Presencia africana en las artes populares de RD

Presencia africana en las artes populares de RD

POR SORAYA ARACENA 
Giovanny Guzmán, músico y sacerdote de la religiosidad popular en el poblado de Haina, afirma sobre los diversos tipos de tambores que “no suenan por sonar, cuando un tambor lo hace son muchas las entidades que traen”.

Para la construcción de estos instrumentos de percusión se usan materiales legados por la naturaleza como son: troncos de árboles caídos, piel de chivo y soga de fibra vegetal.

Esto corrobora las millones de posibilidades que ofrece el medioambiente al hombre para su bienestar y desarrollo.

Existen decenas  de constructores de éstos instrumentos musicales dispersos en todas nuestras provincias y centros urbanos.

Entre ellos destaca Sixto Menier, capitán de los Congos del Espíritu Santo de la comunidad de Mata los Indios de Villa Mella, quien construye canoitas (especie de claves que marcan el ritmo a seguir) así como los congos (tambores propios del lugar).


Junto a los tambores antes mencionados, se encuentran  los palos o atabales, la tambora, el balsié y los usados en el complejo ritual de las fiestas conocidas como Sarandunga, en honor a San Juan Bautista en la provincia sur de Baní. 

Si bien los taínos tenían sus máscaras como expresión artesanal, por excelencia de la persistencia de la influencia africana en las artes dominicanas, aparecen las mismas que, en las culturas africanas, son usadas en los ritos nocturnos para que los espíritus se manifiesten a través de ellas.

Dichos ritos exigen lujo y un cuidadoso aparato escénico. En ellos tienen lugar las danzas de máscaras con vestidos exóticos y fantásticos.

Dichas obras de arte popular, probablemente, fueron introducidas al país en el siglo XV por los colonizadores españoles quienes usaban las mismas en algunas fiestas cristianas celebradas en las nuevas tierras conquistadas.

Así ocurría durante las festividades de Corpus Cristi, las primeras fiestas tradicionales españolas que se realizaron aquí.

Posteriormente, éstas máscaras fueron enriquecidas por los africanos, que agregaron a las mismas dientes de vaca y caballo, pelo de chivo y parte del colorido que ostentan.

En República Dominicana, existe una amalgamada diversidad de máscaras.

 Algunas usan como base el fruto de higüero para su realización y otras se confeccionan  en papel maché.

Existen  importantes constructores de éste renglón artesanal, siendo los más conocidos los maestros Carlos Francisco Marte “Cayoya”  y José Lantigua Cruz “Bule”,  ambos de la provincia norte de La Vega.

El primero, en muchas de sus obras, nos ofrece el rostro del diablo, desenfadado, divertido y a veces grotesco. 

Otro maestro de éste arte, es José Domingo de la Cruz, de la provincia noroeste de Montecristi.

Allí se realiza se realiza uno de los carnavales más impresionantes, el de los toros y civiles,   con sus caretas que representan vacas, toros y en ocasiones aves.

También en los collares y otros objetos asociados al adorno corporal, elaborados  con semillas, caracoles y  fibras vegetales, se aprecia el legado africano.

 Aún y los siglos que han transcurrido ese legado permea nuestra cultura.

No obstante, las aportaciones realizadas por éste grupo a las artes populares y a lo que es la cultura actual, todavía en el país, se trata de esconder  este legado, sin el que éste pueblo no fuera lo que  es, dominicano;  con una diversidad cultural fascinante que hay que proseguir  investigando a fondo, aunque no existe una política que auspicie las investigaciones etnográficas;  pues si no se conoce corremos el riesgo de quedar reducidos a una fría, falsa y estereotipada caricatura  de lo que podrámos ser, un pueblo orgulloso de sus raíces  que acepta que gran parte de sus expresiones culturales se han crecido gracias a la permanencia del negro.

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