Nadie dude del valor funcional de los partidos políticos, imprescindibles para el juego democrático; para ejercitar y mantener la libertad; para la canalización idónea de la voluntad de los ciudadanos. Pero que nadie dude tampoco que las entidades políticas pueden ser también obstáculos a la buena marcha de un país, al avance de la institucionalidad. En nuestro medio, de manera particular, lo han sido en persistentes ocasiones por conflictos de sus dirigentes con la ética o porque los comportamientos individualistas han sido de mezquindad. Otras veces porque la política ha sido utilizada escandalosamente para la búsqueda de lucro. Un rápido balance hallaría que muchos vicios del pasado en los ámbitos de la política y el poder se han prolongado hasta el presente por culpa de sectores partidistas, a despecho de grandes líderes de comportamiento ejemplar.
Lo recurrente y lo que en este momento mueve a deplorar el accionar partidario son las imposiciones de cúpulas y los acuerdos inter partidarios que convierten a unos pocos dedos en súper poderosos, en contra de la libertad interna para aspirar y someterse a la votación de las militancias y convertirse en candidatos congresionales y municipales. La involución está en marcha antidemocráticamente en los principales agrupamientos políticos, con líderes que se exceden en la discrecionalidad.
En el Día de los Difuntos
Constituye una expresión genuina de civilización el respeto que las sociedades guardan por aquellos seres que nos precedieron en el paso por la vida, legándonos mucho de lo que hoy existe, en lo particular, en lo familiar y en lo colectivo. Exaltar la memoria de los difuntos es mirar atrás y bendecir con orgullo el origen de esta descendencia que somos; y es también una forma de conferir categoría imperecedera a los amigos y familiares que partieron prematuramente.
No obstante, siempre será muy condenable el hecho de que a pesar de la tradición de rodear de dignidad y homenaje a los finados, la mayoría de los cementerios de este país, que no son privados, están desprotegidos, a veces en completo abandono o en caótica y abigarrada distribución de tumbas en los espacios; e incluso peor todavía: algunos camposantos son pasto de ladrones que ofenden la memoria de los muertos y los sentimientos de los vivos.