Primer libro dominicano

Primer libro dominicano

Varios nombres giran en torno a las primacías, como, por ejemplo, Andrés López de Medrano, Esteban Pichardo, Francisco Javier Angulo Guridi y Pedro Francisco Bonó. Todos cuantos han intervenido en esta querella que nunca ha alcanzado los niveles de polémica
están de acuerdo en que ningún libro de autor dominicano fue publicado antes del siglo XIX.

En República Dominicana, a pesar de lo reciente de su hoy inmensa bibliografía, no se ha podido establecer una vez por todas cuál fue el primer libro de un dominicano, cuál fue la primera colección de poesía publicada por uno de nuestros antepasados ni tampoco cuál fue la primera novela que publicara un natural de Santo Domingo. Varios nombres giran en torno a las primacías, como, por ejemplo, Andrés López de Medrano, Esteban Pichardo, Francisco Javier Angulo Guridi y Pedro Francisco Bonó. Todos cuantos han intervenido en esta querella que nunca ha alcanzado los niveles de polémica están de acuerdo en que ningún libro de autor dominicano fue publicado antes del siglo XIX. Es decir, libro de escritor dominicano fuera de la colonia española, pues, como todos sabemos, en el primer territorio conquistado por España la imprenta comenzó a funcionar efectivamente a finales del siglo XVIII, según consigna en 1783 Moreau de Saint-Méry en su Descripción de la parte española de Santo Domingo, y no se utilizaba para imprimir libros sino hojas sueltas y publicaciones periódicas de pocos folios que siempre se vieron sometidas a la censura parcial de la Corona, luego que Sánchez Ramírez reconquistara la colonia en 1809 que había sido cedida a Francia casi tres lustros atrás; después, durante los años de la ocupación haitiana (1822-1844), había censura.
Tanto Pedro Henríquez Ureña en La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, como Emilio Rodríguez Demorizi en La imprenta y los primeros periódicos de Santo Domingo, refieren que el libro más importante que llegó a imprimirse en Santo Domingo fue el Tratado de lógica de Andrés López de Medrano en 1814, pero, como consigna Henríquez Ureña: “su Tratado de lógica se ha perdido”. Una pérdida que implica que no se tiene la más mínima información bibliográfica (número de páginas, tamaño, etc.) de dicho tratado y que por consecuencia descarta a López de Medrano en la carrera del primer libro, lugar que se van a disputar entonces Esteban Pichardo y Angulo Guridi y aquí asoma pues la polémica. La polémica, porque habría que establecer si Pichardo, a pesar de haber nacido en 1799 en Santiago de los Caballeros, podía ser considerado como un escritor dominicano. A los dos años su familia se trasladó a Cuba y toda su vida así como toda su obra lexicográfica y literaria se desarrolló en aquel país. Vetilio Alfau Durán, en su documentado e interesante artículo “El primer libro de versos publicado por un dominicano” (Clío, 92, 1952), pone de relieve que en los poemas incluidos en su Miscelánea poética (1823) hace apenas alusión a la tierra nativa: “La Haití famosa como desgraciada/ Que de oro y caobas es preñada…”, se lee en uno de esos poemas.
Vetilio Alfau Durán, con el rigor que caracteriza a los eruditos, se corrige en el prólogo a La fantasma de Higüey: “En 1843 [Javier Angulo Guridi] publicó en La Habana, Cuba, su primer libro de versos en la Imprenta de Gobierno y Real Hacienda, bajo el título de Ensayos poéticos. Contiene unas cuarentas composiciones en las cuales añora la patria ausente. ‘Al Ozama’ al ‘Río Yuma’ (que confunde con el Yuna), a la ‘Torre del Homenaje’, a ‘Maguana’…, poesías de alguna extensión. Se ha dicho que es el primer libro de versos publicado por un autor dominicano […] pero se evidenció que la Miscelánea poética, publicado en La Habana veinte años antes, en 1823, por el polígrafo dominicano Esteban Pichardo Tapia, que floreció en Cuba, es el que lleva la primicia”. La rectificación de Alfau Durán en la que atribuye a Pichardo la primacía de primer libro de un dominicano podría ser válida si se toma en cuenta el lugar de nacimiento como elemento determinante en la obra de un escritor; pero si resulta, como es el caso, que Pichardo solo hace mención a su país de nacimiento y que El fatalista (1866) es clasificada de novela cubana, así como su obra lexicográfica es consagrada a Cuba no se le puede conferir el título de primer dominicano que publicó un libro de versos en particular, y un libro en general.
Más por honestidad intelectual que por espíritu de polémica, Alfau Durán le retira a Javier Angulo Guridi una primacía que no solo por los textos que la componen le corresponde sino también por toda su obra. Esos Ensayos poéticos se refieren a la patria lejana de la que había partido junto a sus padres cuando apenas tenía seis años, poco después de la invasión haitiana en 1822, y a la que regresaría unos años después de la independencia de 1844. Sin embargo, el riguroso Alfau Durán da pie, en su prólogo a La fantasma de Higüey (1857), a una polémica que, a mi entender, no tiene razón de ser: “Esta, La fantasma de Higüey, es hasta ahora, probablemente, la primera novela dominicana publicada por un escritor nativo”. Y tiene tanta razón como incurren en error los que consideran que la primera novela publicada por un dominicano es El montero, de Pedro Francisco Bonó, aparecida por entrega en el periódico ilustrado español El Correo de Ultramar que se publicaba en París en 1856. La publicación en periódicos y/o revistas de una obra, ya sea literaria, científica o de cualquier género, no puede ser tomada en cuenta por los bibliógrafos por la naturaleza misma de esas publicaciones. Y es precisamente por la naturaleza de su publicación que la obra de Bonó (Librería Dominicana, 1968) no puede ser considerada como la primera novela publicada por un dominicano; en cambio, La fantasma de Higüey (La Habana, Imprenta de A.M. Dávila, 1857), sí puede ser vista como tal, como anuncia Alfau Durán en su prólogo.
Determinar cuál fue el primer libro publicado por un dominicano o cuál fue la primera colección de poemas o la primera novela podrá parecernos, a simple vista, un falso problema de poco interés; sin embargo esa es la parte escondida del iceberg. Lo que ponen de manifiesto esas estadísticas, además del carácter reciente de la bibliografía dominicana, es el abandono de que fue objeto la colonia de Santo Domingo de parte de España debido al sitio a que las grandes armadas imperiales de Francia e Inglaterra, desde finales del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XVIII, la sometieron. Esa condición, como diría Juan Bosch, de frontera imperial, es la causa de la arritmia histórica dominicana que le costó años al país para tratar de ponerse a nivel de lo que se hacía en el Continente hispánico. Sin embargo, a pesar de ese atraso cultural con respecto a los demás países del área, Enriquillo, novela histórica dominicana (1882) de Manuel de Jesús Galván, la primera novela dominicana que supera las cien páginas, es considerada como una de las obras maestras de la novela indigenista hispanoamericana del siglo XIX.

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