No debe dejarse pasar sin expresiones de disgusto la demostración de uso del poder en beneficio de sus propios miembros que acaba de dar la Cámara de Diputados al aumentarse los sueldos en 59 mil pesos mensuales. Esto se agrega a las partidas para gastos de representación, dietas y compensaciones que cada 30 días reciben.
La condición de legislador ha ido resultando cada vez más costosa. Los ciudadanos que por ellos votaron han visto la forma en que sus elegidos ingresan a la minoría irritante de servidores públicos altamente remunerados que además son beneficiados con exoneraciones y un acceso a fondos públicos para promoverse con labores sociales en singular falta de equidad, pues los aspirantes a sustituirlos en lides electorales no contarán con tales recursos.
El hecho de que la Cámara ahorrara de su presupuesto para subir sueldos no confiere justificación a menos que se pretenda ver a los organismos legislativos como islas que pueden existir y disfrutar del Erario al margen de la realidad del Estado y la nación a que se deben y que están sometidos en estos graves momentos de crisis a déficits y prioridades del más alto interés social. La consigna de la hora debe ser ahorrar y manejar productivamente los recursos.
Indefensión ciudadana
Es como para espantarse. Se trató de un oficial de Aduanas, de la unidad de inteligencia, quien ha revelado que el 70% de las farmacias del país venden libremente productos farmacéuticos falsificados o adulterados, algo comprobado a través del ingreso en grandes cantidades de estos artículos desde el exterior. Esta información de primera mano y carácter oficial sobre lo que ocurre en el comercio de medicinas se suma a un lamento de la propia Secretaría de Salud Pública, que semanas atrás admitió que no dispone de medios institucionales ni materiales suficientes para combatir el tráfico ilegal.
El consumidor tendrá que defenderse solo del engaño y de la ominosa posibilidad de ingerir patentizados que en vez de sanar podrían enfermar, y que en vez de salvar podrían matar. Está dicho que el mayor peligro lo corren los marginados, pues el expendio de medicinas falsificadas ocurre mayormente en barrios pobres. Los ciudadanos, que tan imprescindibles resultan para elegir autoridades, tienen que oírlas hablar después de una inaceptable incapacidad de protegerlos.