No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Seguro que más de una vez has escuchado este consejo en la vida cotidiana: eso es porque probablemente estabas procrastinando.
Estudiar un examen el día de antes, aplazar una cita importante en el trabajo o dejar un proyecto de final de carrera para el año siguiente son algunos ejemplos de lo que se conoce como procrastinación.
Esta palabra, cada vez más instaurada en nuestro lenguaje, hace referencia a la acción de aplazar una actividad urgente o necesaria para dedicarnos a otra más agradable, aunque menos relevante.
Cuando hablamos de procrastinar, hay que diferenciar entre aquellas personas que lo hacen de manera puntual, algo que es bastante común, y aquellas que se lo han planteado como un estilo de vida.
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Al procrastinar, “tenemos miedo a enfrentarnos a una determinada cosa que puede ser muy abrumadora, difícil, compleja o aburridísima, pero sabemos que la tenemos que hacer porque es importante y nos evadimos con miles de actividades placenteras, dejando para mañana lo que podríamos hacer hoy”. Así define este término la psicóloga Silvia Arcas durante su paso por los micrófonos de nuestra radio, “El Bisturí”.
Miedo a tomar decisiones
Aunque se ha identificado con personas vagas, la procrastinación, tal y como explica Arcas, no es tanto una cuestión de pereza, como de miedo. “Es como una bola de nieve, cuanto más me evada, más crecerá el problema”, matiza.
No realizar una actividad importante que se está aplazando indefinidamente traerá consecuencias negativas para la persona y finalmente se hará en última instancia, deprisa y muchas veces mal.
Una vez completada esta actividad, el precio que se ha pagado de desazón, de culpa y de sentimiento de fracaso es realmente excesivo.
“Tenemos miedos muy focalizados a situaciones concretas. Hay personas con una capacidad de afrontamiento óptimo en situaciones como los estudios o la familia y, sin embargo, en el trabajo derogan indefinidamente”, explica Arcas.
Esto también se relaciona con los recursos que nosotros creemos que tenemos para hacer frente a los problemas porque, según señala esta psicóloga, nos estresamos cuando creemos que las demandas del ambiente son excesivas y pensamos que no tenemos recursos para hacerlas frente, aunque a veces esto es consecuencia de una baja autoestima.
La persona puede estar metida en un círculo de ansiedad tal que compulsivamente realiza tareas para distraerse, como puede ser el uso Internet o de Whatsapp, irse de compras o comer de forma compulsiva, por lo que, como consecuencia de ese temor a enfrentarse a la vida, se genera una adicción, de acuerdo con Silvia Arcas.
Alto nivel de exigencia y baja autoestima, claves de la procrastinación
La sociedad ejerce una importante presión en nuestro autoestima porque, en cierta manera, se espera que tengamos una vida llena de éxitos. Sin embargo, debemos asumir que las cosas llevan un esfuerzo y que solo las personas que se atreven a fracasar pueden alcanzar el éxito.
“Muchas veces nos asustamos porque vemos las tareas de una manera globalizada, pero debemos verlas como una sucesión de acontecimientos que finalmente nos conducen a un objetivo”, apunta Silvia Arcas.
Tampoco sabemos diferenciar siempre entre las cosas que son verdaderamente urgentes o imprescindibles, las que son simplemente importantes y aquellas que forman parte del ocio.
Evidentemente, debemos decantarnos prioritariamente por lo más urgente, resolverlo y, a continuación, dedicarnos a lo importante.
Hay mucha frustración, incluso en personas inteligentes y con recursos, porque aunque consiguen hacer en el último momento lo que se habían propuesto, queda un sentimiento de culpa y sensación de falta de voluntad.
“Hay personas que están enfrentadas a muchísimas demandas, a veces porque son muy perfeccionistas, y no tienen idea de dónde están sus verdaderos límites”, destaca Arcas.
“Otras veces -añade- nos importa tanto que nos quieran, nos aprueben, nos refuercen y nos consideren importantes que queremos dar gusto a todo el mundo y no siempre se puede”.