Prohibido enfermarse en día feriado

Prohibido enfermarse en día feriado

Eran las doce meridiano de un día festivo de diciembre de 2018 cuando una señora de 86 años fue conducida a la sala de emergencia de un complejo hospitalario de Santo Domingo, hasta hace poco modelo exclusivo en el uso de la alta tecnología médica, hoy progresivamente masificándose y por ende sacrificando la calidad por la cantidad.
La desafortunada paciente llegó con una marcada dificultad para respirar, acompañada de tos y de fiebre. Le colocaron un nebulizador y la pusieron en una camilla mientras esperaba la llegada de un especialista en neumología. Trece horas de angustia y de martirio no fueron suficientes para que hiciera acto de presencia el experto en enfermedades de las vías aéreas inferiores. Desesperada la mujer por el ahogo y la expectoración; siendo ya la madrugada del siguiente día; la familia se vio obligada a trasladar a la huérfana de apellido sonoro, costoso seguro médico, o de un padrino o madrina poderosa que hiciera aparecer a el o la neumóloga de servicio.
A una clínica de la parte norte capitaleña fue la sufrida a parar. Una radiografía de tórax de urgencia reveló una pulmonía izquierda como complicación de un fuerte estado gripal. Se realizó un hemograma, en tanto se le tomaba muestra de esputo para cultivo bacteriológico. Se inició la terapia de lugar, respondiendo de forma positiva la enfermedad, lo que permitió que recuperara su salud y pudiera celebrar otra Nochebuena en familia.
Otros enfermos no han corrido la misma suerte. Hemos sido testigo en reiteradas ocasiones, en donde el o la paciente ha sido llevado de urgencia a distintos centros de salud y rápidamente despachados a la casa luego de administrarle un calmante. Horas más tarde el cuadro clínico se ha agravado, muriendo en el trayecto de retorno a la emergencia. Este recurrente y dramático modelo dominicano de atención médica se ha agudizado en las últimas décadas a medida que crece la población urbana del país.
Enfermarse de modo agudo en un fin de semana, durante la noche, o en días de fiesta implica un gran riesgo de empeorarse o morir. Durante ese período de tiempo escasean los facultativos capacitados, los insumos regulares y los servicios complementarios de apoyo con calidad, oportunos y eficientes. Diríamos que en semejante situación, salvarse es un milagro y pudiera llamarse dichoso a quien sobreviva.
Motivos hay para preocupación. Nadie decide la hora, ni el día en que habrá de caer enfermo. Todos quisiéramos en que ante la presencia de un ataque de angina de pecho, una crisis asmática, un cuadro agudo de hipertensión arterial, coma diabético, derrame cerebral, apendicitis aguda, obstrucción intestinal o perforación de una úlcera estomacal, por citar sólo unos cuantos ejemplos, contemos con la asistencia médica para salir victoriosos del percance. Un simple calmante, sin un diagnóstico correcto y un manejo apropiado conducen con frecuencia a una muerte evitable.
La mala calidad de los cuidados de urgencia no son una novedad en el país. El grave problema es que más que paliarse el déficit tiende a incrementarse. ¿Qué hacemos con trasladar en una ambulancia a una persona agudamente enferma a un hospital o clínica si el producto final va a ser un difunto? La crisis hospitalaria es vieja y compleja. Preferible un personal de salud capacitado y motivado sirviendo en una caverna, a otro desganado e incapaz sirviendo en un palacete ultramoderno.

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