Profesores: sin formación
ni tiempo para la docencia

Profesores: sin formación<BR>ni tiempo para la docencia

POR MINERVA ISA
Y ELADIO PICHARDO
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Al tirar el sombrero se les fue la cabeza, la inteligencia cultivada, la mente lúcida, voló la autoridad moral e intelectual. La flama del saber se trocó en fuego que incineró la sapiencia, la entrega y el sacrificio inherentes al noble oficio de enseñar, devastando la imagen del maestro consagrado, la referencia obligada, el hombre y la mujer reverenciados, la sabia consejera, el cauto orientador.

La estima del maestro descendió abruptamente en la escala social, su valoración perdió relieve en una sociedad que privilegió las conquistas materiales, y el talento desechó la docencia, se enrumbó por otras profesiones.

El respetado catedrático con sombrero de fieltro y flux de casimir que educó a nuestros padres quedó en las regiones del recuerdo, en escenarios pretéritos. No fue el modelo a imitar por generaciones posteriores, cuya falta de vocación y precaria formación académica hicieron de la baja calidad de la docencia el principal problema de la educación dominicana.

No sólo tiraron el sombrero, en el acto también se esfumaron los valores, la ética, el decoro. Pocos sobrevivieron sin menoscabo de su capacidad intelectual y dignidad, pocos quedaron incólumes en las aulas. Tanto se les marginó, que las universidades se instalaron con su propio personal administrativo pero sin un cuerpo docente.

  ¿Quién enseña?

Alguien que va y viene, ave de paso, la maestra “taxi” y el profesor “concho”, como peyorativamente les llaman porque circulan de universidad en universidad en agobiante rutina de sobrevivencia. Presurosos, estresados, agonizan con un pluriempleo que no les da tiempo ni recursos para vivir con decoro, menos aún para capacitarse y actualizarse.

No existe en esas instituciones un staff profesoral sólido, con buena formación pedagógica y científica, justamente remunerado, que dedique sus conocimientos y experiencia, tiempo y esfuerzo a este quehacer de minusvalía incapacitante, relegado, menospreciado, aunque prediquen que la educación es de alta prioridad, único puente para el salto al progreso.

Las autoridades universitarias están conscientes del desatino, la sociedad también, pero sigue impávida con la pasividad que asume el que funcionarios del gobierno devenguen casi un millón de pesos mensuales, monto que en dos años, no obstante el pluriempleo, no recibe la mayoría de los educadores, ni siquiera académicos de sólida formación.

Las universidades carecen de profesores a tiempo completo. El 92% de los 11,250 docentes universitarios está contratado por horas, situación que limita los compromisos derivados del desempeño pedagógico, e induce a la rotación y la inestabilidad del profesorado. Remuneran de manera exclusiva el tiempo presencial en las aulas, lo que junto a ausencias y tardanzas, más frecuente en la UASD, impide cumplir el programa de enseñanza, mantener vínculos con la investigación y la extensión, hacer vida universitaria.

  Una alta proporción no dispone de la formación académica requerida para enseñar en el tercer y cuarto niveles. La mitad no rebasa el grado de licenciatura, y aquellos con maestría, básicamente es en metodología de la enseñanza y no en la disciplina que imparten, pese a ser el conocimiento lo medular en el proceso formativo. Generalmente no se hacen evaluaciones ni se siguen procesos de acreditación y certificación profesoral.

 Los educadores se han visto compelidos a realizar estudios de postgrado, una tendencia creciente por las presiones de la Ley 139-01 de Educación Superior, Ciencia y Tecnología. Pero, pese al incremento en los últimos años, todavía la mitad no ha cursado postgrados. Un 48.4% tiene nivel de grado y 2% formación técnica superior. Adicionalmente,  23.7% posee una especialidad, 23.9% maestría y apenas un 1.9% un doctorado.

En total, el 49.5% de los profesores ha hecho un postgrado, proporción bastante baja, aunque reporta gran mejoría en relación con 1997 y 1998, cuando un 75% tenía titulación en grado y 15% de postgrado. El aumento es notable pero sólo en la dimensión cuantitativa, no en la calidad, por las deficiencias en la educación de cuarto nivel.

Cualitativa y cuantitativamente estamos en desventaja frente a universidades de América Latina y muy distantes respecto a las norteamericanas, que tienen un 90% de su personal con doctorado. La exigua presencia de doctores en las academias dominicanas nos sitúa en últimas filas, por debajo de Costa Rica, Panamá, Cuba y otras naciones. Una de las nuestras con mayor porcentaje de doctorado en su personal docente es INTEC, y apenas llega a un 10%, mientras las privadas de Puerto Rico alcanzan un 35 ó 40%, las costarricenses se acercan al 20% y las cubanas promedian de 25 a 30%, superada por la universidad José Antonio Echavarría, de Cuba, que ostenta el 40%.

Poseer un título universitario, una licenciatura o una maestría, ya no basta para enseñar, el educador debe renovar constantemente sus conocimientos. Mas, en el claustro universitario, con escasas excepciones, no hay una labor constante de enriquecimiento cognitivo del proceso de formación. Las visitas de los docentes a las bibliotecas son casuales, no leen, no investigan. El alto costo de los libros es una gran limitante, parcialmente subsanada con la internet, aunque muchos no acceden con la frecuencia debida a la red para documentarse, actualizarse.

Entre esos docentes, poco propensos a capacitarse, no se observa un crecimiento intelectual, carecen de una actitud positiva hacia el estudio, sustentando la enseñanza en lo que aprendieron en su época de estudiantes. La globalización evidenció la necesidad de que transitaran hacia un nuevo tipo de capacitación, hacia formaciones pedagógicas, didácticas, pero muchos se resistieron, consideraron que por su largo ejercicio no la requerían.

Una parte del personal académico, en alta minoría, venció la resistencia, mejorando su capacidad de autodesarrollo, su autoestima y toma de conciencia de su papel en la sociedad, la motivación por la búsqueda de  nuevos conocimientos y la eficiencia en el trabajo docente y administrativo.

Sin dudas, hay profesores dispuestos a renovarse, pero su formación y actualización no recibe alta prioridad en la gestión universitaria como mecanismo idóneo para elevar la calidad y   lograr una educación más en consonancia con los requerimientos del siglo XXI. Pocas academias ofrecen la atención debida al entrenamiento docente o conceden facilidades de tiempo y costos, prefiriendo algunas importar unos cuantos educadores extranjeros. Son escasas las oportunidades de capacitación continuada, sea en la forma tradicional, a distancia o por la red, y más aún las de ser contratados para involucrarse en la investigación.

Todavía la universidad dominicana dista mucho de seguir la tradición de homólogas europeas donde el docente es un investigador por excelencia, y su condición de educador está supeditada a su labor investigativa. No existe, como en sistemas universitarios avanzados, el escollar, el catedrático profesional a tiempo completo que dedica su vida a la generación de conocimiento. Con muy raras excepciones, disponen de profesionales en ejercicio, profesionales-profesores, no profesores-profesionales, lo que responde a la naturaleza de nuestras instituciones de educación superior, orientadas estrictamente a formar profesionales.

Esa es una de sus grandes asimetrías respecto a universidades internacionales con profesores dedicados solamente al quehacer universitario, a la reflexión y la investigación. Aquí eso no existe, y es que las academias creen que pagar a un docente para que investigue, es una pérdida de dinero.

Degradación

La conformación del profesorado, su capacitación pedagógica y científica se ha degradado. El talento no permanece en las aulas, y es que para un profesional de cierto renombre, un buen ingeniero, un economista exitoso o un sociólogo experimentado, la docencia no es una opción, los sueldos son muy bajos en todas las universidades, con mínimas diferencias.

Los exiguos salarios e inseguridad laboral y la pérdida de prestigio del maestro son eslabones de una intrincada cadena de problemas asociados a las mismas condiciones materiales de su existencia, a la improvisación de profesores, muchas veces contratados entre los recién graduados.

La poca visión de rectores o propietarios de universidades influye en la escasa inversión para la capacitación profesoral, privilegiando a veces la infraestructura o el área administrativa. Inconcebible, dado que la calidad de la enseñanza está íntimamente vinculada a la formación del maestro, en función de lo cual se mide. Ese factor aparece en todas las investigaciones como uno de los determinantes más importantes  en el rendimiento escolar.

La capacitación es una de las dos condiciones clave para una buena incidencia del profesor en el estudiante. Debe tener un postgrado para impartir enseñanza en el nivel de grado; un doctorado para maestrías, y postdoctorado para la docencia en doctorados, siempre grados superiores al que se enseña. 

El otro elemento vital, el tiempo dedicado a la docencia y a su preparación, es precario, sobre todo en los que trabajan en dos o tres universidades.

La sobrecarga asumida para procurarse un ingreso medianamente aceptable, persiste acentuada entre las múltiples causas del deterioro del magisterio, como también la vulnerabilidad profesional, ausencia de programas de pensión y retiro, violaciones recurrentes a la ley laboral e inestabilidad social,  las limitaciones pedagógicas y didácticas con que se forman y en el desempeño de su labor magisterial, las deplorables condiciones en que se desarrolla la docencia, carencia de aulas, equipos y materiales didácticos.

Aves de paso

En el escenario universitario dominan los profesores que no laboran exclusivamente en una universidad o sólo en la docencia. A diario van y vienen por las diferentes academias, de la UASD a UTESA o a UNAPEC, de la PUCMM a la O&M,  presionados por el tiempo y el tránsito. Prolifera el profesor “taxi”, ave de paso con una clase aquí, otra allá, con tanta prisa que un estudiante lo aborda y no puede atenderle,  tiene justo el tiempo para llegar al otro recinto. Es el trajín, el ahogo cotidiano. Apresurados, sudorosos, sin poder preparar clases, sin pensar lo que hará en el aula, en la interacción con los alumnos.

Con lo que la docencia le reporta, no pueden costearse una maestría o un doctorado, comprar libros, pagar la internet. La renovación tecnológica le exige gastos incapaz de solventar, el equipo que debe llevar a clase, un proyector, una computadora portátil, valen unos RD$100,000, que muy pocos tienen. Algunos los adquieren e invierten en su especialización buscando otras fuentes de ingresos, por lo que afirman que el profesor subsidia a la universidad.

 Potenciales candidatos al magisterio argumentan su rechazo señalando que para ser un buen profesional tienen que hacer maestrías, doctorados, estar al día en su especialidad. Sin opciones, miles lo hacen, trabajan ocho horas promedio, el horario de un obrero, mucho tiempo para una jornada intelectual de esa naturaleza. Por cada hora de clase, los alumnos deberían estudiar dos horas, el profesor  también, un tiempo para actualizarse, conocer el contexto nacional e internacional, navegar en la internet, documentarse, investigar, reflexionar.  De noche, al llegar a la casa explotado, difícilmente pueda corregir exámenes y trabajos asignados a los alumnos. Compensa en el fin de semana para ponerse al día o hacer una maestría, o no interrumpe la docencia, que prosigue sábados y domingos para regresar el lunes al aula sin haber descansado, sin preparar las clases.

Libertad académica

Por naturaleza, la universidad tiene que ser autónoma, y como tal, descansar en educadores autónomos. No es con docentes que obedezcan órdenes con quienes se puede construir un centro universitario que aspire a un staff profesoral capacitado, actualizado, creativo. Esto no significa que no se supervisen, sino que se les respete su opinión y se les permita expresar su parecer, que el acompañamiento se fundamente en la libertad académica,  parte del quehacer universitario. En una universidad donde realmente exista, no se concibe que un profesor  le impongan un programa con lo que tiene que enseñar. Debe ser él quien a partir de sus conocimientos y experiencia, lo elabore. Pocos lo hacen, cuando lo correcto sería que se incorporaran a la concepción del plan a seguir en su asignatura.

Esa libertad no implica que los educadores actúen a su antojo, omitan aspectos programáticos o incluyan contenidos ajenos al plan de estudio. El  jefe de cátedra debe orientarlos sobre el objetivo de la materia a impartir y velar para que lo cumpla. Además, proceder a evaluaciones del profesorado en la que participen los alumnos, con la que se retroalimenta al educador y sale a relucir aquello sobre lo que no se tiene el control, planteado por los estudiantes al manifestar sus inquietudes.

 Remuneración

La cátedra universitaria está a cargo de un personal que por los bajos salarios no sólo se sobrecarga de horas clase, en muchos casos tiene que compartir la enseñanza con otro trabajo, incluso en áreas ajenas a la educación. Entre los dedicados  únicamente a la docencia, que algunos imparten  mañana, tarde y noche, sábados y domingos.

Si está en la UASD, debe laborar cuarentidós horas semanales para un ingreso mensual de RD$44,000, reducidos a RD$38,000 con el descuento de seguro médico. En muchas de éstas, un contrato a tiempo completo ronda al mes los RD$31,000, sin descuentos, un monto inferior en academias de créditos estudiantiles más bajos. En la estatal han regido tarifas ligeramente superiores, aunque últimamente algunas privadas  la superan un poco, pagando a RD$300 la hora.

El problema de los docentes no es sólo salarial, es sistémico, no están garantizados servicios básicos, salud, educación, pensión, y lo que ganan no alcanza para imprevistos ni el ahorro. Y el profesor se pregunta, ¿cómo voy a cubrir la educación de mis hijos, qué haré ante la enfermedad, qué sucederá en la vejez?

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