Primavera de muerte en Afganistán

Primavera de muerte en Afganistán

POR ERIC SCHMITT
WASHINGTON .-
Para la mayoría de los estadounidenses, Afganistán ha sido una guerra de gran claridad, lo opuesto a la guerra en Irak con todos sus problemas y orígenes turbios. Al atacar en un momento de enojo unificado, con aliados globales detrás de sí, Estados Unidos tenía una misión clara: Responder a un ataque en territorio estadounidense perpetrado por violentos combatientes de Al Qaeda desde sus bases en un país innegablemente vinculado a los actos de terrorismo del 11 de septiembre de 2001.

La victoria sobre el gobierno del Talibán fue rápido, y lo que siguió gratificante: Los afganos dieron la bienvenida a las tropas y los trabajadores de ayuda estadounidenses, y parecieron amoldarse a un patrón, no obstante incierto y difícil, que llevaría a la recuperación, la estabilidad y un gobierno cada vez más democrático. Y este verano los estadounidenses empezarían a retirar fuerzas del sur de Afganistán, reemplazadas por británicos, canadienses, holandeses y australianos bajo el mando de la OTAN. O así lo pensaban los estadounidenses.

En las últimas seis semanas, un renaciente Talibán ha sorprendido a los estadounidenses con la ferocidad de su ofensiva de primavera anual y ha hecho que algunos funcionarios aquí se preocupen de que Estados Unidos pudiera terminar inmerso en una batalla prolongada conforme el gobierno central pierda control, en favor del movimiento que albergó a Al Qaeda antes de 2001. Y el número de tropas estadounidenses ha aumentado, no disminuido.

“Afganistán es la crisis durmiente de este verano”, dice John J. Hamre, quien fue subsecretario de defensa de 1997 a 1999.

No sólo los funcionarios se han sorprendido por la extensión de la presencia de los militantes y el descaro de sus ataques suicidas, atentados explosivos en las carreteras y asaltos por parte de unidades grandes. También han tenido que enfrentar los formidables obstáculos atrincherados para transformar a la sociedad afgana: las profundas rivalidades entre grupos étnicos, caciques y líderes tribales; la historia de la guerra civil; el problema que los gobiernos centrales tienen para extender su mandato más allá de la capital; y la hostilidad hacia los esfuerzos para atacar el cultivo de amapola y el contrabando de drogas, de lo cual viven muchos.

El Talibán se beneficia de todas esas debilidades. Sus combatientes han unido fuerzas con narcotraficantes contra el gobierno y las tropas occidentales. Y se han ganado la simpatía de otros pashtuns en Pakistán que, hace una década, les ayudaron a tomar el poder en Afganistán en primer lugar.

Con todo eso figurando en la turbulencia actual, el Departamento de Defensa de Estados Unidos ahora está reconsiderando el ritmo de su plan para retirar las fuerzas ahí. De hecho, elevó el nivel de tropas a 23,000 respecto de 19,000 en los últimos meses, incluidos más helicópteros y tripulaciones, ingenieros y tropas de infantería, aun cuando sus aliados no cumplieron con el envío de fuerzas que habría permitido que muchos estadounidenses se fueran a casa.

Los combates recientes, los más intensos desde 2001, han sido principalmente en tres provincias sureñas donde el Talibán ha sido fuerte tradicionalmente, y donde la OTAN tiene programado tomar el control. Ese cambio planeado parece ayudar a explicar lo oportuno de la ofensiva del Talibán.

Según funcionarios militares estadounidenses, el Talibán empezó a prepararse para intensificar la violencia una vez que estuvo claro que la OTAN planeaba traer 6,000 tropas para reemplazar a los estadounidenses. Los duros combates, calculó presumiblemente el Talibán, pondrían a prueba el compromiso de los aliados de participar y combatir, y la voluntad de los votantes occidentales para apoyar una guerra.

“Se esperaba que el Talibán aprovecharía el hecho de que estamos cambiando de una operación a otra”, dijo el contraalmirante Michiel B. Hijmans, agregado de defensa de la Embajada holandesa en Washington. Su país tiene unas 1,300 tropas en la provincia de Oruzgan.

Al mismo tiempo, las fuerzas británicas y del ejército afgano por primera vez entraron en partes de la provincia norteña de Helmand, el centro de la región del cultivo ilícito de amapola, atrayendo ataques de los narcotraficantes e incrementando el número de combatientes del Talibán a quienes los traficantes contrataron para daarles seguridad.

Comandantes militares dicen que los envalentonados combatientes del Talibán ahora han roto una sensación de relativa calma y estabilidad política en el sur, aterrorizando a los residentes que ya se sentían escépticos de que el gobierno pudiera ofrecer seguridad y servicios en las regiones alejadas. Los militantes han detonado 32 bombas suicidas, seis más que en todo 2005, dicen funcionarios del Pentágono. El número de bombas en los caminos es 30 por ciento superior a hace un año, y los insurgentes están sacando los diseños de Internet.

Y en las dos últimas semanas, los combatientes del Talibán han aparecido en batalla en grupos de más de 300 hombres, más del triple del tamaño de los grupos más grandes vistos antes. Los militantes recurren no sólo a combaientes endurecidos surgidos de los santuarios en Pakistán, sino a campesinos pobres a quienes les pagan 4 dólares por cada cohete que lanzan contra las tropas de la coalición.

“Es justo decir que la influencia del Talibán en ciertas áreas es más fuerte de lo que era el año pasado”, dijo este mes el teniente general Karl Eikenberry, comandante de Estados Unidos en Afganistán.

Mientras tanto, los estadounidenses están encontrando a los paquistaníes mucho más renuentes a enfrentar al Talibán — cuyos militantes forman parte del grupo étnico pashtun que domina en Afganistán — que de enfrentar a Al Qaeda, que son en gran medida forasteros. “¿Pakistán ha hecho suficiente? Pienso que la respuesta es no”, dijo en Kabul este mes Henry A. Crumpton, coordinador estadounidense para el antiterrorismo, en comentarios que funcionarios paquistaníes refutaron. “No sólo Al Qaeda, sino el liderazgo del Talibán están primordialmente en Pakistán, y los paquistaníes lo saben”.

Las batallas campales en el sur de Afganistán han dejado más de 250 muertos, y para la semana pasada su impacto estaba compitiendo con Irán e Irak por la atención de los formuladores de políticas en Washington.

Después de que el Presidente George W. Bush se reunió con su Consejo de Seguridad Nacional para tratar el tema de Afganistán la semana pasada, funcionarios gubernamentales restaron importancia a la idea de que se estaba considerando algún gran cambio en la política para Afganistán, donde la asistencia estadounidense ha totalizado 10,300 millones de dólares hasta ahora. Pero los legisladores y sus colaboradores convocaron a analistas de información de inteligencia del Pentágono para que les ofrecieran reportes clasificados y sugirieron que la violencia podría forzar a una reevaluación del plan para reducir los niveles de tropas estadounidenses a unas 16,500 para este otoño.

“La entrega del control a la OTAN es lo correcto, pero deberíamos ciertamente evaluar nuestra presencia de tropas ahí”, dijo el senador John McCain, republicano de Arizona. “Si se estudia la guerra de Irak, una de las principales razones de nuestras dificultades evidentemente es que nunca tuvimos suficientes tropas en el terreno, nunca”.

Como resultado, los planes para que la OTAN asuma el control de las fuerzas estadounidenses en el oriente de Afganistán para fin de año podrían postergarse hasta principios del año próximo pra evaluar la efectividad de la OTAN en el sur, dijo un alto funcionario gubernamental a quien se le concedió el anonimato para que discutiera deliberaciones internas. “Ya hemos hecho un tremendo progreso en Afganistán, y nadie quiere poner en peligro ese progreso o actuar demasiado rápidamente para cumplir alguna fecha límite o agenda externa”, dijo el funcionario.

Eikenberry dijo que esperaba un verano violento pero pensaba que los combates menguarían para el otoño. Incluso antes de que la OTAN asuma el control n el sur, quizá a fins de julio, Estados Unidos seguirá siendo el país que contribuya con más tropas en Afganistán, cazando terroristas, adiestrando a soldados y a policías afganos, y apoyando las misiones afganas contra el narcotráfico.

“Estoy más preocupado a largo plazo por los resultados de la guerra contra las drogas en Afganistán que por el renaciente Talibán”, dijo el general James L. Jones, oficial de la Infantería de Marina que es comandante militar de la OTAN. Al final, dicen estos funcionarios, si la policía y el ejército afganos pueden sostenerse contra el Talibán y dar seguridad, el pueblo afgano dará la bienvenida a eso. El gobierno y sus aliados de la OTAN no han perdido al pueblo todavía, dicen. Pero se están acercando a ello.

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