Como en los ochenta, por excesos de gastos y déficit en el presupuesto en 2016 la mayoría de los países de América Latina y el Caribe están muy endeudados con el exterior, nosotros también. En aquella ocasión no invertimos los préstamos de manera productiva, pensando que debían garantizar el pago del servicio de la deuda, tampoco ahora.
Comenzamos a endeudarnos en el exterior de manera excesiva en 1977, el aumento anual promedió US$212 millones hasta 1980, y US$241 millones en la década de los ochenta. No obstante la aceleración del endeudamiento, como promedio anual creció (9.53%) más de tres veces la economía (2.87%), y el fuerte pago del servicio de la deuda, no existía conocimiento histórico acabado y suficiente claridad teórica para pronosticar que un cambio negativo en las condiciones financieras externas podía llevar a la insolvencia las finanzas públicas.
En efecto, fue sorpresa para el Gobierno la salida de capitales y la crisis de deuda, como consecuencia del aumento de los intereses y el brusco corte del financiamiento en los mercados de capitales. Los intereses que debíamos pagar por nueva deuda aumentaron (en promedio) ciento cincuenta puntos básicos de 1977 a 1990, además los bancos dejaron de refinanciar, como era la práctica, la deuda que se vencía.
Ahora no puede suceder lo mismo, sabemos que hasta febrero de 2016 la deuda pública alcanzó el monto de US$24,798.5 millones, más de tres veces los US$7,377.6 millones al cierre de 2004, y más del doble de los US$11,218.3 millones el balance a final de 2008. Por eso, de los ingresos corrientes, el presupuesto público dispone de 44% para cubrir el servicio de la deuda del 2016, además de que cada año ha reciclado un mayor volumen de deuda.
Para enfrentar la situación lo aconsejable es llevarnos de la enseñanza de la historia, aunque los modelos que pronostiquen comportamientos macroeconómicos digan otras cosas. La realidad es que, no obstante el nivel de sofisticación alcanzado en términos matemáticos, los modelos demostraron que son poco confiables, con claridad no anticiparon la crisis que sorprendió al mundo en 2007.
El ejemplo más reciente lo tenemos con la Reserva Federal de los Estados Unidos, para el año anunció cuatro subidas de tipos de interés, pero echó para atrás la semana pasada citando el comportamiento inesperado de los mercados financieros y el crecimiento económico mundial. Redujo a dos las subidas, y el precio del dinero, que oscila entre 0.25% y 0.50%, pronosticó lo llevará a 1%, lo que tampoco es la última palabra.
Ante la incertidumbre y para evitarle sorpresa a las finanzas públicas, lo recomendable es seguir la enseñanza de la historia. Pensar que el tipo de interés aumentará en una proporción mayor a lo que pronostica la Reserva Federal, lo que provocará endurecimiento en los mercados de capitales, traducido significa que los inversionistas exigirán mayor rentabilidad para comprar nuestros bonos soberanos.
Lo que demanda cambiar el discurso político, para puntualizar que el próximo gobierno, como primer punto en la agenda, consensuará la reforma fiscal integral, para aumentar los ingresos corrientes, racionalizar el gasto y eliminar el déficit en el presupuesto. Es decir, al paciente de ahora se le aplicará la receta de los noventa.