Presencia haitiana

Presencia haitiana

PEDRO CONDE STURLA
El pasado martes 9 de agosto, a las 6:00 p.m., en la esquina José Contreras con Máximo Gómez me detuvo el semáforo, o mejor dicho el agente de Amet, frente a la cerca de UTESA. Allí había entre cinco o siete muchachitos haitianos con palos en las manos. Uno de ellos vino hacia mi vehículo y tocó el vidrio con los nudillos, primero suavemente, pero con actitud agresiva. Le hice una seña dándole a entender que no tenía menudo, nada que darle.

Además, por experiencias ajenas, de las cuales hemos oído hablar hasta la saciedad, ya me hice a la costumbre de no bajar el vidrio ante las demandas de los que pueden ser inocentes pedigüeños o cómplices de delincuentes dispuestos a arrancarte la cabeza.

El muchachito volvió a golpear el vidrio, esta vez con fuerza, y yo traté de ignorarlo. Entonces comenzó a golpear con la palma de la mano y yo sentí que el vidrio se resentía, pero seguí ignorándolo, pretendiendo ignorarlo. Absurdamente pensé que si el muchachito haitiano rompía el vidrio, el agente de Amet me pondría una multa por andar en un vehículo destartalado o quizás me lo confiscaría.

Cuando la fila de carros comenzó a avanzar en el momento en que el agente de Amet se puso en verde, el muchachito haitiano se ensañó contra el capó, golpeando con el puño y amenazando con el palo, a pesar de que yo le hacía señas de que se quitara, y finalmente descargó el golpe contra la carrocería con daños menores. Seguí entonces mi camino. La otra opción era bajarme, hacer una escena y que me molieran a palos, y a lo mejor caer preso. Yo sería la última persona en maltratar o denigrar a un haitiano y el último en hacerme cómplice del antihaitianismo caníbal que exhiben los «nazionalistas», y me pregunto por el contrario qué fuerza, qué autoridad, qué mafia, qué banda de delincuentes dominicanos está detrás de la prepotencia del haitianito que me agredió. Él no es más que un simple instrumento, un títere que alguien maneja para su beneficio. Inconscientemente, el títere contribuye a alimentar el odio contra los suyos, pero el titiritero no es de los suyos.

Ya se sabe con lujo de detalles que las haitianas que mendigan con niños en los brazos son fichas de una organización criminal que las distribuye de madrugada por la ciudad capital –en autobús– y las recoge puntualmente al final de la jornada. Ellas también contribuyen a fomentar el sentimiento antihaitiano, pero son parte de un negocio dirigido por dominicanos.

El tráfico de haitianos indocumentados por la frontera no se realiza sin el concurso de dominicanos, civiles y militares, y en algunos casos tiene ribetes de ingenio. Las Fuerzas armadas, según me contó un testigo presencial, mantiene puestos de control en todos los pueblos fronterizos con el propósito de inspeccionar los vehículos de transporte público. Guagua que pasa, guagua que detienen, con resultados regularmente magros. El secreto del contrabando de haitianos, que es un secreto a voces, es que las guaguas se detienen a una cierta distancia de los puestos de control, y en medio de la nada aparecen motoconchistas dominicanos, dos en cada moto. Los haitianos bajan y la guagua sigue su camino. Entonces los haitianos se montan entre los dominicanos, se disimulan a manera de sangüiche, y aunque el calor de macho empolla, mientras los guardias revisan la guagua los motoconchistas burlan la vigilancia y un poco más adelante se detienen a esperar el mismo transporte.

Dado que el costo de una operación similar no debe ser insignificante, hay que suponer que está a cargo de una organización con recursos. La mayoría de los haitianos vienen porque los traen. Es un negocio dirigido por dominicanos. Pero además es un negocio redondo. Traerlos es negocio. Denigrarlos, despojarlos de sus bienes y deportarlos sin pagarles el salario es mejor negocio, monopolizado en su totalidad por dominicanos que fomentan el odio contra los haitianos.

El hombre no sería tan malo, decía Bretch, si el mal no dejara tantos beneficios.

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