Cada cosa en su lugar, como expresión de la sabiduría popular no es algo que se cumpla estrictamente en un país donde la falta de normas permite construir en cualquier sitio y para cualquier fin
La insaciable búsqueda de más espacios para desarrollar proyectos habitacionales y de negocios, impulsada por el crecimiento poblacional y porque familias ascienden a más capacidad para adquirir techos ideales y costosos, expande ciudades dominicanas, horizontal y verticalmente, con tendencia al desequilibrio y a la saturación de áreas urbanas y devorando terrenos circundantes esenciales para la agricultura por la alta calidad de suelos.
Otras extensiones territoriales, no tan distantes de los asentamientos urbanos a las que modernas tecnologías permitirían dedicar más exitosamente a ramas del agro y la pecuaria, permanecen yermas, desaprovechadas porque institucionalmente han faltado leyes y políticas que reglamenten el uso que corresponde a las características de cada lugar que se pisa, sean arcillosos, calcáreos o arenosos, o sin riqueza de nutrientes y absolutamente apropiados para otros fines útiles a la humanidad que no obligan a abrir surcos para semillas.
La conveniencia para las ansias de lucro de medir parcelas por metros cuadrados en vez de por tareas despoja al país de recursos feraces para el desarrollo eficiente de cultivos allí donde la naturaleza fue más pródiga, química y físicamente con la tierra, como ocurre con el valle del Cibao y otras zonas de topografías e hidrografías favorables a la producción de alimentos en el marco de los 48 mil kilómetros de que dispone la República.
En lo que toca a construir cada vez a mayor altura y gran número de apartamentos, devorando espacios aéreos, una ascendente densidad poblacional en cuadrantes de la mayor ciudad dominicana y de otros polos demográficos importantes multiplica presiones sobre servicios públicos.
Se va hacia una progresiva merma de privacidad, por la excesiva cercanía entre bloques de edificios y se complica el tránsito porque nacen súper torres entre calles estrechas y se genera una sobreexplotación del subsuelo que lleva encima a un Santo Domingo carente de sistemas de alcantarillados pluviales y sanitarios. No habría que perforar mucho para sumergirse en lo fecal.
Confortablemente instaladas en apretados conjuntos de apartamentos, trepados unos sobre otros, miles de familias han pasado a alojarse en unos tete a tete que tienden a atraparlas entre muros de hormigones con aperturas de ventanas de excelente ventilación pero que permiten el fluir de miradas y sonidos, a veces desagradablemente musicales, delatoras de conflictos generacionales y coyungales que no deberían salir de cuatro paredes. El hacinamiento llevado a niveles sociales altos.
La falta de ordenamiento. En un estudio de hace pocos años suscrito por la científica social Karina Taveras, se hace constar que las zonas urbanas se han convertido en sistemas más complejos en los cuales intervienen diversos factores sociales, políticos, económicos y ambientales. Sostiene que «la planificación territorial debe dar solución y a la vez regular las consecuencias de estas interacciones. Además, los cambios drásticos en las zonas rurales han despertado inquietud en habitantes y autoridades».
Sobre la situación en particular de la mega urbe capitalina, el arquitecto que domina el tema, Cristóbal Valdez, resaltó al comentar su libro «Historia crítica de la ciudad de Santo Domingo», que si bien el dictador Trujillo erigió a esta primada de América como expresión de su poder, las obras de infraestructura en los gobiernos de Joaquín Balaguer representaron la oficialización del desorden, «porque fue quien abrió la ciudad a un crecimiento desorganizado, sin guía ni control».
En cuanto al estilo constructor de Leonel Fernández al frente de la cosa pública, sostuvo, en declaraciones a la periodista investigadora Ángela Peña, que lo veía como un reflejo de su inmigración (de Leonel) desde la pobreza de Villa Juana, a la pobreza de Washington Heights, Nueva York, donde pasó parte de su juventud.
Lo que dice Eleuterio.- Para el distinguido especialista en recursos naturales Eleuterio Martínez, en el país ha faltado un ordenamiento de su territorio porque, entre otros motivos, «hasta los chinos de Bonao saben que es mejor negocio vender las tierras de San Francisco de Macorís por metros y no por tarea. Que los bancos le abren la puerta ancha al promotor inmobiliario y una ventanita al agricultor».
Con pesimismo reprobador, el experto advierte que los legisladores tienen gran culpa del desorden en el uso de suelos, que pronto no quedará, por la embestida de construcciones, una sola pulgada de tierra libre en las nacientes de los ríos Baiguate y Manabao, por Jarabacoa, y que mañana «tendremos catedrales en lugar de pinos en la mismísima Cordillera Central».
En ese granero del Sur que constituye la provincia de San Juan, el corresponsal Manuel Espinosa Rosario se colocó en el lugar más alto de su demarcación y pudo observar que en los últimos cinco años, miles de tareas de vocación agrícola han sido utilizadas para la construcción en grande de proyectos habitacionales, empresas y un centro de salud, pues el azote con varilla y cemento no está restringido al sector privado.
El veterano periodista critica que el Estado lleve agua potable y electricidad a lugares apartados de núcleos urbanos que deben tener preferencia en el acceso a servicios públicos. Los insumos para explotaciones agrícolas y ganaderas deben tener otras procedencias de autonomía energética y de los canales de riego con que el Estado beneficia a los agricultores.
Aunque se han aplicado diversos estudios sobre el destino que deben tener los suelos en República Dominicana, los analistas están interesados en que se logre que haya siembras y bosques ocupando los lugares que les corresponden y dicen sentir la falta de informaciones detalladas y actualizadas para regir los usos agropecuarios y la distribución y localización de la cobertura boscosa para que los desarrollistas y emprendedores reconozcan límites trazados científicamente.
En algún momento se reconoció a nivel oficial que debía existir una base de datos georreferenciados y detallados disponible para el sector privado, distintos organismos del Estado e instituciones no gubernamentales y académicas. Informaciones sobre los diferentes ecosistemas para poder fijar contornos infranqueables a las áreas que vayan a dedicarse a la agropecuaria y a ocupaciones urbanas.
Significativamente, una amplia inversión para fines turísticos en el Sur y en la parte más costera y de bosques secos en el Este del país, ha puesto de su parte para la conservación natural de los entornos, aunque la sociedad civil ha tenido a veces que lanzarse a denunciar, en propósito de impedir depredaciones, las ofensivas de capitales que quieren seguir sintiéndose con derecho a hollar parques nacionales.
Preocupación oficial. El Estado Dominicano, que a veces cambia de mano y pierde continuidad, ha dicho reconocer a través de sus voceros que la acción urbanizadora es un problema que debe enfrentarse. Incluso desde el Ministerio de Agricultura suele hablarse de que la reducción de espacios productivos en el campo amenaza la producción de alimentos.
Han dicho también que trabajan para refrenar a urbanizadores junto a los ayuntamientos de varios municipios de vocación agrícola aunque la forma en que las maquinarias que arrasan suelos han estado operando por los alrededores de Moca, San Francisco de Macorís y Salcedo, no hace aparecer como efectiva ninguna gestión oficial para contenerlas.
Las actuales autoridades dicen estar preocupadas por el incremento de proyectos habitacionales y turísticos en Moca, Bonao y el Bajo Yuna, lugares ideales para la producción de importantes rubros como el arroz. Es quizás por ello que el especialista Eleuterio Martínez vaticina que a mediano plazo podría ocurrir un desplazamiento de estudiantes que ahora cursan la carrera de agronomía en la universidad del Estado hacia cortos aprendizajes de mercadeo turístico en UNIBE.
Advertencias de ONU. Para demostrar que no se trata de un problema exclusivo de los dominicanos, se recuerda que la Organización de las Naciones Unidas advierte que las ciudades son lugares fantásticos para vivir solo cuando se planifica y gestiona su crecimiento.
En una de sus publicaciones editoriales refirió que el crecimiento ilimitado redunda en problemas como el surgimiento de inundaciones, la contaminación del aire y las «islas de calor» urbanas.
Para el ciudadano común la falta de orden al edificar se traduce en deterioro del bienestar, aumento de las emisiones de gases de efecto invernaderos y demás desechos, así como la degradación de los suelos y las vías fluviales.
«Las ciudades necesitan bosques.
La red de montes, el arbolado y los árboles individuales de una ciudad y sus alrededores desempeñan una amplia gama de funciones como regular el clima, almacenar el carbono, eliminar los agentes contaminantes del aire, etc.»