¡Préstame a Julieta!

¡Préstame a Julieta!

Roto el equilibrio de “pan y palo” que mencionaba el mexicano Porfirio Díaz como necesario para el mantenimiento de un régimen de fuerza, la Era de Trujillo, intoxicada de servilismo vergonzante, atrapada en una locura senil,    terminó con los disparos de un grupo de valientes en la avenida marinera que conduce a San Cristóbal.

   Terminó la “Era” pero no finalizaron sus secuelas ni el uso de las oportunidades delictivas que el dictador supo enseñar, seguramente sin proponérselo.

   De todos modos, lo que me propongo es narrar algunas anécdotas de aquel período intermedio –años cuarenta- cuando Ramón Saviñón Lluberes  (Mon Saviñón) era Administrador de la Lotería Nacional.

   Mi padre imprimía la base de los billetes de lotería en su imprenta situada frente a la Iglesia de Regina. Luego eran numerados y controlados por un equipo interno de la Lotería. Es decir, los billetes que imprimía papá eran entregados sin número. Mi padre, que a pesar de su fuerte carácter y valentía personal, era un hombre nervioso, temeroso de lo inesperado, mantenía el temor a una falsificación por parte de algún empleado que tuviera que ver con el traslado del material hasta la Lotería, entonces instalada en la Calle El Conde, donde está la tienda “Ciro’s”.

   Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo una gran escasez de las planchas de zinc que se utilizaban para impresión directa. Papá ideó usar plomo en lugar de zinc, e ideó matrices en asbesto y yeso, con alumbre y otros ingredientes, para verter plomo derretido  sobre ellas e imprimir billetes partiendo de gruesas placas de plomo. En un enfado con Mon, ordenó que montaran  en una carreta una enorme cantidad de gruesas piezas de plomo con el formato de los billetes (sin número, naturalmente) y que los tiraran frente a la entrada de la Lotería, en plena calle El Conde. Aquello fue un acontecimiento. La circulación de la calle principal de la capital  fue severamente estorbado. Mon llamó a papá para reconvenirlo y papá lo “mandó al carajo con sus billetes de mierda”.

   Mon era un niño grande. Quedaron amigos. Pero papá no imprimió más billetes.

   Algunos años después, sábado en la tarde, sentados ambos junto a la puerta principal del nuevo edificio de la Lotería en la calle El Conde, con sus grandes planchas de mármol gris, rebanadas de tal forma que a algunos les parecían dos grandes vaginas de mujer (y así le dieron nombre al edificio), conversando ambos, se acercó alguien pidiendo ayuda económica. Mon miró a papá y le susurró ¿cuánto le doy? Papá le dijo: -Dále diez pesos. ¿Diez pesos?…Humm.. está bien.  Entregó el dinero y siguieron conversando. Luego vino otro pedigüeño y papá recomendó el donativo, importante entonces. Al tercer caso, Mon le dijo a mi padre: ¡Ay, qué pendejo… generoso con el dinero ajeno! ¿Qué hay que hacer para que tengas cuartos?

   -Muy simple, ¡préstame a Julieta!

   (Julieta Trujillo, esposa de Mon, era hermana del Generalísimo).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas