UBI RIVAS
Santiago de los Caballeros es la ciudad que presenta el mayor crecimiento post-Trujillo con la salvedad de la capital, Santo Domingo.
Cuando el generalísimo Rafael Leonidas Trujillo cae abatido en un charco de sangre el 30 de mayo de 1961 culminando una etapa de hierro de 31 años y siete meses, Santiago de los Caballeros apenas tenía 80 mil habitantes, es decir, la cobertura de empleos de hoy de su zona franca industrial y la población citadina desborda los 800 mil individuos.
La capital dominicana en esa época apenas disponía de 175 mil habitantes y hoy desborda los cuatro millones.
Los servicios públicos en Santiago de los Caballeros a la altura de 1961-62 eran muy diminutos, muy pocos usaban aire acondicionado, y las principales tres industrias conectadas con los vicios, tabaco y ron, eran suplidas en sus requerimientos energéticos, conjuntamente con la demanda del comercio y hogares, mediante una pequeña planta que estaba situada en Nibaje, casi contigua al entonces torrentoso Yaque del Norte, hoy una caricatura lastimera de una delgada cinta de agua altamente polucionada, fétida y nauseabunda.
El casco de la ciudad y su dinamismo económico se iniciaba al pie del Cerro del Castillo o Monumento a la Era de Trujillo, hoy de la Restauración, y las barriadas pequeñas, Pueblo Nuevo, El Maco, Villa Belén, Los Pepines, La Joya, Bella Vista, esos mismos barrios que cantó el juglar de la Media Voz, Juan Lockward, en su Santiago, te circundan las aguas del Yaque como un cinturón.
Hoy ese perímetro resulta ampliamente desbordado por urbanizaciones modestas y otras opulentas y Nibaje, que era una vía apacible con casitas salpicadas en distancias cortas, ahora es un abigarrado sector más comercial, impresionante.
Esas rápidas pinceladas descriptivas de mi patria chica, de mi nacer, adolescencia y primeros destellos de hombre, del que partí a la capital a estudiar leyes en 1962 y radiqué residencia definitiva, a propósito de un programa consensuado que realizaron el día ocho del presente mes de junio, el Consejo Nacional de Competitividad (CNC) y la Asociación para el Desarrollo (ADEPI) que presumo es el nuevo nombre de la original Asociación Para el Desarrollo de Santiago que impulsó como nadie nunca el inolvidable Víctor Espaillat Mera, mi amable y decentísimo vecino de la calle Restauración.
Acordaron esas dos respetables asociaciones propiciadoras del desarrollo urbano de la segunda ciudad en importancia en todos los órdenes a lo largo de todo nuestro turbulento acontecer histórico, sin ceder nunca ese protagonismo a ninguna otra urbe, nunca, un conjunto de programas, empero, en la noticia que pude leer en los diarios, no incluye la restauración del otrora imponente río Yaque del Norte.
Gravísimo lapsus, por demás, imperdonable, si es que lo omitieron y si lo incluyeron, mis excusas.
Yaque del Norte es aún con su deterioro al borde de la postración, el principal curso de agua de la Isla Hispaniola, aunque ese curso de agua esté en la trágica presencia de sus últimos estertores.
La cuenca alta del Yaque del Norte es preciso restaurarla no importa las inversiones, porque serán siempre resarcidas en grande sin reparar en su cuantía.
El curso de agua de Yaque del Norte es menester cuidarlo con esmero y tenacidad empezando por Jarabacoa, donde sus munícipes inciviles le ofenden arrojándole toda suerte de inmundicias.
Por su decursar en la Ciudad Corazón, recibe una ofensa apabullante y sin perdón de más de 200 toneladas de detritus diarios, que lo convierten en una virtual cloaca, deplorable, y sin que a nadie se responsabilice ni castigue por ese crimen ecológico monstruoso.
Seguiré con el tema.