Es quizás la campaña más hermosa que se ha realizado en el país, la protagonizó el Partido Revolucionario Dominicano y el líder más carismático que ha gravitado sobre el suelo quisqueyano. En esa contienda millares de militantes tomaron las calles para propagar la proclama del denominado «partido del pueblo».
La década de los 90 había cumplido su primer lustro, superadas estaban las divisiones del decenio anterior, el PRD era un sentimiento patrio, arraigado en los genes de sus fervientes simpatizantes. Miles de dominicanos no recibieron bienes de sus progenitores, pero heredaron la devoción por esas siglas.
Un jacho prendío en medio de una bandera blanca los convocaba, su líder, José Francisco Peña Gómez, un hombre del color de la noche y espíritu noble, encarnaba los anhelos y esperanza de un pueblo heroico.
Las multitudes se reunían en torno a él, su discurso los esperanzaba, esa enérgica voz se repetía como eco bajo la estela blanca reunida en su tribuna predilecta, la cabeza del Puente de la 17, desde ese emblemático escenario, al final de una histórica alocución, pronunció esa frase que hoy nos lleva a recordarlo: «Primero la gente».