Profetismo, instituciones y naturaleza humana

Profetismo, instituciones y naturaleza humana

POR JOSÉ LUÍS ALEMÁN SJ
Resulta difícil expresar realidades administrativas de un pasado milenario con términos comprensibles en el lenguaje de hoy. Solemos fijarnos en una característica llamativa de nuestra actual organización social que nos parece haber existido de alguna manera en el pasado para calificar instituciones antiguas. Recordemos, sin embargo,  que como dicen los teólogos de Dios  de El es más lo que ignoramos que lo que sabemos.

 A veces, en cambio, nos imaginamos cualidades administrativas del pasado  para aplicarlas a una actualidad que por difusa se nos escurre entre las manos. Es este un  camino  traicionero porque partiendo de lo que suponemos calificamos lo que experimentamos sin comprenderlo. Oscuridad más penumbras igual a tinieblas.

Eso supuesto quiero hablar  de una institución de la antigüedad, el “profetismo”, para aplicarla al “antipoliticum” de Mons. Juan Antonio Flores.

Sabemos algo del significado dual de  la institución profética del pueblo judío: los profetas oficiales y los “inorgánicos”, aquellos que no formaban parte de la “burocracia” oficial.

Los Profetas en Israel

     El Profetismo en el pueblo judío era una institución social bien conocida. La historia de Israel nos habla de dos clases de profetas: los de la corte real y ocasionalmente los de fuera de ella.

a)      Los profetas cortesanos cumplían dos funciones: rituales unas

 y asesoras en temas de moral y política. En un ambiente social en el cual los conocimientos tecnológicos eran limitados y no se distinguía entre un Dios creador que deposita en el ser humano la responsabilidad del desarrollo técnico y social y un Dios causa primera y directa de cuando sucede a los pueblos era importante ofrecer sacrificios de expiación por las faltas del pueblo e interpretar las señales de su voluntad para tomar las decisiones correctas. Los profetas eran arúspices que interpretaban los signos de los tiempos para el éxito o fracaso de las misiones reales y asesores-consejeros de lo que el rey debía hacer para agradar a Dios o para evitar su cólera.

    La familiaridad con el rey invirtió de hecho muchas veces los papeles profetas-rey: en vez de ser consejeros ilustrados en la voluntad de Dios para moderar arbitrariedades del príncipe se tornaron los profetas en apoyadores de sus decisiones. Con frecuencia defendían las decisiones reales por motivos divorciados de la religión y de la moral. El profetismo cortesano dejaba de ser una instancia crítica religiosa de la conducta real para asumir el papel de aliado ideológico que sancionaba positivamente abusos religiosos y sociales.

b) Los profetas extracortesanos, muy pocos, mostraron profundas y apasionadas convicciones religiosas, por su austeridad de vida y valentía gozaron de gran prestigio popular y se convirtieron de hecho en críticos indomables de la injusticia social real y de prácticas religiosas orgiásticas y politeístas.

     El pueblo los tenía como enviados de Dios que practicaban lo que anunciaban y anunciaban la iniquidad real. No eran sin embargo críticos vitriólicos de la monarquía. Sus profecías no buscaban la destrucción sino la conversión. Curiosamente los profetas son presentados no como personas que anhelaban la exhibición profética sino como enviados por Dios en contra de su inclinación natural a misiones renovadoras de la justicia y de la religión.

La historia nos cuenta, sin embargo, que en general los reyes vieron a los profetas no como mensajeros de conversión sino como enemigos políticos.

Los profetas cortesanos hicieron causa común con el rey en contra del mensaje y de la persona de los profetas acusadores. Elías, Isaías, Jeremías y Amós vivieron las consecuencias.

c) Demos un brinco tres milenios para explicar el uso del vocabulario profético en las iglesias de nuestros días. Entendemos por profecía la denuncia por razones morales, sociales y religiosas de malas conductas por parte de autoridades civiles o religiosas. Estas críticas pueden extenderse válidamente a formas abusivas de gobierno eclesiástico. Karl Rahner el súperteólogo católico del siglo XX distingue dos elementos necesarios, distintos y a veces contrarios en la vida de la iglesia católica: el institucional, que cuenta siempre a su favor con la visibilidad de la organización, y el ¨carismático¨, aproximado con el profetismo, que busca nuevos caminos o corrección de fallas institucionales, y que necesita ser discernido para su aprobación como profetismo auténtico.

La recién resumida historia del profetismo judío sugiere cuatro criterios: verdad de las denuncias pronunciadas, condenación ética y religiosa de los esos abusos , orientación a la corrección no a la aniquilación de los gobernantes y motivación religiosa no publicitaria o exhibicionista del ¨profeta¨.

    Hablo, por supuesto, del profetismo religioso en cuanto tal. Obviamente existen otros profetismos ¨sociales¨ y ¨politicos¨ de tonalidades distintas y la validez de los criterios admite grados distintos. Tampoco podemos afirmar que el auténtico profeta sea siempre un modelo de parsimonia y equilibrio. Basta recordar a Savanarola el gran profeta dominico de Florencia. Le sobraba verdad y espíritu cristiano; tal vez algo de pasión.

d) Resulta difícil negar el calificativo de profetismo al ¨antipoliticum¨ de Monseñor Flores. Sus denuncias son extremadamente serias y de carácter habitual y no ocasional (compra-venta de conciencias o de simpatías políticas; extravagantes sueldos, dietas y pagos por participación en directorios totalmente divorciados de la realidad social; desconocimiento del principio de igual tratamiento en la distribución del gasto publico funcional y local), motivadas por razones éticas y no orientadas a tumbar gobernantes pero sí a inducir cambios de su conducta política. Finalmente nadie cuestiona la conducta cristiana, desinteresada y nada exhibicionista de Monseñor Flores.

    Más que opiniones personales las denuncias de monseñor Flores reflejan las faltas de consideración, verdad y respeto de sus gobernantes a las que aspira buena parte del pueblo.

e) En un modelo político como el judío del Antiguo Testamento el profetismo ¨individual¨ funcionaba como instancia critica última, especie de opinión pública radical contra gobernantes infieles a mandamientos divinos, que el sistema aceptaba implícitamente. ¿Qué papel juega el  profetismo en una política institucionalizada laica o racionalmente?

2. Las instituciones y el profetismo

    Nuestras instituciones actuales instituciones difieren, sobre todo por el sancionamiento de sus costumbres, de las propias de la teocracia judía.

    En todos los pueblos han surgido modos de actuar y de evaluar aceptados socialmente. Para ser eficaces y para que puedan resolver interpretaciones disímiles las instituciones requieren ser reconocidas en la práctica como normas obligatorias de conducta cuya violación es castigada por quienes detentan el poder coactivo. Si exceptuamos algunas comunidades extremadamente integradas en su interior pero separadas culturalmente de todas las demás, el Estado asume esas responsabilidades. Sin embargo, la validez jurídica de las normas sociales importantes y la legitimidad misma del estado se derivaban de su correspondencia con principios religiosos y hechos religiosos.

Desde la Ilustración del siglo XVIII el poder legitimador y celador de última instancia del Estado no se justifica religiosamente sino socialmente. Lo que funciona bien, vale y aunque sea mejorable en el tiempo es lo que nos conviene hoy sin tener que indagar en causas mas profundas. La historia, eso sí, va mostrándonos formas ideales de conducta social: los derechos humanos personales, políticos y sociales, por ejemplo. Esas normas no son absolutas pero hoy por hoy satisfacen mejor las necesidades de una comunidad.

   Valores, prácticas y normas de tipo religiosos pueden desarrollarse más o menos libremente en una sociedad y ser aceptadas por sus creyentes. El Estado apoya su existencia siempre y cuando no violen sus normas constitucionales. Mas aún puede hacerlas suyas si responden a las simpatías populares. El Estado, sin embargo, es una sociedad laica racional  que opera en cierta independencia (la historia no ha dejado de operar) de lo religioso.

La pregunta obvia sobre el profetismo en una sociedad laica se refiere a su legítimo papel crítico  del comportamiento de los gobernantes. Como el Estado ya no se justifica religiosamente los gobernantes no están ligados a opiniones religiosas en cuanto religiosas, aceptando la ambigüedad del término.

La primera respuesta del profeta auténtico a gobernantes que se dicen religiosos y católicos aunque sea a  la manera criolla de los hombres dominicanos de antaño sería decirles que por lo menos deberían examinar si lo denunciado (compra-venta de conciencias, salarios y tratamiento desigual en el gasto público) tiene algo que ver con lo aceptado socialmente y con lo que su conciencia de cristianos les dice.

    La misma pregunta y con mayor énfasis hay que dirigirla a los católicos practicantes y a los no practicantes de buena conciencia. Nadie puede negar el derecho de las iglesias a presentarles temas de innegable importancia social y política.

    Pero en última instancia, podría el profeta preguntar a todos, por una explicación convincente de por qué no bastan la división de poderes, las leyes de transparencia e información pública, el gobierno electrónico y los tribunales anticorrupción para el cumplimiento de los deseos populares de mayor justicia distributiva y mayor transparencia y veracidad de la información sobre usos del erario público. Tendría nuestro profeta que preguntarles con toda humildad si no es bueno y deseable que también las Iglesias tengan que practicar la penosa tarea de llamar la atención de gobernantes y gobernados cuando aquellos irrespetan los principios racionales que estos desean ver realizados.

    Tal vez no deberíamos prescindir del profetismo. Si la institucionalidad no basta ¿se deberá esta situación a la fragilidad de la naturaleza humana?

3. Sobre la naturaleza humana.

a) Hume nos ofrece una opinión interesante sobre el vínculo naturaleza humana-instituciones sociales: ¨toda persona debe considerarse aprovechada y buscadora solo de su interés propio¨. Frente a esa inclinación suponen muchos economistas que la razón busca acuerdos institucionales que limiten la peligrosa tendencia al egoísmos. Un contrato social suscrito por todos los ciudadanos parece a muchos economistas institucionales (Buchanam en sus tiempos juveniles, por ejemplo) indispensable para domar las peligrosas tendencias de los individuos.

     Frente a esta opinión otros economistas (Hayeck y los neoclásicos) que  también reclaman la herencia de Hume defienden que las instituciones brotan de la repetición de formas de interacción humana creadoras de hábitos o tendencias a actuar concordes con ellos.

     Adam Smith en su teoría sobre los Sentimientos Morales cree, en cambio, que sin ¨simpatía¨ -consideración a los demás- no parece posible una convivencia social que carezca de normas formales de comportamiento. La simpatía es el cemento de las instituciones sociales. El Bachanam de fines de los noventa reconoce con Adam Smith la necesidad de cierta atención a los derechos y necesidades de los otros para que las instituciones funcionen adecuadamente. Las leyes y las normas informales no bastan.

    Estas teorías sobre el origen y la fuerza de las instituciones son evidentemente complementarias. Las leyes y normas sociales y  económicas de comportamiento se apoyan en la razón contra el interés, se validan por su repetición y parecen demandar cierta empatía entre los ciudadanos.

b)  Con Adam Smith, profesor de filosofía moral y el Buchanam maduro creo en la indispensabilidad del cemento social de la solidaridad para la posibilidad de una observancia mínima de las instituciones y en una práctica repetida acorde con las conductas prescritas por las instituciones formales.

   El caso histórico dominicano  con instituciones importadas contrarias al individualismo comunitario de la actividad económica del hato y del campesino liberado por la ocupación haitiana y de la debilísima presencia de un Estado garante de la observancia de un régimen nacional de prácticas exigibles coactivamente, nos hablan de la inoperancia de leyes por racionales que sean.

    Esta inobservancia de las leyes no significa que estas sean malas. Cambiando el ámbito económico y político de subsistencia y débil mercadeo local a uno global con leyes económicas e ideales políticos válidos para buena parte del mundo occidental, cesa abruptamente la legitimidad de muchas tradiciones y se nos impone un nuevo orden institucional como condición de supervivencia en una sociedad compleja. El peligro de desorientación y  de búsqueda implacable del interés personal aún no regulado por la razón y la práctica es similar al de la anomía del campesino inmigrante a la ciudad.

c)  ¿Cómo reaccionar frente  a la falta de instituciones? De dos maneras: la primera esperando que nuestra falta de institucionalidad nos sea forzada mas por la condena expresa de la sociedad global, tan evidente en la baja calificación que alcanzamos en los índices internacionales políticos y económicos, que por actos de fuerza militar propios de un imperialismo en vías de extinción, y la segunda por una educación cívica que robustezca y refine instituciones adecuadas a los ideales políticos y económicos compatibles con nuestra situación histórica.

    En esta labor educativa las iglesias, nuestro sistema escolar y la conducta y ejemplo de nuestros gobernantes juegan un papel clave.     

    El profetismo de Monseñor Flores es una denuncia explicita del daño antisolidario ocasionado por las practicas políticas de nuestros gobernantes. Desgraciadamente, y precisamente por su importancia, la mala práctica política es un flagelo nacional que hay que superar.

    Seguramente que también las iglesias y las escuelas no han atinado, ni de lejos, a contribuir con todo su potencial a la solidificación de la solidaridad social. Pero estas fallas no excusan las malas prácticas políticas. El hecho de que muchos roben no justifica que yo lo haga. Esto sería la justificación más selectiva de lucha contra la justicia selectiva.

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