Prisioneros del placer

Prisioneros del placer

En la obra “Arte del buen vivir”, Arthur Schopenhauer habla de las necesidades humana del hombre de siglo XIX que buscaba la felicidad en los alcances de una existencia material, como forma de consolidar la representatividad o la notoriedad, ya sea en la fortuna, la opulencia, y el sentirse auto-gratificado por los placeres humanos. Para entonces, no se conocía la función que ejercía el cerebro y sus neurotransmisores (dopamina) en la búsqueda del placer, de la ansiedad e impulsividad en llevar a cabo la conducta o comportamiento gratificante que lleva a la persona a la dependencia, al abuso o la pérdida de la libertad total en parar o detener la conducta, cuando se hace daño a sí mismo y a los demás personas.

Ahora son tiempos postmodernos, de la alta tecnología, de la cultura de la prisa, del hedonismo, del pragmatismo y del relativismo ético. Ahora, también, es el tiempo de la neurociencia y del cerebro. La psiquiatría ha comprendido la epidemia del placer, y las nuevas adicciones, donde jóvenes y adultos están terminando su vida como prisioneros del placer. Hoy tenemos prisioneros a marihuana, cocaína, heroína, éxtasis, alcohol y nicotina.

Pero también, han aumentado por mucho, las prisiones a compras compulsivas, los adictos al consumo, las ludopatías, los adictos a comida, sexo, al trabajo y al poder. Un prisionero(a) es una persona que realiza una conducta de la que se le hace difícil parar, posponer, abandonar o discriminar, dado que pierde la capacidad para medir consecuencia y riesgo. Sencillamente se hace prisionero de la actividad o de la conducta; No sabe qué hacer, cómo superarla; Se angustia, sufre, entra en pánico y en síndrome des motivacional, pero no puede controlar su dopamina, su corteza pre frontal, ni el sistema límbico de su cerebro.

Y, para mal, la sociedad le presiona, le condiciona y le estimula sus sistemas perceptivos para que la dopamina le pida su placer, su goce, su entretenimiento. Para ese prisionero no hay voluntad, fortaleza, disciplina, coraje, promesa. Sencillamente, su química cerebral le controla la vida; es su carcelero, su justiciero conductual.

El placer desmedido, impulsivo o ansioso lleva a la persona a una de las peores prisiones: Angustia, depresión, despersonalización, pérdida de la credibilidad, pérdida del trabajo, la familia, la pareja, y del proyecto de vida. Al prisionero(a) se le hace difícil controlar su placer. Su personalidad la dirige el “Ello”, y no el “Yo” consciente y maduro.

Es como un caballo desbocado que sigue el instinto del placer, que busca lo que le satisface, lo que le calma la sed y el hambre. Por todos los lados se afecta, se destruye y se va consumiendo en su propia actividad placentera.

“El problema es del gusto, pierdo el gatillo y la mente solo me dice y me manda dame, dame”, me decía un prisionero ludópata que había perdido todo su dinero entre casino, tragos, sexo y lujuria de todo tipo. Así es el mundo de las adiciones, de la complejidad de una sociedad que sustenta el éxito en lo tangible, en lo material.

El ser humano ha entendido poco a la modernidad, a la economía del consumo y al narcisismo social. Las economías no están diseñadas para invertir en las necesidades humanas: salud, educación, seguridad social, retiro digno, calidad y calidez de vida.

El nuevo desafío es no que quedar prisioneros del placer, del consumo ni de las conductas auto-gratificantes. Solo aquellos(as) que actúan desde la racionalidad y la madurez para entender la postmodernidad pueden escapar de esa prisión llamada placer existencial.

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