Problemas y perspectivas de la bienal

Problemas y perspectivas de la bienal

Creación

Tres lineamientos mayores se inscriben en las bienales nacionales oficiales: incentivo a las artes visuales de parte del Estado, evaluación del panorama artístico, revisión de las normas anteriores. La tradición remonta a la segunda bienal –la primera siendo más bien una exposición, pese a que ya anunciaba su periodicidad y su contenido de artes plásticas–.

En el 1944, la Dirección General de Bellas Artes instituyó selección y premiación, y la exposición tuvo lugar en la Galería Nacional de Bellas Artes, recién inaugurada, no en el Palacio inaugurado en 1955.

Las bases estaban echadas: presentación en un establecimiento público destinado al arte y enmienda de los reglamentos han distinguido siempre a las bienales dominicanas. De bienales de artes plásticas, promoviendo pintura, escultura y dibujo, pasaron a ser bienales de artes visuales, por la definición progresivamente ampliada de las categorías visuales participantes, llegando estas hasta diez y multiplicándose premios igualitarios.

Impedimentos temporales y circunstancias políticas postergaron o suspendieron las convocatorias, pero “la bienal” se reponía y se revisaba… Felizmente, la actividad mayor del arte nacional nunca confrontó una interrupción definitiva, ¡y la siguiente pretendía a otros bríos y responder a una actualización de la producción local! Y así alcanzamos la XXVII edición, la cual ha provocado un cuestionamiento más serio que en precedentes celebraciones, a pesar de que, finalmente, no sean problemas tan graves: las perspectivas de la XXVIII Bienal pueden mejorarse si las objeciones, como las propuestas pertinentes, se escuchan.

Funciones a cumplir. Volvemos a recordar lo que señaló la historiadora del arte Hélène Lassalle –una vez jurado nuestro–, a propósito de las bienales internacionales, afirmando que cumplen funciones de información, de evaluación y de espectáculo.

Los mismos rasgos pertenecen a las bienales nacionales, y en el caso de nuestra última bienal, su espectacularidad y su despliegue en el Museo de Arte Moderno fueron cualidades indiscutibles, deslumbrando por la vistosidad y los atractivos de la “escena”. La primera mirada suele no plantearse asuntos de fondo, sino de goce visual.

Indudablemente, fue un conjunto hermoso entre homenajes expuestos y piezas concursantes dispuestas. Sin embargo, ni la información –diagnóstico representativo del arte nacional en el período–, ni la evaluación –admisión y sobre todo premiación otorgada– cumplieron sus objetivos.

Por más que aspiraron a reflejar las ansias creadoras de la clase artística y de renovación en los jóvenes, los resultados no convencieron y más bien correspondieron al sentir de un jurado decidido a barrer con la historia del arte nacional, o al menos, a cambiar su curso.

Más que llenar un cometido, ese proceso desorienta, y el artista emergente –ya inducido por el internet, responsable de muchos plagios, y la contemporaneidad externa de moda– se pregunta si vale seguir pintando (y menos esculpiendo), dedicar su imaginario a la instalación, o incursionar en el videoarte, donde -por cierto- estamos bastante retrasados, técnica y conceptualmente.

Revisiones. Una de las revisiones necesarias será devolver su sitial a la pintura dominicana y retornar a premiaciones por categoría, en vez de una globalización por “obra”, la cual se singulariza en los veredictos sibilinos de jueces y aparta las oportunidades de nuestras “vanguardias históricas”. Pues República Dominicana es un país de dibujantes y de pintores en evolución constante, sumándoles los fotógrafos, y estando sacrificados los escultores al auge de la instalación.

Por otra parte, fuera del obligado avance –si no radicalización– de la expresión artística, cada arte nacional tiene sus rasgos propios, y cada patrimonio sus urgencias de enriquecimiento. Nuestro Museo de Arte Moderno necesita aumentar su colección, y debemos pensar en obras sobresalientes y significativas… que no se destruirán físicamente, sino que se conservarán y exhibirán –aquí y ojalá fuera– en cualquier momento.

No podemos permitirnos el lujo de privilegiar una suerte de arte conceptual cuando nos faltan tantas obras pictóricas y gráficas para la colección permanente, y siendo la bienal principal fuente de adquisición. Ahora bien, no basta con una revisión de los textos de base, sino que también hay que poner atención prioritaria a la designación de los miembros del jurado, a sus historiales respectivos, a su conciencia profesional, y, tanto para los nacionales como el extranjero, valorar más que sus pasiones, su sentido de responsabilidad ante una situación y una coyuntura conocidas.

Hemos expresado sencillamente algunas de nuestras “obsesiones”, respecto al futuro de la bienal nacional, su presente y su porvenir inmediato.

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