Le escribo directamente porque la sociedad dominicana ya ha pasado a vivir el tiempo de lo impensable, y porque de alguna manera todo cronista de lo social aspira a expresar el alma machucada de su pueblo. Le voy a hablar de lo ocurrido en el Banco Nacional de la Vivienda, como un punto degradante de la práctica política dominicana del cual usted no se puede sustraer. Le estoy pidiendo que obligue al grupo de funcionarios del BNV, encabezados por el dirigente del Partido Reformista Quique Antún, a devolver los 180 millones de pesos del erario que se adjudicaron, y que someta a una investigación estricta la operación. A Danilo Medina le ha sido muy exitoso en otras circunstancias administrar el silencio. Al Presidente de la República el silencio es una indigna abdicación de sus responsabilidades públicas frente al despojo de la riqueza social. Un Presidente de todos tiene que sentir, como dice Maurice Clavel, “la beatitud al mismo tiempo que el espanto”. Y este es el caso.
Aunque sé que usted posee el legajo de documentos elaborado por empleados del BNV que han descrito el tinglado que se levantó para armar el despojo, con un amigo común le estoy enviando copia fiel de lo que ocurrió, según los denunciantes. En un país donde no hay un régimen de consecuencias no es extraño que un funcionario haga de su gestión una fuente de acumulación originaria.
Nuestra cultura ha sido dislocada por una práctica casi salvaje de corrupción, y en los tiempos que transcurren parece que bordeamos el crepúsculo pálido y chato de nuestro derrumbe. (Ver: “El derrumbe”, de Federico García Godoy). Pero lo ocurrido en el BNV, además de un hecho jurídicamente imputable, es una injusticia de esas que parecen petrificar el mundo. El 85% de las pensiones del sector público no llegan a los cinco mil pesos. Hay más de ciento cincuenta mil cañeros de los ingenios del CEA que nunca han recibido una pensión, los viejitos arrojados como bagazos en los ayuntamientos del país reciben pensiones de hasta dos mil pesos, cuando les pagan; y son innumerables los maestros del sistema público que reciben de cuatro a cinco mil pesos mensuales.
¿Cómo es posible que funcionarios públicos de reciente ingreso al BNV levanten un plan complementario ilegal (abiertamente violatorio de las disposiciones del Presidente Medina), y se apropien de 106 millones para capitalizarlo; auto asignándose partidas millonarias muy por encima de lo aportado por ellos? ¿No fueron los ciento seis millones sobrantes de la liquidación del plan anterior la base de la capitalización del “plan complementario” ilegal; y sin embargo únicamente sesentaiún empleados fueron los beneficiados de la asignación de sumas millonarias? ¿Préstamos flexibles no reembolsables” para completar los 180 millones de pesos del Plan ilegal, en una institución técnicamente quebrada?
Señor Presidente, usted debería saltar de la “beatitud al espanto” -como ya le dije que dijo Clavel- y dar un soberbio puñetazo sobre el escritorio. Hay un deber moral, una obligación ineludible que lo empuja a actuar. Fueron cientos de veces que usted dijo en público que por un simple rumor llamaría a dar cuentas a sus funcionarios. ¿Acaso lo decía usted por el hambre de mandar y no por la voluntad de obrar, y sobre todo de hacer obrar a los demás? Somos un pueblo nómada, la corrupción y el terror se han convertido en factores de producción de riqueza. No enseñe usted la sumisión a lo mal hecho, y la admiración por el “héroe” que se empina sobre la riqueza social, para robarse una alta cuota de la felicidad ciudadana. Es como si toda la sociedad se sintiera indefensa ante sus jefes que administran el silencio en torno de sí mismos, y hablan de la “gobernabilidad”, para excusar su falta de acción frente al latrocinio. Pero no actúan.
No soy más que un humilde “escribidor” que observa con ojos atentos la sociedad y el tiempo que le ha tocado vivir. No albergo ninguna esperanza. No despliego ninguna nueva certeza. Pero estoy profundamente convencido que debe repudiarse el falseamiento que se ha hecho de nuestra existencia, que impide que podamos reconocer a nuestros “líderes” tal como son. Es confiando en su propia palabra que le he escrito esta Epístola primera, y apoyado en todo lo que usted vendió como imagen, quedo a la espera de su puñetazo colérico en el escritorio. Y usted, de mi segunda Epístola.