Gumersindo del Corral III

Gumersindo del Corral III

Cuatro años después de aquel encuentro con Gumersindo volví a verlo, en el mismo sitio, bajo el mismo árbol, sentado en el banco, mirando la catedral de Santo Domingo. Me saludó con la cordialidad de siempre y una contagiosa sonrisa. -Tenía mucho tiempo sin verte, dijo al abrazarme. -Sí; la última vez que hablamos estabas aquí, en el parque; me dijiste que escribirías lo que no logró escribir el ruso León Tolstoi. ¿Cómo va esa empresa intelectual? -No he avanzado mucho. En realidad, no he pasado de conjeturas, hipótesis sobre lo que pensaba Tolstoi acerca de la guerra y la paz. Estoy confundido en lo que atañe a sus ideas sobre la mujer y el matrimonio.

-Pero lo que más me duele es no poder mirar los templos religiosos como los veía Tolstoi. Una iglesia ortodoxa rusa es semejante a un pudín coloreado, con grandes cebollas en las bóvedas. No me canso de mirar nuestra vieja catedral, con su torre truncada. Los militares españoles se opusieron a que la catedral tuviese un campanario más alto que la Torre del Homenaje. Está bien que se argumentara eso en el siglo XVI y en siglo XVII. Sin embargo, se sigue pensando de la misma manera en la actualidad. Terminar esa torre haría bien al turismo. Varias catedrales europeas han tardado varios siglos en completarse.

-Mi querido amigo, he comprendido que Tolstoi vivía en un lugar donde la nieve todo lo arropa en invierno; hay momentos en que la claridad no desaparece nunca; los rusos tienen “noches blancas”. Nosotros estamos siempre bajo un sol inclemente. Por eso me refugio debajo de esta higuera. Los sacerdotes dominicanos no son como los ministros de la Iglesia rusa; somos muy diferentes de los eslavos y de los asiáticos; tú y yo somos negros y blancos al mismo tiempo.

El conde León Tolstoi nunca oyó tocar el bongó; él no podría imaginar qué cosa es “un merengue apambichao”. Los conflictos culturales de los rusos únicamente los entienden los rusos. Los hombres de estas islas tropicales podemos disfrutar el arte ruso; pero no conseguimos penetrar en el fondo de sus almas. Por eso he renunciado a escribir los relatos “embrionarios” del novelista ruso.

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