¿Cómo se ha ido desarrollando la novelística dominicana, hasta hace unas décadas ignorada y solo valorada por un manojo de obras? Las lecturas que ha realizado Giovanni Di Pietro han puesto de manifiesto una escritura de la novela en el tiempo, de cuyos valores y virtudes se ha escrito muy poco. La presente indagación tiene como fin estructurar un discurso crítico e histórico que nos permita abrir un horizonte para la comprensión de unas prácticas de la escritura y la representación del mundo dominicano. Comenzaré estableciendo ciertos ciclos de la escritura de este género y me propongo realizar un bosquejo de las rutas, tendencias, condiciones de producción y lectura de la novela dominicana. Excusará el lector el talante provisional de estas apuntaciones.
En la cultura literaria dominicana, la escritura de la novela plantea un problema desde la concepción misma de la obra. Podemos ver este asunto en el sentido diacrónico o en el sincrónico. En el desarrollo histórico del género de representación que inicia con una novela perdida Los amores de los indios (1943), de Alejandro Angulo Guridi, o en La fantasma de Higüey (1857), del mismo autor, pasando por El Montero (1856) de Pedro Francisco Bonó. El primer ciclo de la novelística dominicana, que se inicia en la década del 1840 y termina en 1880, que marca un lapso de tiempo de 40 años, nos traza varias verdades. Primero, la tradición novelística aparece como una escritura romántica; segundo, es una literatura que busca expresar los temas locales, lo propio, lo fantástico, las tradiciones, las raíces indígenas; tercero, es una escritura dentro de la realidad editorial o limitada por ella (por eso nace fuera del país, específicamente en Cuba), se publican en los diarios en forma de folletines y luego en obras de corto aliento o nouvelle, por su corta extensión.
El segundo ciclo novelístico va de 1880 a 1900, da inicio a la novela de gran aliento. Plantea la existencia de un creador dedicado a su trabajo. Tiene en Enriquillo (1882), de Manuel de Jesús Galván, y en Baní o Engracia y Antoñita (1892), de Francisco Gregorio Billini, a sus iniciadores. Esta novela fundacional continúa la línea estética del siglo anterior: la presencia de lo nacional, el modelaje europeo, con el romanticismo; trabaja el tema indigenista y el típico. Aunque la obra de Billini entra en el tema nacional, las preocupaciones de la alta pequeña burguesía letradas frente a las luchas de las ínsulas interiores y las desavenencias entre conservadores y liberales por construir una polis independiente.
Tanto en el primero como en el segundo ciclo, la novelística dominicana -que tiene como modelo a la literatura francesa más que a la española- posee un gran interés por conocer el pasado. Es esta una vocación por la Historia. Tanto de las tradiciones regionales, las festividades en Baní o Engracia y Antoñita,como la relación entre los indios, los negros, los españoles y las tensiones entre encomienda y libertad en Enriquillo, de Galván.
El tercer ciclo de novelas dominicanas es el que va de 1900 a 1920, contiene obras de tres novelistas importantes: Amelia Francasci, Tulio M. Cestero y Federico García Godoy. En este tiempo se puede notar el crecimiento de un grupo de lectoras, el desarrollo de la mujer a través de la educación positivista, con la aparición de la primera novelista importante. En sus obras predominan los temas sentimentales y exóticos, los modelos siguen siendo europeos, pero el lenguaje se desplaza al modernismo. Por su parte, Cestero ahonda por primera vez en la situación política dada como relación entre libertad y dictadura, que caracteriza nuestra historia. La sangre (1913), como Ciudad romántica (1910) y Sangre solar (1911) son la escritura de un sujeto en lo político, es una crónica del mundo dominicano y sus prácticas. Cestero, como Galván, coloca a la incipiente narrativa dominicana por los caminos de la literatura hispanoamericana. Galván por el tema indígena y Cestero por el tema del dictador y por la construcción de una prosa modernista. Ambos en una reconstrucción de la forma del género artístico que es la novela.
Nótese que a diferencia de Angulo Guridi, autor de varias novelas, y teniendo en cuenta el hecho que Galván publicó otras que no tuvieron mucho éxito, con Amelia Francasci, Cestero y García Godoy tenemos a un grupo de escritores que realizaron con cierta extensión y variedad una escritura que muestra el novelar como arte y como representación del mundo dominicano. García Godoy sigue con el tema histórico que se inicia en La fantasma de Higüey con la presencia del pirata Morgan, que sigue en Enriquillo, que continúa en Rufinito, Alma dominicana y Guanuma. Sus obras marcan un retorno al realismo de Benito Pérez Galdós, y a sus Episodios nacionales. Godoy hace una indagación nacionalista en el pasado dominicano.
En el cuarto ciclo, que va de 1920 a 1930, aparecen obras como Inexorable, de Roque Freites, que tiene lugar en el espacio citadino; Sueña Pilarín, de Abigaíl Mejía, que sigue el tema sentimental, como Francasci (Madre culpable, 1893; Francisca Matinoff, 1901 y Cierzo en primavera, 1902). Las mujeres escriben fuera del canon que prioriza los temas fuertes de la política y la sociedad. Por esta razón el canon las excluye. En este espacio hay que incluir la obra de Rafael Damirón (¡Ay, de los vencidos!, 1921; la novela costumbrista de Pedro María de Archambault, Pinares adentro (1929), y otras que ha incluido el doctor Giovanni Di Pietro en su dilatada obra crítica.
En el quinto ciclo que va de 1930 a 1960, durante la Era de Trujillo, plantean dos subdivisiones, un poco más simétricas. Los narradores del treinta: Juan Bosch, La Mañosa(1936); Over,(1939) de Marrero Aristy, y Moscoso Puello con Cañas y bueyes (1935). Ya en este grupo los modelos son latinoamericanos, rusos o franceses; se plantea una visión más política de la realidad que se representa en la novela, el realismo deja de ser ingenuo y criollista, para darle a sus personajes una complejidad en la estructura de explotación social. La universalidad del hombre en conflictos sociales o existenciales en Over, en cuyo personaje Daniel Comprés aflora el existencialismo, de una vida cuya existencia no encaja en el mundo que le aprisiona. El lenguaje busca expresar la cotidianidad de la vida; tanto en Cañas y bueyes como en Los enemigos de la tierra(1936)de Andrés Francisco Requena, el problema telúrico es una reacción letrada a la modernización impuesta por las empresas absentistas en las primeras décadas del siglo. Esta narrativa configura el enclave azucarero de San Pedro de Macorís. La obra de Requena tiene un planteamiento sencillo, contundente y un lenguaje que recoge la influencia de Federico García Lorca.
Mientras que podríamos leerLa Mañosa como una reacción a la falta de una modernidad política liberal, por lo que Bosch ha llamado la ausencia de un Estado nacional que uniera, lo que hemos llamado, las ínsulas interiores. La obra de Bosch está muy cercana a Baní o Engracia y Antoñita, y a Sangre solar, de Cestero. Se echa de ver en estas obras, además, problema de los letrados del treinta que fue el mismo que preocupó a los hostosianos, la imposibilidad de entrar con carta propia en la polis.