Presidente, Constitución y crisis

Presidente, Constitución y crisis

PEDRO PADILLA TONOS
El Presidente de la República no debe olvidar que las Constituciones, antes de ser sirvientes de los pueblos, son amos de los gobiernos.

Dos razones nos obligan a pensar en ello. La primera, es nuestro convencimiento, después de haber hecho un profundo y ponderado análisis en todas sus vertientes, de los ya famosos y escandalosos contratos de préstamos del Gobierno con la Sunland, de que su firma, sin la obligada aprobación del Congreso Nacional, es una violación a la Constitución de la República.

La segunda, como consecuencia de la primera razón, es nuestra íntima convicción, de que con su iniciativa y empeño de que se redacte una nueva Constitución, el Presidente no persigue fortalecer la institucionalidad de la República, sino más bien proyectar una imagen pública que favorezca sus propósitos reeleccionistas. El constitucionalismo y la institucionalidad de que tanto habla y se vanagloria nuestro Presidente no son, a nuestro entender, más que hábiles recursos y retórica política para mantenerse en el poder.

De no ser así, el Presidente no hubiese jamás violado la Constitución. Si por esas razones lo hizo con la actual, no hay que dudar de que también lo haría con una nueva, ya que la ambición de poder es más fuerte que cualquier aparente vocación constitucionalista.

A este propósito y tomando en consideración la real situación por la que atraviesa nuestro país, cabe señalar al Presidente de la República, que es precisamente en los momentos de crisis cuando el constitucionalismo se enfrenta a los mayores peligros. Y esto es tan cierto cuando las crisis y los problemas se relacionan con lo económico como cuando se relacionan con lo político.

Debemos por tanto cuestionarnos aquí y ahora, si nuestro país está en crisis.

Esa pregunta se responde con la respuesta del pueblo a las siguientes preguntas:

¿No son acaso síntomas de crisis económica y política, la pobreza, el desempleo, la delincuencia, la falta de educación, de salud, de vivienda, de alimentos, el nepotismo, el clientelismo, la compra de conciencias, el culto a la personalidad, la corrupción, el derroche del dinero público, la ineficiencia, la falta de respuesta, de sensibilidad y de voluntad política del gobierno frente a las urgentes e inaplazables necesidades y reclamos de la mayoría de un pueblo impotente, cuya única esperanza es poder abandonar el país en procura de un mejor futuro?.

Desgraciadamente, como si quisiera poner en evidencia una situación que por más que se quiera no se puede ocultar, el destino nos ha enviado la tormenta tropical Noel, que además de las muertes y daños causados, ha dejado al desnudo la real crisis del pueblo dominicano, cuya tragedia se refleja en los rostros envilecidos por el hambre y la miseria, frente a un gobierno que se ufana en proclamar un crecimiento económico de los más altos del mundo y exhibe la inusitada riqueza de que disfrutan unos pocos privilegiados, en una demostración de inconcebible insensibilidad humana.

Frente a esta nueva y sorpresiva tragedia y a lo que puede venir con los indetenibles aumentos de los precios del petróleo, nuestro Presidente debería olvidarse por el momento de sus sueños institucionalistas y constitucionalistas, bastando por respetar y hacer respetar la Constitución que tenemos y trabajar para enfrentar la crisis que agrava cada vez más las perentorias necesidades y carencias de nuestro pueblo.

¿Debemos acaso esperar los resultados de las elecciones del 16 de mayo para tratar de acabar con tanta incuria?.La miseria y el hambre no esperan, no tienen fecha ni futuro. Es ya, es ahora, cuando hay que combatirlas.

En algún lugar leímos que en el alfabeto chino la palabra ?crisis? se representa con dos caracteres. Uno significa dificultad y el otro oportunidad. Ojalá que nuestro Presidente, en estos aciagos momentos se decida por la oportunidad para vencer la dificultad. Los gobiernos existen para administrar problemas. Lo que se necesita es decisión, para evitarnos tener que decir que este es un «gobierno fallido», ya que, a pesar de mil tragedias y crisis, jamás nos atreveríamos a decir que nuestro país es un «Estado fallido».

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