En mi querido barrio capitaleño San Miguel vivió hace varias décadas una muchacha de cuerpo escultural, que para regocijo visual de los varones del sector, mostraba una moderada vocación nudista.
Cuando estaba sentada frente a contertulios del llamado sexo fuerte, lo hacía de tal forma, que estos podían verle los panties y sectores aledaños.
Lo pintoresco de esas situaciones era la cara de satisfacción que mostraba la chica ante las miradas lujuriosas de los contempladores.
Además de encuerófila, era bastante chivirica, y le hacía fiesta a cuanto hombre la atrajera, lo que llevó a muchos a faltarle el respeto. Recuerdo que uno de sus admiradores, frente a sus coqueteos, le aplicó mano muerta en los glúteos.
Fui espectador de la escena, y me sorprendió el hecho de que la joven reaccionara frente al atrevido tocamiento con una carcajada que bordeó el minuto en su duración.
Creo que solo con una calculadora se hubiera podido conocer la cantidad de novios, o quizás marinovios que tuvo aquella hija de madre putona. Parece que tuvo algo que ver la genética en su caso, pues circuló el rumor de que la autora de sus días había colocado sobre su marido una variada colección de ornamentos frontales.
Incluso se dijo que su relación con un dentista iba más allá del trabajo de este con sus incisivos, caninos y molares.
Parecía que por su tendencia cuernil, la progenitora apoyaba los devaneos varonófilos de su heredera, porque en más de una ocasión se les vio salir juntas, supuestamente a citas amorosas.
Los romances de la muchachona generalmente duraban poco, por lo que llamó la atención el que contrajera matrimonio repentinamente con el joven propietario de un próspero negocio de pulpería. Y se entregó de tal forma al marido, que abandonó la tendencia a mostrar sus encantos interiores, y pasaba largas horas ayudando al pulpero en su labor.
Una tarde en que fui al negocio a comprar algo, aproveché la ausencia del cón- yuge para elogiar el cambio positivo que en ella se había operado.
– Mostraba mis encantos para atraer a los hombres, y poder elegir entre mis muchos novios al que mejor se acomodara a mi personalidad.
Una vez escogido, no hay por qué seguir fomentando el vistilleo brechero. Tras entregarme el producto que pedí, y recibir el pago, pasó a atender otros clientes.