Presidenta para Chile

Presidenta para Chile

ROSARIO ESPINAL
«Diré lo que pienso y haré lo que digo, palabra de mujer» fue una de las contundentes expresiones de Michelle Bachelet en el cierre de campaña de la Concertación por la Democracia, coalición de centro izquierda encabezada por el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista, que ha gobernado Chile desde el final de la dictadura de Augusto Pinochet.

Ahora es la presidenta electa de Chile con un 53.5% de los votos en el balotaje del domingo 15 de enero, en el que superó al candidato de derecha de la Alianza por Chile, el acaudalado empresario Sebastián Piñera, presidente del Partido Renovación Nacional. Ambos candidatos proyectaron nuevas opciones para Chile y expresaron fenómenos políticos que irrumpen en la política latinoamericana y mundial.

Por un lado, la emergencia del liderazgo nacional de una mujer con méritos propios por su formación profesional y experiencia gubernamental en la salud y defensa militar, permitió a la Concertación mostrar una cara nueva pero experimentada, de estilo afable y sensibilidad social.

Por otro lado, el polo conservador encontró en Piñera un ancla diferente para comenzar a superar la derecha tradicional pinochetista, a la cual se le ha hecho imposible volver a gobernar en La Moneda desde 1989.

Ambos candidatos tenían la posibilidad de motivar nuevos sectores sociales a participar en el proceso electoral, en un momento en que el 51% de la población chilena decía que su futuro dependía de quien fuera el próximo presidente.

Desde el comienzo de la campaña muchas mujeres formaron redes de apoyo a Bachelet, mientras que sectores profesionales neoliberales se unieron a la campaña de Piñera motivados por su éxito empresarial.

En la competencia por conquistar apoyo de género, el déficit de uno era la ganancia de la otra, y ambos candidatos lucharon por conquistar el apoyo del sexo opuesto. Mientras se formaban grupos como 100 hombres con Bachelet, Piñera salía con su esposa y colaboradores a buscar apoyo femenino.

A diferencia de otras candidatas que han huido de los temas propios del movimiento de mujeres, Bachelet hizo de la lucha por la igualdad de género una estrategia efectiva de apoyo electoral y promesas políticas.

Igual hizo Piñera con su éxito empresarial al postular como tema central de campaña «Chile quiere más», para enfrentar la candidata oficialista de la Concertación y disputarle el liderazgo tradicional de derecha a Joaquín Lavín de la Unión Democrática Independiente.

La campaña electoral se realizó en un ambiente socioeconómico e institucional favorable al triunfo de Bachelet.

El presidente Ricardo Lagos contaba al final de su gestión con un formidable 75% de aprobación del desempeño en el gobierno, e impera en Chile un ambiente político de apego a la legalidad e institucionalidad.

La independencia de las instituciones de regulación económica hace difícil la manipulación para favorecer candidaturas oficialistas, aunque Lagos realizó un amplio programa de inauguraciones de obras públicas que motivó acusaciones de abuso de poder de la oposición. El gobierno también sometió al congreso importantes proyectos populares, como la sustitución del sistema binominal por uno proporcional para elegir parlamentarios, la ley de subcontratación de empleados y el reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas.

Chile registra actualmente crecimiento económico, disfruta de precios favorables del cobre, ha reducido significativamente la deuda pública y la pobreza, y cuenta con una pujante economía agro-exportadora sustentada ahora en tratados de libre comercio con varios países.

Uno de los principales escollos del modelo socioeconómico chileno es que aunque ha ampliado el tamaño de la economía y generado más riqueza, persiste un alto desempleo, sobre todo entre las mujeres, la juventud y las regiones marginadas. También hay mucha desigualdad económica a pesar de la inversión social, por la alta concentración del ingreso en el 10% más rico de la población.

Entre los logros y déficit de los tres gobiernos de la Concertación (1990-2005), Bachelet promete un liderazgo de cambio y continuidad, un gobierno más participativo y franco, un Chile más justo y moderno. Cuenta para sus ejecutorias con una mayoría congresional y con un país que ha logrado importantes avances institucionales en su transición democrática de apenas 15 años.

El 11 de marzo comenzará a correr el tiempo político de Bachelet con las oportunidades y obstáculos que ofrece dirigir un país, para sellar o no una forma diferente de gobernar con democracia más participativa e importantes reformas sociales que ha prometido la presidenta electa de larga militancia socialista, golpeada en el pasado por la dictadura.

Ser la primera presidenta de Chile es un hito histórico que amplía los espacios de las mujeres con sus talentos y sensibilidades. Será una prueba especial para Bachelet y las mujeres latinoamericanas, porque su desempeño será medido no sólo con los criterios políticos utilizados para evaluar a los hombres, sino también con la vara más exigente que se le aplica a las mujeres.

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