LONDRES — En su peor momento con el coronavirus, el doctor Poorna Gunasekera vio tres rayos de esperanza.
Tras un grave deterioro de sus síntomas de COVID-19, Gunasekera fue trasladado al hospital Derriford de Plymouth, en el sureste de Inglaterra, la madrugada del 30 de marzo, y tres exalumnos acudieron a atenderle.
Al entrar en la “zona roja”, que está un nivel por debajo de la unidad de cuidados intensivos, el profesor asociado de ciencias biomédicas en la universidad de la ciudad fue colocado en aislamiento.
“Fue maravilloso que durante ese tiempo, dos de mis antiguos alumnos, que son médicos, y otra, que es enfermera, vinieron y se presentaron”, dijo a The Associated Press tras ser dado de alta el 9 de abril.
A Gunasekera, de 57 años, se le quebró la voz al recordar los encuentros.
“Fue un mundo de diferencia para mí”, dijo. “No podía verles la cara, todos llevaban sus cosas protectoras, pero vinieron, y no solo me atendieron, hicieron algunos procedimientos muy difíciles (…) me dio mucha fuerza saber que esas personas maravillosas estaban ahí de verdad”.
El respeto era mutuo.
Gertrude Magama, una enfermera de 45 años procedente de Zimbabue que conoce al profesor desde que fue voluntaria en uno de sus proyectos, dijo que había sido un “honor” cuidar de él.
“Me conmovió cuando me aseguró que lo estaba haciendo bien cuando él sufría dolor y desconcierto”, dijo. “A mis ojos, él siempre será una parte valiosa de mi éxito futuro en mi profesión de enfermera”.
Gunaselera, más conocido para amigos y colegas como P.G., creció en Kandy, Sri Lanka, y lideró la Guardia de Honor ofrecida a la reina Isabel II durante su visita en octubre de 1981.
Llegó a Gran Bretaña en 1999 con una beca de la Mancomunidad para estudiar una maestría en el University College de Londres, y lleva desde entonces en el campo académico, y en Plymouth desde 2012.
Los conocimiento de medicina no dan sabiduría necesariamente. Él admite sin reparos que minusvaloró el deterioro de su salud, incluso cuando su fiebre superó los 39 grados Celsius (102 Fahrenheit) y perdió 6,5 kilos (unas 14 libras) por diarrea. Aunque los infectados de coronavirus suelen sufrir síntomas leves o moderados, complicaciones posibles como la neumonía pueden poner en peligro sus vidas.
“Como es médico y enseña a médicos a diario, confié en él y le di el beneficio de la duda cuando me dijo que empezaba a sentirse mejor poco a poco”, dijo su hija de 26 años, Saki. “En retrospectiva, creo que solo estaba intentando canalizar un montón de pensamientos positivos para calmar sus preocupaciones y las mías”.
Al final, Saki, que al igual que su novio, George, tuvo síntomas leves, “decidió imponerse” a su padre y pidió su traslado al hospital. Fue una decisión que terminó salvándole la vida, reconoce él.
Gunasekera pasó en torno a una semana con respiración asistida, porque sus pulmones se habían llevado “una golpiza”.
Algo curioso le ocurrió en el “crucial” tercer o cuarto día. Entró en una fase sin dolor “donde mi cuerpo en cierto modo dejó de comunicarse conmigo” y su sentido de propiocepción, la conciencia del propio cuerpo en el espacio, también se desvaneció.
“Perdí sentidos”, dijo. “Fue el estado vital más pacífico en el que he estado jamás”.
Él cree que fue un asomo del nirvana, el objetivo definitivo del budismo, en el que la persona disfruta de una paz indescriptible.
Pero las preocupaciones volvieron al mejorar su salud, y unos días después fue trasladado a una sala con otros tres pacientes en recuperación.
Los cuatro compartían el mismo sentimiento de culpa por la posibilidad de haber contagiado a otras personas.
“Todos estábamos preparados por la estigmatización que podría venir y la comprendíamos”, dijo. “Si fuera al revés, yo tendría cuidado de encontrarme con alguien que había recibido un diagnóstico positivo de COVID, aunque hubiera sido hace mucho tiempo”.
Ahora estaba deseando ver a su nueva pareja, Hayley, y a su familia de nuevo cuando pasara su periodo de autoaislamiento de 14 días. Entre tanto se recuperaba con Saki, George y su perro Barney en el pequeño poblado de Filham en el sur de Devon, y reflexiona sobre lo afortunado que es de tener una segunda oportunidad, a diferencia de miles de personas. Más de 15.000 personas han muerto en Gran Bretaña por la pandemia, y los expertos estiman que tendrá la cifra de fallecidos más alta de Europa.
Gunasekera expresó su admiración por los trabajadores sanitarios jóvenes, muchos de los cuales pasaron por sus clases, por ser mucho más “humildes” que su generación.
“Habiendo pasado por la facultad de medicina, recuerda que salíamos con esta sensación de ser el regalo de Dios a la humanidad, éramos los seres supremos”, dijo.
La nueva generación, señaló, “aprende a reconocer que hay un límite a nuestro conocimiento y que hay muchísima incertidumbre ahí fuera”.
El profesor expresó su esperanza a que tras la crisis surgiera una “sociedad cohesiva”, más empática con los problemas de la sanidad pública británica y que reduzca la distancia entre diferentes generaciones.
“La belleza del distanciamiento social es que si bien es distanciamiento físico, ha traído conexiones emocionales”, dijo.
“Esto es casi como un botón de reinicio que necesitaba la sociedad, y quizá saldrá de esto como una sociedad mejor, un grupo de personas mucho mejor que nunca”.