Problemas con la gratitud

Problemas con la gratitud

PEDRO GIL ITURBIDES
Propio de una mentalidad ociosa es cavilar sobre el derrotero de la política actual si Joaquín Balaguer no hubiese acogido el “Pacto Patriótico”. Poco después de la instalación del Dr. Leonel Fernández en la Presidencia de la República en 1996, visitamos al desaparecido caudillo.

Pensamientos confusos bullían en nuestra mente. Prevalidos de rodeos le dijimos que se inclinó por el entonces instalado Primer Magistrado de la Nación para ir a contrapelo de Donna Hrinak.

            En principio pareció sorprendido. En vez de comentar o responder a este aserto se entretuvo en algunas disquisiciones sobre las preferencias de los reformistas. Con diletante acento se permitió recordarme que desde siempre se dedicó a escuchar el parecer de su pueblo. “Los oía a ustedes –dijo-, y en la alternativa del Dr. José Francisco Peña Gómez y el Presidente Fernández sentí que las mayorías se inclinaban por éste”.

             Me aventuré a exponer más que con claridad, con desnudez absoluta, lo que fuera mi insinuación inicial.

            -¿Nos escuchó a nosotros, o a Donna Hrinak? ¿Acaso no esperó usted que la Embajadora tomase posición –como lo hizo con crudeza antidiplomática- y entonces arremetió usted con un candidato distinto? ¿No quiso probar que le ganaba aún al gran poderío que ella representó con sus intromisiones y bravuconadas? ¿No se permitió esgrimir el tácito argumento de que ganaba hasta enarbolando banderías distintas?

            Rió con ganas durante largos segundos, tan prolongados que me pareció que se desternillaba. “¿De dónde saca esa especulación? ripostó tras conseguir su proverbial aplomo. ¡Porque eso es pura especulación, Pedrito!”. Mas no cedimos un ápice. Retomamos nuestro argumento, esgrimiendo determinadas y notorias actitudes suyas, y sigilosas gestiones que cumpliese a lo largo de los meses anteriores. Tras oírnos, mientras remojaba sus labios, arqueó las cejas. No parecía tener respuestas ante las informaciones que le dábamos, él que siempre las tuvo todas.

            -Lo cierto, pronunció finalmente -y con tono solemne-, que no solicité su retiro debido a la crisis surgida tras las elecciones (se refería al 1994). Y levantando la voz mientras apretaba los portabrazos del mullido sillón reclinable, aseguró: “¡En otras circunstancias, y tal vez otras condiciones personales, no habría permitido los desplantes de esa dama!”. Porque eso sí, aún en las peores situaciones, Balaguer era Balaguer. La Hrinak seguía siendo, para él, una dama. Una dama diplomática.

            Entendí que, con brega y por atajos diversos, había ganado la disputa. Pero no canté victoria. Viéndolo con rubicundo rostro, ateridas las fuertes manos que en muchos días encarnaron la suerte de la Nación Dominicana, no quise recalcarle que un callado enfrentamiento lo condujo hacia el candidato del Partido de la Liberación Dominicana. La confesión que acababa de hacer bastó para nosotros.

            Más tranquilo estuvo el día que el Procurador Fiscal del Distrito Nacional intentó, tiempo después, citarlo para interrogatorio sobre el caso del asesinato de Orlando Martínez. Conversábamos sobre Gabriel García Márquez e Isabel Allende, al filo del mediodía de ese primer intento, cuando entró el general Luis M. Pérez Bello. Lo interrumpió, pues él hablaba. “Presidente, un Ayudante del Fiscal vino para citarlo sobre el caso de Orlando Martínez”, le informó el general.

            -¿Quiere entregármelo? ¡Hágalo pasar!

            -Ya se fue. Cuando me avisaron que deseaba entregar un citatorio salí para hablar con él, pero el oficial de turno lo había despachado, dijo el general Pérez Bello. Surgieron algunos comentarios alusivos a la visita, y, tras ellos, el fiel asistente militar del Presidente Balaguer pidió permiso para retirarse. Cuando el Dr. Balaguer sintió que la puerta se había cerrado, comentó, como si pensase en voz alta.

            -Son unos malagradecidos.

            Y permaneció callado durante algunos minutos. Parecía reflexionar no tanto sobre la inesperada visita, sino respecto de los sucesos de aquella noche de marzo de 1975. Cuando retornó del ensimismamiento, expuso, con cierto laconismo, cómo enfrentó a los jefes militares aquella noche. No parecía decírmelo, aunque de vez en cuando citaba mi nombre. Más bien lucía desilusionado. Por ello quizá, cuando en la noche del 16 de mayo del 2000 se conocían las cifras resultantes del conteo de votos, rechazó una solicitud peledeísta para objetar el triunfo del sucesor del Dr. Fernández.

            Supimos luego que una comisión de alto nivel lo visitó para concitar su voto en favor de una segunda vuelta. Pero con argucias varias, incluida aquella de pedir las cédulas de muchos de sus partidarios que fueran distraídas antes de los comicios, rechazó la solicitud. Días más tarde, a propósito de un comentario que le hiciésemos respecto de esa visita, nos dijo: “el país está cansado de tanta política”.

            Y hoy día está mostrando el mismo cansancio. Con la agravante de que muchos contemplamos consternados la ingratitud que muestran algunos del grupo que debía recordarlo, si no con veneración, por lo menos con agradecimiento. De ahí que me permitiré comparar, en escritos posteriores, ciertos modernos “adelantos” con los “atrasos” de su tiempo. Sobre todo, de sus primeros tiempos.

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