Pretensión y humildad

Pretensión y humildad

Con frecuencia los intelectuales llegan a ser arrogantes. Muchos de ellos viven convencidos de que están “en posesión de la verdad”. Durante años han estudiado un asunto, al que han dado muchas vueltas y mirado desde varios ángulos. Otras personas que opinan sobre el mismo tema, apenas lo han visto superficialmente. Los intelectuales “estudiosos” suelen rebelarse contra esas “ligerezas”, improvisaciones, dichos impensados. También es frecuente encontrar “hombres de letras” que se sienten “por encima de todos los demás hombres”, a causa de sus talentos especiales, únicos o irrepetibles. Algunos pretenden que, en vista de la singularidad de su “enorme talento”, se les reconozca el derecho a ser “sostenidos” por el Estado.
Estos seres excepcionales e iluminados exigen un trato privilegiado. Muchas veces el cultivo de esa sobrevaloración es un mero recurso político, de relaciones públicas, de mercadeo artístico. Unos pocos casos pueden calificarse de patológicos, tal vez de “megalomanías histeroides”. Pero es justo añadir: muchísimos intelectuales de hoy saben que su trabajo no es apreciado por las “masas populares”, que solamente unos pequeños grupos están en condiciones de apreciar y disfrutar cierta clase de escritos poéticos o de pensamiento. Ese mundo reducido, compuesto por profesionales o por “aficionados especiales”, mantiene esa clase de intelectuales dentro de una obligada humildad.
Ciertamente, unos pocos lingüistas en el mundo piensan que los conocimientos aportados por su disciplina les facultan para opinar “de todo cuanto puede saberse”; esos lingüistas “saben” de la lengua, de la literatura, de la política, de problemas colectivos de toda índole… y del porvenir de la especie humana. Por conocer los misterios del lenguaje, llegan a saber de las entretelas del pensamiento, sea este filosófico o científico. Pero la mayor parte de los académicos de nuestra época es más comedida que esos lingüistas omnisapientes.
La vanidad de los poetas y escritores se fundamenta en la belleza de sus creaciones artísticas; pero eso no impide que gran número de ellos inscriba -geométricamente- su amor propio dentro de un marco de humildad religiosa. La religiosidad parte del sentimiento de dependencia. Somos un trozo muy pequeño del universo que, por alguna razón desconocida, tiene la suerte de sentir, palpar, pensar; que, en ocasiones, puede crear obras bellas y perdurables.

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