Presunción aviesa

Presunción aviesa

Existe una casta progre en el país, intocable por origen, cuyas acciones espantan. 55 años después del tiranicidio, escogidos miembros de esa logia lideran la facción heroica del autoritarismo alternativo. Guardianes de un fuego sagrado que jamás encendieron. Beneficiarios de hazañas ajenas, optaron por la preservación de sus dones y de vez en cuando, desde un podio mítico, claman por sus intereses. Desconsiderados, no reparan en la dignidad de otras personas. Solo existen ellos, con un dúctil código de ética, que les permite solicitar compañía experta, para llegar al ministerio adecuado y exigir. Esta temporada electoral ha ratificado su proceder. Tan avasallantes como mezquinos decidieron por otros y publicaron el resultado.
El relato electoral ha tenido importantes cultores en el país. Apasiona el proceso. Elegir y ser elegido, significó una conquista, un regalo de la democracia. Durante tres décadas la urna era una mascarada peligrosa. Ningún candidato creía que competía. Inocente quien pensara que “el jefe” quería algo más que monigotes, excusas para legitimar desafueros, firma trémula para decretos dictados. A partir del 1962 comenzó una etapa diferente. El derecho a elegir y a ser elegido recobró su espacio y existía en el léxico y en el imaginario colectivo. Hubo elecciones traumáticas, algunas farsas y falsas otras. El 1978 fue hito, el 1994 hecatombe. El desastre permitió iniciar la transformación del proceso electoral.
Un primer votante desconoce la correría de bayonetas en campaña, el robo de urnas, fallo histórico, granadazo. Ignora la suspensión voluntaria del suministro de energía eléctrica, interrupción del conteo, las visitas a la sede de la JCE de mitrados, diplomáticos y de los notables criollos, el control de las frecuencias de radio y TV. Basta recurrir a los textos de Ángela Peña, referencia obligada hasta el 1996, revisar los estudios Ramírez Morillo, sin olvidar los trabajos de Campillo Pérez y de otros especialistas en la materia, para constatar cómo fue aquello.
Este proceso tiene características que acreditan la evolución. Además del conteo electrónico, del padrón “casi perfecto”, como fue calificado por la directora de LatinoBarómetro, del voto penitenciario, hay detalles que marcan la diferencia. La mención de algunos ilustra: es distinto el mercadeo de los candidatos, desparecieron de la agenda electoral las concentraciones masivas que concluían con discursos diseñados para encandilar a la multitud. La ausencia del Cardenal ha sido ostensible, empero, contrasta con el intento de intrusión, en la conciencia devota, hecho por la Confederación Dominicana de Unidad Evangélica. El voto penitenciario, la mesa auxiliar, son novedades indiscutibles. Se cumplió lo prescrito en el artículo 94 de la Ley 275-97 y cada partido pudo difundir su publicidad en los medios electrónicos propiedad el Estado. Innegable la innovación, empero, horripila la actitud de algunos virtuosos. Reeditan el estilo despótico que afectó su parentela y delatan.
La patria, para ellos, ni ara ni pedestal es heredad. El Estado ha sido surtidor, avalan gobiernos que complacen sus peticiones. Su locuacidad es pancarta para encubrir excesos. Asumen distintos colores y formas, como la bauxita. Si algo amenazare su inmutabilidad en el parnaso, retan. Usan la extorsión afectiva para manipular supérstites e irrespetan el ejercicio del sufragio. Mendaces soplones, denuncian genuflexiones inexistentes, que no compiten con el costo de sus concesiones. Profanadores de tumbas, destejen mortajas para conminar. Imputan y desconsideran.
La responsabilidad penal es personal, no se transmite, del mismo modo que no hay sacrificio que la placenta acune. A Rómulo y a Remo no les bastó su origen, forjaron su gloria. Cástor y Pólux, hijos de Zeus, hicieron algo más que tasar dolores, reclamar expropiaciones y exigir pleitesía. La crónica de este proceso debe incluir la violación al secreto del voto hecha por miembros de la progresía inmarcesible. Al amparo de las cualidades de la candidatura defendida agredieron en una publicación a las personas señaladas irrogándose el derecho a decidir por ellas. Existen presunciones simples e irrefragables, la presunción y divulgación del destino del voto ajeno, es aviesa.
Desmesura incomprensible. Agravio inexcusable.

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