Prevención y sanción contra toda delincuencia

Prevención y sanción contra toda delincuencia

CELEDONIO JIMÉNEZ
La aprobación y aplicación por el Consejo de Gobierno ampliado del “plan contra la delincuencia” ha logrado el efecto de una cierta sensación de alivio frente a la justificada alarma de una sociedad que como la dominicana ha visto esfumarse su tranquilidad fruto, entre otras cosas, de la incidencia de una oleada delincuencial y criminal, principalmente a nivel urbano.

Algunos sectores, sobre todo de servicio, han demandado la revisión a los horarios de expendio de bebidas alcohólicas aplicados dentro del referido plan aludiendo pérdidas económicas; pero creo que el bienestar y la seguridad pública están por encima de los intereses de grupos.

Mucho me temo, sin embargo, que las medidas comenzadas a ejecutar (dando lugar a un respiro necesario) apaciguarán sólo de manera momentánea un mal cuya complejidad y graves consecuencias sociales, obligan a que se le ataque por sus raíces y en diversas perspectivas.

Si bien se entiende que la delincuencia debe ser enfrentada con firmes acciones punitivas, también lo es que son contundentes las experiencias que apuntan que el camino más eficaz no es el de la concentración en un conjunto de dispositivos que nos pueden convertir en un Estado policía.

En una reciente declaración pública Fray Arístides Jiménez Richarson, coordinador de la Pastoral Penitenciaria, postula una mayor acción preventiva contra la delincuencia, propuesta con la que me solidarizo. Me identifico con acciones preventivas contra la delincuencia, focalizadas en el aspecto educativo y en reformas relativas a nuestro actual injusto ordenamiento socio-económico.

En efecto, los operativos contra la delincuencia en base principalmente a las acciones de persecución y represión policial, aunque existentes y necesarias en cualquier sociedad humana actual, conducen sólo a paliativos de corto plazo y no a su reducción a una mínima expresión, con carácter duradero, como es legítimo aspirar para un mediano plazo.

Una correcta visión y conducta de Estado no puede limitarse a proponer “soluciones” sólo para el aquí y ahora. Debe ensayar soluciones verdaderas para el ahora y el después.

Importante es también establecer la necesidad de estrategias diferentes para expresiones distintas de la delincuencia y la criminalidad. Y es que una es la delincuencia y criminalidad callejera, que ciertamente en alguna proporción podría correlacionarse a la variable pobreza (no a los pobres), y otra, que tal como apunta correctamente el editorialista de “Hoy”, tiene que ver “con una pobreza de principios que permite que un delincuente salga a la calle sin ser castigado”, que tiene que ver con “los grandes crímenes financieros”, el “tráfico masivo de estupefacientes”, la “evasión fiscal millonaria”, el “gran lavado de dinero de mal origen…” (“Vayamos al grano”, 15-07-06).

Al poner en la balanza una y otra delincuencia, una y otra criminalidad, no me cabe duda que la denominada como de “cuello blanco”, tiene consecuencias negativas y desintegradoras inmensamente mayores para el conjunto de la sociedad.

Por eso y porque la delincuencia de “los de arriba” tiene un terrible efecto de estímulo a la delincuencia de “los de abajo” considero que ningún plan serio, auténtico y efectivo contra la delincuencia puede perder de vista actuar en estos dos planos, y sobre todo actuar contra la impunidad.

Actuar contra la impunidad es clave para atacar la anómica y epidémica violación a las leyes y las normas que nos corroe actualmente.

A diferencia de lo que sostiene el magistrado juez presidente de la Suprema Corte de Justicia, en el sentido de que los jueces no tienen función para prevenir sino para sancionar la delincuencia, creo que nadie como los jueces, al hacer que ningún delito quede sin la debida sanción, puede desestimular, y por tanto prevenir la delincuencia y el crimen.

La falta de sanción o de sanción efectiva contra la delincuencia, es impunidad, y la impunidad es hoy por hoy una de las mayores razones de la oleada delincuencial.

Para sanear nuestra sociedad hay que aplicar la ley sin distingo de niveles delincuenciales. Hay que aplicar reformas que nos acerquen a ser una sociedad de oportunidades para todos. Hay que educar a nuestra juventud en los valores de equidad, justicia, respeto y honestidad, mediante el ejemplo de líderes, dirigentes y autoridades. Lo demás es entretener para que en lo esencial todo siga igual.

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