Varias veces pospuesta por los costos políticos que conlleva, parece llegar la hora de la verdad de hacer eficiente, sí o sí, al Estado al recaudar y gastar dándoles por donde les duela a nutridos sectores altos y medios de la población de los que depende el grado de popularidad de los gobiernos; esos que han mantenido en vigencia exenciones impositivas de tratos contemplativos sin beneficios para la sociedad; o contemporizando con evasores grandes y pequeños; o excediéndose en permisividades que ponen en gratuidad una mayoría de consumidores de agua potable y electricidad. A legisladores en usufructo de autorizaciones (que luego venden) a importar sin impuestos autos de alto costo de a dos por período. Lo que con palabras inofensivas los organismos llaman «responsabilidad fiscal», «consolidación tributaria» y «aumento de la base impositiva» para que esto se arregle, tiene, como acabamos de señalar, nombres más reales e incriminatarios. Y es que no se ha caído por generación espontánea en desequilibrios y subordinaciones al endeudamiento que ensombrecen.
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Llamar al pan, pan y al vino, vino, con descripción de las desidias, comprometería con más urgencia a aplicar correctivos que con eufemismos. Cabe reconocer que el Fondo Monetario Internacional, que en ocasiones también suaviza verdades, esta vez ha dicho que: «resulta imperiosa una reforma fiscal integral» junto a otras contundentes medidas que pongan al país en rumbo claro hacia gastos e inversiones esenciales.