Prevención versus castigo

Prevención versus castigo

JUAN ML. TAVERAS
Desde mucho antes de que la Revolución Francesa universalizara el concepto de la libertad del hombre como la esencia misma de la convivencia pacifica, las sociedades, aun viviendo en el despotismo y las tiranías más absurdas, crueles y represivas, enfrentaban el problema de la delincuencia.

Los germanos, según lo describe Tácito sesenta años después de la muerte de Cristo, solamente consideraban como delitos graves, merecedores de la pena de muerte, la traición, las deserción, la cobardía y la perversión sexual. Era así, porque en una sociedad donde todo hombre capaz de empuñar una espada tenía un alto valor, la ejecución y la mutilación no podían considerarse, razonablemente, castigos idóneos para delitos menores tales como, se consideraban entonces, el homicidio y el robo. Un germano culpable de homicidio o robo era condenado a pagar una multa en especie. La mitad de esa multa iba a parar a los bolsillos del Rey y la otra mitad a la persona perjudicada o a sus familiares. Así se administraba “justicia” en aquella época. Los ingleses y casi toda Europa continuaron este sistema durante poco más de 1000 años. Fue a partir de mediados del siglo X cuando las penas de mutilación y de muerte empezaron a sustituir las de compensación económica para un creciente número de delitos.

Según una ley famosa del Rey Canuto, la mujer que cometía adulterio era castigada con la pérdida de la nariz y ambas orejas. A estas terribles sanciones, como ha ocurrido siempre, muchos las consideraban crueles y antihumanas y otros, demasiado flojas. Siempre pues, ha habido gente que piensa y gente que sólo cree en la ley del garrote.

Para principios del siglo 19, Inglaterra tenía 167 delitos que se castigaban con la pena de muerte. Esos delitos, castigados tan drásticamente, iban desde el robo de un guineo hasta el asesinato. Las leyes para castigar la delincuencia eran tan drásticas que en 1831 se ahorcó un niño de 9 años por haber prendido fuego a una casa mientras jugaba con unos amiguitos. Dos años después, un niño de 8 años fue condenado a muerte porque robó tinta de imprenta por un valor de dos peniques (unos 33 centavos dominicanos). Cientos de hombres, mujeres y niños eran anualmente colgados por delitos triviales. Pese a ello, el crimen prosperaba, dejando en claro, entonces, que el garrote por si solo no era capaz de contener el crimen.

Recordemos el aforismo de Dante: “allí donde la inteligencia se une a la perversidad y a la fuerza, son inútiles los esfuerzos de los hombres por detener la delincuencia”.

Los grandes pensadores y reformadores sociales del siglo XVIII acabaron por sensibilizar a la conciencia pública y con ello impulsaron las reformas que han dado vuelta a las ideas draconianas fundamentadas en la ley del garrote. El abogado inglés Sir Thomas Fowll Buxton, más conocido por su lucha contra la esclavitud que como reformador de las leyes apoyadas en el código de sangre, dijo, en 1821, estas lapidarias palabras:

“Todos nosotros tenemos nuestras esperanzas depositadas en el verdugo; y en esa vana y falsa confianza en tan radical medida contra el crimen, olvidamos el más esencial de nuestros deberes…su prevención”.

En la lucha contra el crimen, no se trata de establecer una relación matemática entre la importancia del delito y la severidad del castigo. De lo que se trata es de alcanzar la mayor perfección posible en la prevención del delito. En el fondo, la acción contra la delincuencia no debería preocuparse tanto de la trasgresión de las leyes pues mientras más leyes haya, habrá también más violadores. A lo que más atención deberíamos poner es a las violaciones de los niveles de conducta. Averiguar continuamente cómo y porqué comete la gente delitos; porqué el 85% de los delincuentes son jóvenes de entre 15 y 30 años y otras preguntas por el estilo. En las respuestas está la clave para prevenir, hasta donde es posible, el crimen y la delincuencia en todas sus formas.

Si la idea fuera ésta última, el presupuesto publico orientado a garantizar la seguridad ciudadana, se destinaría mayormente a la prevención del delito y no, como ocurre en la actualidad, que mayormente se gasta en la persecución del delito, en la justicia para cuantificarlo y castigarlo y para mantener al delincuente en prisiones inicuas que en la practica sólo sirven para reafirmar la conducta delictiva del individuo.

Castigar la delincuencia sobre la simple contemplación del delito, no ha resuelto el problema en ninguna parte del mundo. Los países que han logrado avances significativos en su lucha contra la delincuencia, han seguido un solo camino: el de la prevención.

Si analizamos a fondo lo que sería el montón de medidas que habría que tomar para garantizar un alto grado de eficiencia en la prevención del delito, encontraríamos que en esa materia practicante todo está por hacer. Un ejemplo lo tenemos en la propia Policía Nacional que pese a estar mas que demostrado que ésta constituye un elemento clave en la prevención del delito, esa policía es vista y tratada como cenicienta, y por consiguiente, sin honor y desmotivada. Y no se trata sólo de que los policías ganan un sueldo de miseria, sino que carecen del entrenamiento adecuado y de los medios materiales para realizar con éxito el más importante de todos los deberes del Estado: La seguridad ciudadana.

El mantenimiento y reforzamiento de las recientes medidas preventivas tomadas por el Gobierno, el estudio a fondo de la conducta delictiva individual, el desarrollo y perfeccionamiento de estadísticas delictivas a todos los niveles y el reordenamiento integral de las fuerzas policiales, constituyen claves importantes para prevenir la delincuencia.

En la guerra obligada que libra hoy la humanidad contra el terrorismo, estámontada y en marcha hacia su perfeccionamiento, la más grande escuela para la prevención del delito que haya existido jamás. Con esa experiencia y la inmensa tecnología de que las naciones disponen hoy, será cada vez más difícil al hombre ser el “lobo del hombre”.

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