Primer lugar en inequidad

Primer lugar en inequidad

Los expertos pronostican  que desde principios del 2009 la crisis financiera global empezará a deteriorar muchas de las economías más sólidas del mundo. Japón y Estados Unidos ya muestran signos preocupantes de recesión. A pesar de ello,  la economía nuestra mantendrá un adecuado  ritmo de crecimiento, según pronostican otros expertos.

No es extraño que así ocurra pues nuestro caso es excepcional, y así como crece la economía, se consolida y afianza la inequidad y profundiza la desigualdad social. Se da, en el caso de la economía, el contraste de crecimiento económico con crecimiento de la pobreza.

Por eso no sorprende que en medio de nuestra bonanza económica podamos exhibir también el baldón de encabezar la lista de estados de la región que no han logrado disminuir las desigualdades sociales. Así lo ha percibido el informe Latinobarómetro 2008, que también nos coloca en lugar cimero entre los países dominados por la percepción de que sus gobiernos están al servicio de los poderosos. Es, sin duda, una percepción que se corresponde con un país que acusa al mismo tiempo crecimiento simultáneo de dos vectores sociales polares: progreso económico y pobreza. La condición por excelencia para un país con altos niveles de pobreza sería que un crecimiento sostenido de la economía provoque un decrecimiento de las desigualdades sociales.

 

Empecemos por depurar en casa

El argumento en que la Secretaría de Estado de Interior y Policía  sustenta su plan de desarme de las personas con permiso para porte y tenencia de armas de fuego, es que con armas legales se habría cometido el mayor número de homicidios y que la violencia social habría matado  más gente que la delincuencia. Este aserto es, según la misma cartera, el resultado de un estudio sobre la violencia y la delincuencia.

El estudio, pues, revela de manera implícita que los procedimientos de depuración para otorgar permisos para armas cojean de alguna parte, y por tanto,  gente con tendencia violenta logra hacerse de licencias de este tipo. Además, deja la impresión de que son más graves los pecados de los seres violentos autorizados oficialmente a portar armas, que aquellos que las poseen ilegalmente y no vacilan en emplearlas para cometer fechorías en medio de las cuales malogran  vidas útiles. Parece que la limpieza debe empezar por casa.

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