Presunción de culpabilidad

Presunción de culpabilidad

Tiempo no tuvo para enterarse del horror. El trajín de miriñaques y armiño, de perlas y diamantes, distrajo su atención. El ajetreo de sábanas e intrigas de alcoba, el sube y baja de yates y carrozas, las resacas de las bacanales, le impidieron establecer categorías éticas. Demasiado desvelo con planificaciones tortuosas, con mirarse al espejo para preguntar ¿quién es la más linda del reino? La señorita, convirtió en problemas de Estado celos, adulterio, vanidad, lascivia. Papá la complacía.

No hubo coito prohibido, suyas fueron las vacas y los hombres, las mujeres y los perros, el mar y la montaña, la vida y los sueños, suya la memoria y ahora la historia, su historia.

Sin penas a cuestas, con soberbia e inconformidad, abandonó el terruño, para disfrutar el ilícito enriquecimiento y comenzar entonces, desde el dorado y fementido  exilio, a solazarse con la doblez. Ya no tan bella, aún sin la decrepitud de su madre, devino en matrona pecadora. Ha  recibido, durante cincuenta años, la visita y el reconocimiento de sus parciales y juega con prohibiciones imposibles, porque cuando ha querido regresar al país lo ha hecho y su parentela entra y sale de la isla y, sin ninguna restricción, negocia, baila  y amedrenta, como la estirpe le dicta.

Artistas, empresarios, políticos, guardias, compañeras del corso florido, atraviesan el vestíbulo de su casa y comienza la perversa evocación. Entre  plegaria y güisqui, recuerdos y fotografías, ahijados y comadres, la convencieron para que saciara su necesidad de ajustar cuentas y  entregara sus gratos recuerdos  a escribidores ansiosos de gloria. La receta divina,  adecuada a la época light: sin sangre, porque la morcilla indigesta y la gastronomía del terror le corresponde a otros.

 De repente, la reina se transforma en bruja, el espejito se rompe y Angelita convierte al asesino en víctima, al ladrón en estafado, al torturador en imbécil, al estuprador, en esposo abnegado y devoto padre. De manera sibilina y audaz, sus cómplices, le señalan episodios cruciales, adecuados para enlodar nombradías. Su caligrafía de colegiala fatua, con la asesoría bastarda de escribanos torvos, redacta la mentira. Luego de cinco años de correcciones y enredos, de quita y pon párrafos, de cobra y paga, publica un bodrio, de difícil lectura. Contenido de revista del corazón e informe del SIM, un purgante de frivolidad e infamia. 

Su cretinismo con poder, juventud y belleza, era seductor, ahora es patético. Ella, ladina, apenas balbucea para defender su esputo. Inepta, reitera que el adefesio es un  libro de historia  y tiene el eco de su equívoco, en la Universidad del Caribe, institución que avala el memorial.

El libraco está aquí. Con, o sin apego a la ley, será leído. Aquellos que comentaron lo ocurrido en el salón donde estaba pautada la fallida presentación de “Trujillo. Mi padre en mis memorias”, no averiguaron. Propalaron  el abc del respeto a los derechos individuales, sin indagar. Sólo la minoría de los protestantes estaba en contra de la circulación.

Las  grabaciones recogen el reclamo de “comiencen! comiencen!!!” Porque de eso se trata, que diga sus mentiras y se exponga a la confrontación. Si algún derecho debe negársele a esa ciudadana, es la presunción de inocencia. La condición de difamadora es  parte de su naturaleza. Los recursos legales son absolutamente válidos pero asignan a un áspid decadente, prisionera del escarnio y del pavor, una categoría inmerecida.

Mujer sin el arrojo perverso de Marta Goebels, más cerca de jefa de cuatreros  y cuchillera de cantina, la publicación del  culebrón con su firma, obliga a las Fundaciones Patrióticas a promover la discusión de los pormenores  de la tiranía, a la evaluación de testimonios, sin prejuicios ni próceres favoritos o difusos. Es momento para una jornada de debates, sin exclusiones, que concluya con una publicación contundente. Angelita es, y será siempre, una presunta culpable, hacerla sujeto de un proceso penal es enaltecerla con la presunción de inocencia. Demasiado honor para un ser indecoroso.

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