Calderón de la Barca, poeta, enseñaba: “La vida es solo un sueño y los sueños, sueños son.” Sí, pero qué hermoso es soñar. Soñar en lo imposible, en lo que ansiamos y queremos ser, sobre todo cuando se trata de sueños de niño, de la vida color de rosa de la infancia cargada de inocencia y nostalgias, donde la única ambición que se tiene es ser feliz y ser bueno. Todos hemos soñado alguna vez con alguna ilusión reflejada en el espejo, luego la vida se encarga de mostrarnos la otra cara de la moneda: “Tanto tienes, tanto vales.” Poder y riqueza, no valores auténticos, éticos o morales, que permanecen en lo más recóndito de la conciencia humana que aguarda sean rescatados y reivindicados para darle a la vida misma su verdadero valor y sentido.
El Presidente Leonel Fernández Reina, para llegar ser lo que es, igual que tantos otros presidentes, unos con más empeño que otros, tuvo que tener sueños de grandeza. Se le ocurrió convertir la ciudad de Santo Domingo en un New York Chiquito, donde pasó gran parte de su vida y formación político cultural, y pensó inmortalizarse con esa obra magna: El Metro de Santo Domingo, que al final ha resultado un fiasco enorme, una inútil inversión según datos estadísticos que revela el combativo periodista Juan Bolívar Díaz, quien destaca (Periódico Hoy, sábado 17 de febrero, pág. 12 B,) que en un periodo de 14 años de servicio, apenas el Metro cubrió el 6% de la demanda de trasporte de pasajeros, habiendo otras alternativas menos costosas y más eficientes, como fue le fue mostrado en el estudio encomendado al Consejo Económico y Social, creado por el Presidente, pero que al parecer, penosamente, no llenaba las expectativas de relumbrón y los beneficios políticos y económicos colaterales.
Para mayor pesar, antes de terminar su obra mal concebida y peor planificada, como denunciara y dejó plasmado en su obra “Para Vencer el Caos” el recordado Ing. Hamlet Hermann, el Lic. Danilo Medina, Presidente de la República, sin concluir aquella obra trata de opacarla con igual propósito construyendo un teleférico en la parte norte del Gran Santo Domingo, más cercano del cielo que de la tierra, de los problemas que representa aquí y ahora el caótico tránsito terrestre que nos gastamos.
Mientras reina este ordenado desorden institucional administrativo uno se pregunta: Qué hacer con el exceso de carros de concho y la falta del trasporte colectivo, qué hacer con las chatarras y la importaciones inacabables de vehículos nuevos de lujo y de todo tipo, con el irrespeto de las leyes de tránsito y sus constantes violaciones, con la indolencia y falta de autoridad de los llamados a mantener el orden, con las excesivas muertes de motoristas irresponsables, con la violencia de los choferes de patana, camiones y autobuses, con la infuncionalidad de los semáforos, y pare de contar. Como solución el presidente Medina se regodea con su invento: ¡Un teleférico! para ver mejor desde las alturas la miseria y pobreza que nos abruma.