Presidencia imperial debilitada

Presidencia imperial debilitada

ROSARIO ESPINAL
Durante el reinado de siete décadas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Presidente de México no sólo era jefe de Estado y Gobierno, sino también de partido. Gobernaba en un complejo engranaje de populismo, corporativismo, clientelismo y corrupción que caracterizó el sistema político mexicano del siglo XX. La derrota del PRI en las elecciones presidenciales del año 2000 fue interpretada por diversos analistas como una transición a la democracia. Vicente Fox, del conservador Partido Acción Nacional (PAN), triunfó con 42% de los votos.

Sin duda, el 2000 marcó la ruptura de la hegemonía político-electoral del PRI, pero en este último sexenio, el gobierno de Fox no impulsó los avances democráticos esperados. Su presidencia careció de brillo y se enfocó en sostener una economía diseñada para la expansión capitalista a beneficio de un pequeño grupo empresarial, mientras muchos mexicanos pobres y de clase media ven como única opción de vida la migración.

La campaña electoral del 2006 fue particularmente polémica. Se enfrentaron dos visiones diferentes de lo que México necesita. Felipe Calderón, candidato del PAN, prometió seguir el camino de Fox. El oposicionista Andrés Manuel López Obrador, del Partido Revolucionario Democrático (PRD), prometió gobernar por los pobres para el bien de todos.

Desde sus inicios, el proceso electoral fue polémico y reveló problemas claves de la política mexicana actual; entre ellos, las opiniones divergentes sobre los efectos de la incorporación de México al tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, la desintonización de los grupos de poder con las necesidades de los pobres, y también, la marcada división regional con un norte más integrado a la economía norteamericana y un sur marginado y empobrecido.

El nuevo mapa electoral mexicano muestra un sólido triunfo azul-panista en el centro-norte y uno amarillo-perredeista en el centro-sur. Los resultados también muestran el declive electoral del PRI y la dispersión del voto en tres partidos que se disputan la hegemonía política, sin ninguno haberla logrado. En el 2000, el voto se dividió entre el PAN 42%, el PRI 36% y el PRD 17%. En el 2006, entre el PAN 35.9%, el PRD 35.3% y el PRI 22.3%.

Con una diferencia estrecha de votos de 0.6% entre Calderón y López Obrador, un declive de 6.1% en el apoyo al PAN con respecto al 2000, y fuertes denuncias de irregularidades electorales a favor del candidato oficialista, un nuevo gobierno panista enfrenta importantes desafíos de gobernabilidad.

Diferente al 2000, cuando el PAN ascendió al poder con el aura de haber derrotado al PRI y la promesa de impulsar reformas democráticas, el nuevo gobierno panista, de ser confirmado por las autoridades electorales, llegará al poder con una victoria pírrica y bajo la sombra de un foxismo que poco cambió a México para el bien de la mayoría. Por eso, el PAN enfocó su campaña en producir miedo en la población hacia López Obrador en vez de inyectar utopía hacia el futuro. López Obrador, por su parte, apostó a develar las grandes desigualdades en la sociedad mexicana, donde el 10% más rico controla algo más del 40% de la riqueza, el 40% de la población vive bajo la línea de pobreza y varios millones de campesinos han sido desplazados de sus cultivos en los últimos años. Con un discurso crítico del sistema, se ganó el apoyo electoral de muchos pobres y segmentos de clase media inconformes, pero no logró el apoyo de algunas fuerzas minoritarias de izquierda, que le hubieran facilitado el triunfo en las elecciones.

El PRI, por otra parte, tenía poco que ofrecer al electorado. Sus tres últimos gobiernos (1982-2000) le infligieron un ataque mortal al partido al adoptar un modelo neoliberal antagónico al populismo nacionalista que le ayudó a mantenerse en el poder 70 años. Así, a pesar de venir de un partido conservador pro-mercado, Fox hizo poco en materia de reformas económicas porque los gobiernos priístas habían realizado la apertura y privatización en los años ochenta y noventa.

En medio del actual malestar electoral, López Obrador promete presentar impugnaciones, pero es improbable que prosperen. Los sectores de poder dentro y fuera del país han reconocido ya la victoria de Calderón.

De todas maneras, la lucha por un conteo justo tiene sentido político, si no para revertir los cuestionados resultados, para construir una oposición al gobierno que se hará necesaria en una sociedad acostumbrada a la estabilidad y la paciencia política, pero que también sabe rebelarse cuando se reboza la copa.

Si prestamos atención a las coincidencias históricas, en los últimos dos siglos México ha presenciado revueltas transformadoras cada cien años. En 1810 una rebelión campesina facilitó el movimiento independentista. En 1910 un gran descontento con la dictadura de Porfirio Díaz provocó la Revolución Mexicana. Ahora que se aproxima el 2010 quedemos atentos por si hay sorpresas.

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