Presencias del General “no importa”

Presencias del General “no importa”

Es el muy ilustre filólogo e investigador cultural español, don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) quien en su libro “Los españoles en la historia” (Colección Austral, Espasa-Calpe Argentina, 1959) nos habla del “no importa”, refiriéndose al costumbrista Francisco Santos y su libro “El No importa en España”.

La frase y la actitud del “no importa”  corrió mucho en la España de fines del Siglo 19.  Y sucede que  al   empezar la última guerra carlista, tras los recientes contratiempos, el Pretendiente de la casa de Borbón le escribe a su Comandante general de la región valenciana coronel Antonio Dorregaray, una carta fechada 14 de diciembre de 1872 diciéndole: “Quisiera y pido a Dios que el General ‘No importa’ presida nuestra empresa”.

Es decir, la acción desesperada, el esfuerzo enceguecido, obnubilado y fatal. Ahora resulta que aquí, en la República Dominicana del Siglo 21,   estamos pidiendo a Dios, no que el “General no importa” presida el destino del  país, sino que impere la  sensatez y la prudencia. Queremos al General “Sí importa” como responsable máximo de lo que suceda.

¿Qué es lo que conviene al país? ¿Las gelatinosas funciones policiales, militares, judiciales y estatales?  ¿Las mentiras y los burdos ocultamientos? ¿Las “transparencias” que resultan ser más tenebrosas e insondables que una profunda caverna de murciélagos? ¿Las irritantes permisividades e impunidades que no hay forma de cubrir?

No.

Queremos una disciplina nacional. Queremos reglas claras y respetadas. Queremos orden y justicia sana, que sea acertada e inteligible. Estamos jugando con el sumergido y espantoso temor  de que no estamos listos para una democracia eficaz, y que si no corregimos rápidamente todo lo que anda mal en el manejo de la “cosa pública”, o sea de la República (Res pública, del latín: Asunto público) nos veremos inclinados a caer nuevamente en el drama de   alguna forma de dictadura con sus maldades horrendas  pero, al menos, clara.

-Si usted no está de acuerdo conmigo y lo manifiesta, lo castigo. Si siempre está de acuerdo o simula estar conforme con lo que disponga la autoridad, lo premio. Todo el manejo político nacional aparenta estar apegado a la ley y se expresa como cabal respetuoso de la honestidad, la decencia y la mejor intención de progreso, paz y prosperidad para la Nación. Pero ¿es así?

Salvo contadas excepciones  -que por fortuna las hay-, los aspirantes a cargos públicos persiguen formidables riquezas vertiginosas.   Tras la multitud de rostros maquillados que vemos en enormes vallas publicitarias, en la prensa y televisión, anunciando nobles propósitos para la población dominicana, se perciben engaños…unos conocidos, otros por conocer. No quiero pensar en un fracaso de nuestra democracia. Y percibo, por manifestaciones populares abiertamente expuestas, una creciente desconfianza en el proceso eleccionario.

 No por culpa de la Junta Central Electoral, que es bien acogida, sino por las condiciones de una mayoría de aspirantes. Tomándole a Jorge Manrique unas palabras de su famosa y doliente Copla, advierto al pueblo que vota: “Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte…”

Es que hay mucho en juego.

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