus ingresos, las necesidades de sus familias, unas graves, otras no, en una población  como la nuestra, donde  la ostentación es un valor primario, y casi todo el mundo quiere vivir  fácilmente como rico. 

Siempre he creído que los presidentes de naciones, a menos que estén asentados sobre una dictadura, no pueden hacer lo que quisieran…y aún así…con cautela y peligrosidad.

Se requiere una revolución mental. Algo como lo que propugnaba Juan Bosch: Un cambio drástico, tenaz y enérgico en los tradicionales malos manejos de la superestructura política. Un orden inflexible en las prioridades, en el uso de los medicamentos curativos o paliativos de las enfermedades históricas de la Nación.

Cierto que tales terquedades en la aplicación de medidas correctivas que perjudican a pequeños grupos de gran poder (“los tutumpotes”- decía), resultan ser altamente peligrosos para perdurar en el poder.  Se vio con Bosch: Apenas duró siete meses en el poder, tratando de imponer  ideas nuevas, más justas y lógicas; con crear una revolución en las mentes. Crear  un cambio.  Conminando a la disciplina y a la austeridad en todos los niveles. 

Ortega y Gasset nos dice en El Tema de nuestro tiempo: “Lo menos esencial en las verdaderas revoluciones es la violencia. Aunque ello sea poco probable, cabe inclusive imaginar que  una revolución se cumpla en seco, sin una gota de sangre. La revolución no es la barricada, sino un estado del espíritu”.

Sensato y firme.   

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