Primera exposición de la Bienal: Gaspar Mario Cruz en Museo del Hombre

Primera exposición de la Bienal: Gaspar Mario Cruz en Museo del Hombre

MARIANNE DE TOLENTINO
“Todos quieren a Gaspar Mario Cruz. Es el artista más afable y afectuoso, que irradia bondad, modestia, amor hacia el prójimo, que no sabe causar un daño ni expresar algo negativo en contra de nadie. Equivocado estaría quien le consideraría indefenso. Sencillamente, ese escultor maravilloso posee una gran riqueza interior, a la par con el desprendimiento de los bienes materiales y un profundo respeto por los seres humanos.”

Estas palabras se las dedicamos a Gaspar Mario Cruz hace casi ocho años. Podemos afirmar que el maestro y amigo no ha cambiado físicamente: siempre ha estado pequeño, frágil y… fuerte. Él mantiene su energía, y como antes, cuando se expresa delante de centenares de admiradores, lo sigue haciendo no sólo con el mismo cariño, confianza y agradecimiento sorprendido, sino con mucha seguridad.

Han sido pues momentos intensos reencontrar a Gaspar Mario Cruz, en la apertura de su exposición homenaje en el Museo del Hombre Dominicano –que abrió las celebraciones de la Bienal–, y luego la noche de la inauguración del mayor evento del arte dominicano. ¡Cuán grato fue para la familia cultural tributar a un artista y ser humano excepcional, la consideración y el afecto que se merece!

“Ritos, Juegos y Danzas”

A esta hermosa y emotiva muestra, montada en el portentoso vestíbulo del museo, se le ha querido dar un título muy especial, que califica a una creación sin par en el país, en el Caribe y en el mundo –sí–, entre el fervor, la identidad y sobre todo el genio. Algo muy raro en el arte presente, tan sometido a las modas pasajeras, tan ebrio de ruptura… La escultura de Gaspar Mario Cruz posee la actualidad perenne de las obras maestras, y atinadamente la curadora Laura Gil (aunque el texto del folleto no está firmado, nos parece ser de su autoría) afirma que “ha logrado una extraña fusión entre lo atávico y lo vanguardista en uno de los corpus artístico-visuales más significativos y coherentes de todo el arte dominicano”. Todas las piezas sin excepción testimonian cómo el artista domina el realismo y la anatomía, a la vez cómo su obra poderosa, emotiva y espititual ha logrado liberarse de los cánones académicos y del neoclasicismo para gestar un estilo inconfundible. No lo ubicamos en los movimientos modernos y contemporáneos: prescinde de adherirse a corrientes y escuelas, es sencillamente Gaspar Mario Cruz, hay etiquetas que banalizan la originalidad.

Si recordamos –con otros espectadores– la muestra presentada en 1997, salvo algunas esculturas recientes, gran parte de las piezas habían sido exhibidas en aquella oportunidad, en Último Arte, y que pertenecen a la colección de José Muñoz, que las cedió gustosamente para la actividad de la Bienal.  No tiene carácter retrospectivo ni antológico. Al igual que la exposición precedente, tampoco tiene una propuesta sincrónica. Descarta una investigación exhaustiva de la producción del artista y prefiere entregar simplemente un conjunto que permite apreciar la extraordinaria riqueza de inventiva y oficio en base a la condición humana. En tal sentido, la curaduría lo logró.

Aunque reconocemos la generosidad y la excelencia de las esculturas presentadas, se podría lamentar que, en el contexto de una exposición de Bienal, no se haya recurrido a tantas colecciones privadas, que hubieran revelado otras vertientes y obras. Estamos seguros de que los coleccionistas las hubieran prestado. Hace tiempo que se pensaba en una retrospectiva de Gaspar Mario Cruz.

La museografía de Orlando Menicucci ha optado por un carácter escenográfico y circunda la mayor área de exposición con una cortina a la vez oscura y transparente –buscando disminuir la luminosidad–. Un módulo-plataforma ha sido elevado con el fin de dinamizar el circuito de la visita, y “alfombras” de arena se colocaron con un propósito de ambientación visual para que resalten las obras. Si la intención fue buena, el inconveniente de las pisadas es obvio… Respecto al señalamiento de la exposición, se prefiere el gran panel –colocado por encima de la Última Cena– al letrero lúdico colgante. Muy positivos y bien seleccionados son los extractos críticos, y el texto de Derek Walcott está perfecto.

El Gaspar Mario de siempre

El alma, el corazón, el oficio se aunan en la escultura de Gaspar Mario Cruz, recordando a los inspirados tallistas de las catedrales en la Edad Media. Su diálogo de fe trasciende en el diálogo con la madera, que no se agrede, sino se sublima en el “acto de arte”. No cabe duda de que el escultor talla y golpetea el tronco de caoba, con deferencia y amor, confiriendo una nueva vida al árbol derribado, faceteando una superficie de epidermis morena, puliendo con igual sensibilidad y control del acabado final. Jeannette Miller ha escrito con mucho acierto: “En Gaspar Mario Cruz, la sensibilidad artística ha trabajado a una explicación de la vida y de la muerte, de los cambios que señalan el camino del hombre”.

Gaspar Mario conjuga la espontaneidad del santero de palo, el fervor del anónimo románico, la grandeza del hacedor renacentista, en una concepción rítmica propia y un manejo único de la morfología. Alojado tiernamente en el espacio, el volumen poderoso corporiza las formas, une a protagonistas –en las magníficas obras grupales–, imbricados y solidarios, se convierte en el bloque místico del sentimiento compartido. La escultura de Gaspar Mario Cruz es la gran obra hagiográfica dominicana.

Gaspar Mario Cruz, eligiendo la madera para la gran mayoría de sus obras, no teme labrar troncos más altos y anchos que él, trabaja vigorosamente y con paciencia infinita, comunica luego ese método a sus ayudantes. Pureza, emoción, probidad, son valores omnipresentes en estas tallas, no desprovistas de una sensualidad comunicada por la misma materia leñosa.  Sin embargo, el bronce –Calitomé XXIV– y las dos pequeñas  esculturas en piedra (únicas, nos dijo José Muñoz) expresan que, si le hubiera interesado, habría alcanzado una virtuosidad comparable en los más diversos materiales. Observamos también que, cual sea el tamaño de las piezas, poseen una calidad monumental y sugieren la infinidad discrecional de escala.

No solamente admiramos las figuras agrupadas, sino dúos y solos corporales magníficos. Tampoco olvidamos el tema de los rostros impresionantes y generalmente duplicados –así Cabeza indígena, Cabeza astral, Homenaje a Borges–. Al igual que Picasso, Gaspar Mario Cruz sabe integrar al hombre y la bestia: los Sueños Taurinos, del 2002, son en esa simbiosis una obra contundente. En fin relieves, esculturas de bultos, tallas verticales –a menudo–, volúmenes macizos o espigados, demuestran la extraordinaria diversidad en la unidad inspiradora, alcanzada por el maestro que sigue esculpiendo a sus 80 años de edad. “Ritos, Juego y Danzas” despliega más de medio siglo de intensa creatividad.

Si Gaspar Mario Cruz vive la madera, la madera encontró una vida eterna en la obra de Gaspar Mario Cruz.

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