Presupuesto: lo que nadie se atreve a proponer

Presupuesto: lo que nadie  se atreve a proponer

Es interesante ver cómo los políticos se rompen la cabeza buscando tres mil millones por aquí o dos mil millones por allá para aumentarle el presupuesto a salud, a la UASD o satisfacer las demandas de las altas cortes y los reclamos salariales.

El problema es que RD$630,934 millones (dinero en abundancia) aparentemente no son suficientes para satisfacer esas demandas porque el presupuesto está comprometido en tres partidas que son innegociables: gastos de personal, pago de deuda y los subsidios y programas sociales de corte típicamente proselitistas que no atacan el epicentro de la pobreza.

No menciono el gasto de capital porque cada año se reduce para mantener el crecimiento de los tres anteriores. O sea, nuestro presupuesto prefiere financiar 100 mil botellas que invertir ese dinero en obras creadoras de empleos productivos o salvar miles de vida.

Por eso los gastos de personal crecen sin cesar cada año y los intereses por préstamos ni hablar. Y en cuanto a comprar adeptos, siempre hay disponibilidad aunque no esté presupuestado.

La razón de que nuestro PIB crezca bien mientras la pobreza sigue aumentando, tiene que ver directamente con la mala calidad del gasto.

¿Y qué pasa con los partidos de oposición cuando se trata de criticar o cuestionar el presupuesto?

Que ninguno se atreve a sugerir, que dentro de un plan justo de compensaciones cierren una docena de instituciones improductivas y ahogadas en deudas para ahorrarse RD$14 mil millones al año. Tampoco que reduzcan las botellas, nominillas y nóminas duplicadas donde hay empleados que cobran en varias instituciones, con lo que se lograrían ahorros por encima de los RD$20 mil millones.

Y es pecado mortal sugerir que se privatice el corrompido sector eléctrico o que se revisen todos los programas de corte social para redirigirlo a los verdaderos pobres e indigentes, creando nuevas vías para atizar la lucha contra la pobreza al margen del clientelismo político.

¿Se imaginan lo que podría hacerse con todo ese dinero desperdiciado en vagabunderías si lo invirtieran en obras de infraestructura, mejores salarios a los que trabajan y en más calidad en los servicios públicos? El empleo crecería y la pobreza se reduciría sustancialmente y aquí no hay equivocaciones.

Lamentablemente, el partido que proclame esas medidas jamás llega al poder y por eso ninguno le ofrece al país alternativas creíbles para cambiar el caos que existe en la asignación de recursos.

Hablar de reformar el Estado y la estructura presupuestaria que lo sostienen para mejorar la calidad del gasto o de una reforma fiscal integral que eliminaría exenciones y privilegios irritantes, es auto flagelarse políticamente.

Entonces, para llegar al poder hay que decir que se repartirán 500 mil nuevas tarjetas de solidaridad y que nadie perderá la que tiene. Lo mismo con el reparto anárquico de esos bonos, electrizantes, gaseosos, combustibles, etc. incluyendo los llamados “bonos especiales en $$$$” a ciertas especies de reptiles políticos.

También hay que asegurarle a todos los que cobran en el gobierno que mantendrán su puesto, para que si un nuevo partido llega al poder la nómina aumente en otros 200 mil empleados. Y en materia fiscal es mejor quedarse callado para evitar un avispero.

Aquí no hay esperanza ni con el partido de gobierno ni con la oposición, ya que al final de cuentas a ninguno le interesa reformar, innovar o visualizar otro país. Eso es para soñadores como Juan Bosch, que apenas pudo retener el poder por seis meses o Peña Gómez, que jamás lo alcanzó por sus ideas renovadoras.

Estamos jodidamente condenados y nadie lo nota.

 

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