Primera infancia
El niño de uno a cinco años

<SPAN><STRONG>Primera infancia</STRONG><BR></SPAN>El niño de uno a cinco años

Por Anna Jimenez
El niño pasa, en estos años, por dos etapas, la de la expansión de su subjetividad y la de la exploración de la realidad externa, que coinciden, en general, con la edad del jardín de infancia y los años preescolares. Del egocentrismo propio del primer año, el niño evoluciona para ir integrándose poco a poco en el mundo que le rodea.

En este desarrollo, la maduración psicomotriz es decisiva. Cuando el niño cumple el año, empieza a andar: el «gateador» de la última parte del primer año se convierte en «correteador»; desde esa nueva posición, el niño observa el mundo con una nueva perspectiva, amplía su horizonte y puede acercarse y manipular lo que le rodea a su antojo.

La inteligencia del niño se transforma, pudiendo representarse las cosas sin estar estas presentes y utilizar el lenguaje para ordenar tanto su mundo interno (primeras expresiones de sus emociones) como el externo (comienza a nombrar las cosas).

Afectivamente, el desarrollo en esta época es muy grande pues el niño aprende a controlar impulsos y deseos en una especie de «negociación», en la que él se adapta a las normas familiares a cambio de amor y valoración.

Una vez que han quedado definidos y más o menos aceptados los límites que desde la familia (y la sociedad) se le imponen, el niño entra en la edad de la latencia, alrededor de los cinco años, a partir de la cual se produce un fuerte desarrollo intelectual y un acercamiento progresivo a los demás niños.

 Psicomotricidad

La motricidad y el psiquismo van unidos sobre todo en estos primeros años, aunque en los próximos, incluso las mismas tareas escolares se pueden considerar ejercicios de psicomotricidad.

Alrededor del año de edad el niño comienza a andar, de un modo vacilante, balanceándose, separando los pies e inclinando el cuerpo hacia delante para mantener el equilibrio, y poco a poco va reorganizando y consiguiendo el control de la musculatura desde la gruesa a la más fina.

Importancia especial tiene la constitución de la imágen corporal que es la representación mental que el niño se hace de sí mismo. Esta imágen corporal no coincide con el esquema corporal en la medida en que en la imágen intervienen otros factores, fundamentalmente afectivos, que la hacen subjetiva: es una imágen que no coincide con la corporalidad objetiva, sino que está determinada por la valoración e importancia que él y los que le rodean dan a cada parte de su cuerpo: esta imágen influirá, en el futuro, en el concepto de sí mismo, y en la autoestima.

Según Gesell

El niño a los dos años:

Puede bajar y subir escaleras sin ayuda, pero usando los dos pies en cada escalón; es capaz de acercarse a una pelota y darle un puntapié, le gustan los juegos bruscos y los revolcones, puede dar la vuelta a las hojas de un libro; de una en una  construye torres de seis cubos y ensarta cuentas con una aguja  y si es necesario puede permanecer sentado algunos ratos.

 A los tres años

 Construye torres de nueve o diez cubos, puede modular su forma de correr y hacer variaciones de velocidad, sube las escaleras sin ayuda alternando los pies, puede pedalear en un triciclo.

A los cuatro años

 Sabe brincar a la «pata coja», mantiene el equilibrio en un solo pie durante varios segundos; al lanzar una pelota, echa el brazo hacia atrás y la tira con fuerza; puede abotonarse la ropa y hacerse la lazada en los zapatos.

A los cinco años

 Brinca con soltura y salta, llega a conservar el equilibrio sobre las puntas de los pies varios segundos, está capacitado para realizar ejercicios físicos y danza, usa el cepillo de dientes y el peine;  puede dibujar la figura de una persona.

Tip: La seguridad en sí mismo, la confianza en los demás y la conformidad social son los rasgos personal-sociales cardinales a los cinco años.

Publicaciones Relacionadas