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El perfil que deseamos para nuestro sistema de instrucción pública es el de un conjunto de instituciones con una misión bien definida, con estructuras curriculares diferenciadas y cuerpos académicos que, además de sólidos, descansen en una gestión eficiente y eficaz.

¿Qué hacemos para lograrlo? Entre otras realizaciones, analizar con detenimiento las diversas formas para mejorar la calidad de la docencia. Estudiar los retos que enfrentan hoy los maestros de escuela, así como las respuestas que deben dar los nuevos programas de formación y capacitación docente.

Y tal como lo recomienda el sociólogo argentino Emilio Tenti Fanfani, en su libro “Reflexiones sobre la construcción social del oficio docente” examinar las particularidades de dicho oficio hasta concluir preguntándose ¿Qué es un docente? ¿Qué es la docencia? ¿Qué habremos de hacer y que hemos venido haciendo en favor del desarrollo de nuestro sistema de instrucción pública? Veamos.

Desde que el educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos fundó a finales del siglo XIX en la ciudad de Santo Domingo la primera escuela del país dedicada a la formación y capacitación de maestros hasta hace sólo unas cuantas décadas, el ejercicio docente no era más que un oficio mal renumerado ejercido por bachilleres o por personas con poca o ninguna perspectiva de futuro. Para entonces, la expresión “más hambre que un maestro de escuela” podía oírse en cualquier sitio. Afortunadamente ya no es así.

Los profesionales de la educación egresados de nuestras universidades o de nuestras escuelas normales que laboran en escuelas públicas o en colegios privados de altos estándares hoy día devengan niveles salariales iguales a los devengados por profesionales de otras áreas del saber y la cultura. En la actualidad, la profesión docente es una de las más preferidas por los estudiantes universitarios de nuevo ingreso.

Veinticuatro instituciones dominicanas de educación superior ofertan dicha carrera. Más de 50 mil jóvenes dominicanos de menos de veinticinco años cursan estudios de pedagogía o de otros afines. De conformidad con las estadísticas oficiales, más del 80% de los maestros (plural extensivo que engloba la totalidad sin hacer hincapié en el sexo) en servicio posee un título universitario o de técnico profesional que lo acredita como tal.

Al final de la llamada “era de Trujillo” apenas un 4% de los maestros en servicio poseía un título universitario. Hoy, es muy difícil que una persona no titulada ocupe un puesto de maestro en cualquier escuela pública o colegio privado. Si nos atenemos a los estudios realizados, estaríamos en condiciones de afirmar que los profesionales de la educación que egresan de nuestras universidades están mucho mejor formados que los normalistas de antes.

El Ministerio de Educación es el mayor empleador de la República Dominicana. La nómina de pagos de los servidores de esa dependencia estatal representa más del 20% de la de todo el sector público. Y esto se constituye en gran obstáculo a la hora de disponer de elevaciones de salarios a los niveles en que suelen reclamarse.

Los sueldos de los maestros de escuelas públicas no son altos como cabría esperarse que los fueran; tampoco, tan bajos como en muy contadas ocasiones alegan los dirigentes magisteriales. ¿A cuánto debe ascender el salario de un maestro para que éste pueda adquirir una vivienda por modesta que fuera; para alimentarse apropiadamente; para adquirir un buen seguro de salud y de vida; o para marcharse con dignidad de este valle de lágrimas en el que se ha convertido el mundo en que nos ha tocado vivir? Para cubrir las necesidades que a diario se les presentan, el maestro tiene que percibir un salario que al parecer el Estado dominicano no está en condiciones de otorgarle.

A pesar de ello, nuestros docentes siguen cumpliendo con su cometido de crear conocimientos, transmitirlos, y tratando siempre de configurar una permanente conciencia crítica de la sociedad dominicana.