El largo fin de semana de recogimiento religioso que se inicia hoy podría asegurarnos, a los que nos quedemos aquí disfrutando del alejamiento de los ruidos y tapones del tránsito, un espacio para reflexionar acerca del futuro de la capital, que no parece ser el más halagüeño.
La exorbitante población de tres millones de habitantes, que inunda todas los espacios, desde Haina en el oeste hasta San Isidro en el este, y hacia el norte hasta Pedro Brand, ofrece una perspectiva de como todos los terrenos han sido hollados por los pobladores para hacerse de su espacio en la ciudad que le aseguraría sus sustentos.
Por lo general, todas las perturbaciones urbanas que nos afectan están relacionadas con la violencia y la inseguridad, que agregado al caos en el tránsito, provocan cada día situaciones anómalas y peligrosas, manifestándose en la agresividad de los conductores y motoristas para mantener a los pasajeros cautivos de un mal servicio.
El establecimiento indiscriminado de paradas por parte de los taxistas y motoconhistas en el lugar que se les antoje, ha creado serios problemas urbanos en que la ciudadanía está impotente, en especial en el entorno de esas paradas ilegales. Es que el manejo ambiental de esos señores con su basura, orina y de otras necesidades fisiológicas, utilizando cunetas, calles, los patios y áreas de las residencias o apartamentos vecinos a esas paradas, provocan serios problemas a los que las autoridades competentes no enfrentan con energía.
Las autoridades les temen a los padres de familias del volante, conocidos por el radicalismo y violencia de sus exigencias y de los temores que les inyectan a los gobiernos de turno. La tranquilidad de los sectores residenciales ya se terminó por el aumento de esas paradas, y hasta en las zonas de altos ingresos están afectados por esas paradas, que por lo general resultan ser guaridas de delincuentes, que mezclados con los conductores, vigilan y le dan seguimiento a sus posibles víctimas para cometer sus fechorías.
La ciudad colonial constituye un problema urbano especial de perturbación, por su deterioro, que se manifiesta cuando se recorren sus calles en estos días santos, lo que es muy agradable hacerlo y disfrutar la majestuosidad de las edificaciones de la calle de Las Damas para chocar con el lamentable caso de la iglesia y calles de Santa Bárbara o edificaciones de la avenida Mella cayéndose a pedazos o un Conde expresando el desinterés de los propietarios de los edificios y negocios tradicionales, que cada día son menos, para dedicarlos a las ventas de souvenirs y de comida rápida.
Son tan estrictas las regulaciones legales para trabajos en la ciudad colonial, que impiden emprender cualquier reparación o mantenimiento a una de esas edificaciones cayéndose a pedazos, en especial las que se construyeron durante la ocupación haitiana en la calle Arzobispo Meriño.
Ese deterioro no puede ser compensado por los trabajos de restauración realizados en las calles Hostos y Las Damas, en Las Altarazanas y en la majestuosidad que ofrecen la catedral Santa María de la Encarnación y otras iglesias coloniales junto al museo eclesiástico para disfrute discreto de los visitantes.
Se anuncian y se han iniciado nuevos planes de recuperación de la zona colonial, pero siempre se hacen desde el punto de vista del funcionario egocéntrico, que impone sus criterios, a veces alejados de lo que debe ser una recuperación de espacios. Ojalá que ahora, con el plan de recuperación, se modifique el panorama, y con el aumento de los turistas que vienen del Este o en los cruceros que atracan en Sans Soucí, se le dé prioridad al rescate de la ciudad colonial.